Carmen Arroyo

La Quinta

Carmen Arroyo


Desidia y fuego

03/09/2020

Este verano no se despide sin que, por una u otra causa, los incendios hayan hecho su aparición. Las imágenes de lenguas de fuego avanzando sin descanso, quemando vegetación y árboles que tantos años tardaron en hacerse compañeros de paseo, hermosos pulmones limpiadores del aire, belleza gratuita  ofrecida a los ojos, son demoledoras, producen frustración y desaliento, nos sentimos vulnerables e incapaces de cortar tanta  desolación y eso aumenta el grado de tristeza en el que nos sumimos.
Pero, y no hablo de oídas solamente, mucho tiene el hombre que ver con la tragedia que año tras año se desarrolla en cualquier punto del país. Miro en la televisión cómo el fuego devora hectáreas en el Valle del Jerte, Las Hurdes, Yuste. Hay desaprensivos a quienes, en muchos casos, el fuego les aporta, esconde especulación y pueden sacar tajada. La deforestación de la Selva Amazónica, que da vida y mantiene limpio el Medio Ambiente, para plantaciones que producen millones a los especuladores, es una realidad.
Sin ir muy lejos, el fuego, casi siempre, depende de la desidia de quienes heredan una propiedad, no la cuidan y dejan que la maleza campe a sus anchas y se eleve hasta límites insospechados. Ante la protesta o reconvención de los vecinos, que les advierten de que eso no puede estar así, se encogen de hombros y viven su vida. La presidenta de la Diputación que cuida la cultura (buena idea la de los conciertos de arpa y chelo que ha patrocinado y que tuve el placer de disfrutar en Grijota) podría pedir a sus alcaldes que fuesen diligentes evitando que las parcelas de quienes las compramos y cuidamos con mimo desde hace años, y somos muchos, peligren ante desaprensivos que no limpian lo que les pertenece. Y no creo inevitable denuncia ante el Seprona cuando, hay otros medios. Diputación, de quien dependen los pueblos, los tiene  y autoridad suficiente para vigilar estas situaciones.
En Rosario, Argentina, el delta del Paraná está ardiendo. Aquellos humedales inmensos y plenos de belleza, que se ven desde la casa de mi amiga Marta, hoy se elevan en llamaradas de fuego. Las cenizas pasan al otro lado del anchuroso, casi lengua de mar del río y deja cenizas en la ropa cuando el viento las empuja hacia Rosario.