Carmen Arroyo

La Quinta

Carmen Arroyo


Incendios

25/05/2023

Observo en la tele el último. Comentan en la radio que los incendios se adelantan en el tiempo por el cambio climático. Quizá, sin darnos cuenta, entre todos, lo hemos provocado,  y crean angustia y dolor en las personas que se ven atrapadas junto a las propiedades que deben abandonar a su suerte y los animales, estabulados o no, que pierden la vida; me entra una desazón que se transforma en pura rabia. Comienzo a hacerme preguntas que jamás hallan respuesta: ¿Quién quema el monte, el bosque, los prados, las casas, los coches? ¿A quién beneficia ese fuego indiscriminado que se convierte en mil lenguas dejando destrucción y tierra calcinada a su paso? ¿Qué intereses oscuros se ocultan cuando un incendio devora miles de hectáreas? O, si alguien sabe algo, ¿cómo no se atreve a ponerlo en manos de la justicia? ¿Por qué en vez de limpiar lo que puede provocar un incendio se abandona? ¿Qué autoridad muestran nuestros gobernantes cuando no obligan a mantener, aunque no se viva allí, a quienes tienen cerca una mínima parcela, pues ni se molestan en dar, no digamos un paseo por la zona pero, al menos, harían bien en escuchar a los vecinos que, viven colindantes, en muchos casos, de parcelas abandonadas a la maleza durante años, y troncos apilados a la espera de que alguien tire una colilla, sin darse cuenta o pensando en lo que puede ocurrir?
He sufrido en mi tierra el acoso del fuego. Mis hijos tenían seis, tres y un año; tuvimos que salir de una finca en la que pasábamos todo el día, Los Hornillos, con lo puesto, porque el fuego ya nos rodeaba por dos lados y las piñas al estallar por el intenso calor salían disparadas y caían a nuestros pies. Subir por el camino que nos separaba de la carretera del Puerto de Perales con el coche, pensando en que un corte en la misma podría significar la muerte para toda la familia, me llenó de angustia. Fueron muchas las noches en las que, en mis sueños, el fuego era una constante en cuanto cerraba los ojos unas horas. 
Y que les pregunten a mis hijos Álvaro y Asun que pasaban con los suyos, en Acebo, unas cortas vacaciones y ante el temor de que el fuego llegase al pueblo fueron evacuados a Coria. Alguien saca provecho del árbol caído, pero a costa de quien lo plantó y lo pierde.