Luis Miguel de Dios

TRIGO LIMPIO

Luis Miguel de Dios

Escritor y periodista


Sin cartas

05/01/2021

Una de las imágenes que más echó en falta estos días, especialmente hoy, es la de las colas de niños, impacientes, ilusionados, para entregar su carta a los Reyes Magos, a esos Melchor, Gaspar y Baltasar que les esperan sentados en tronos en tiendas, centros culturales o locales de barrio. La Covid también se ha cargado eso. Y, para bastantes, ya no podrá volver. El año que viene por estas fechas muchos críos ya habrán descubierto la dolorosa verdad que acaba con el periodo de mayor y más sentida inocencia. Y a muchos otros les costará entender por qué ahora sí pueden llevar sus cartas a su rey favorito y el año pasado, no. ¿Cómo explicárselo si Sus Majestades de Oriente son magos y, por tanto, inmunes al virus?, ¿cómo no van a proteger la salud de mi familia, y de todos, si se lo pido yo en esta carta y siempre me traen lo que les pido? Sí, ya sé que con el gran número de muertes y contagios que nos arrasa, la desilusión de los chavalines es peccata minuta, un daño muy secundario, pero cuénteselo a ellos, que esperan con el alma en vilo la noche más mágica del año y, quizás, de sus vidas. ¿Entenderán lo de las cabalgatas virtuales?, ¿qué pensarán de Reyes Magos a los que no pueden saludar desde las aceras al igual que no pudieron entregarles las cartas con sus peticiones de juguetes? Uno, claro, fue niño y en mi pueblo no se estilaban las cabalgatas ni vimos nunca de cerca a Melchor, Gaspar y Baltasar, pero los mozos salían en plena noche (había más barros y charcos que luz) con socollares ardiendo y cencerros al cuello para que los Reyes Magos no se perdieran, hallaran el pueblo y dejaran sus presentes, a veces una manzana, algún dulce y una peseta que guardaba enseguida mi madre “no la vayas a perder”. Los Reyes existían. Los veían todos los años los que iban al campo a esperarlos. También los vi yo cuando me tocó salir por calles y caminos con mi socollar y mi cencerro. Quizás por todo ello me acuerde hoy tanto de esos millones de niños a quienes este 5 de enero les parecerá raro. Tendrán sus juguetes, pero no será igual.