Javier San Segundo

Ajo, guindilla... y limón

Javier San Segundo


No es lo mismo  

03/07/2021

No es una experiencia en absoluto memorable verte en la obligación de bajar de un cascajo de automóvil a empujarlo porque ha decidido, por desistimiento unilateral, hacer huelga indefinida en su rodaje. No es que nos uniera un compromiso contractual ni que se conocieran las familias, pero con una incipiente churri en el interior, a la tierna edad de dieciocho recién cumplidos y en la puerta del colegio rival donde los que salían desbocados eran tus contrincantes en las canchas de baloncesto… pues… eso no se le hace a nadie.
Mi bien amado y recordado progenitor dedicó su existencia laboral a la compra-venta de vehículos y, en ese sentido, gocé de una inmensa fortuna juvenil. Nunca me faltó tracción motorizada para mis andanzas. Que no es barro. 
Suponía todo un deleite saberte transportado a golpe de pedal, ya fuera con un último modelo recién matriculado o con una cacharra desvencijada susceptible del abandono de sus funciones, motu proprio, en el momento más jodiente.
Yo disponía de coche y, de chaval, eso bastaba.
El rasero lo estableció un desplazamiento, nada corto, que tuve que enjaretarme en dos ocasiones con una diferencia de tres jornadas. La primera con un auto de los de romper cervicales a su paso, y la segunda, con una lata de sardinas oxidada, encharcable los días de chirimiri, con los asientos mordisqueados por siete perros del mismísimo infierno y que me agasajaba con una letanía de soniquetes tan chungos y desquiciantes como la gota malaya.
Todavía no me explico cómo aquello echaba a andar.
Ambos me llevaron y me trajeron, eso sí, pero la diferencia, como se pueden imaginar, queridos lectores, fue como de comer a ver comer.
Podemos descorchar el mejor vino del mundo… pero de degustarlo en vajilla de cristal fino (¡cristal! no vidrio), con un modelo de copa determinado en cuya elección no existe azar alguno sino un exhaustivo análisis previo de la idoneidad del utensilio para el menester del disfrute, existe un abismo tan ingente como el que separa ser uña y carne con tu suegra de pedir destino en Angola para evitar la comida de los domingos.
La vajilla que utiliza un establecimiento de hostelería para servir sus vinos y brebajes varios marca una diferencia que no podemos pasar por alto. Nos va en el deleite.
Ciencia aplicable a mil ámbitos. Por qué no decirlo.
Ni de lejos es lo mismo.