Carmen Arroyo

La Quinta

Carmen Arroyo


Escribir para recordar

17/11/2022

Hacemos preguntas a quien puede darnos respuesta adecuada. Otras veces,  buscamos en nuestro interior, en silencio y, hábilmente, tiramos del hilo de ese ovillo que ha permanecido allí, desde siempre, esperando esa mano de nieve de la que el poeta Bécquer escribe en su Rima VII para despertar el sonido del arpa. Durante unos cuantos días he leído, hasta finalizarlo, un interesante y ameno libro porque con cada hoja que dejaba atrás se despertaba mi interés  por conocer cada detalle del mismo. No voy a contar la historia como un mal apuntador que quite las ganas de leerlo. Con el título basta: El tren burra, de Julián González Prieto. Segunda edición. Sí les adelanto que, próximamente, será presentado en el Casino de Palencia por Carmen Casado Linarejos y será ella quien desvele lo que omito y es la causa de que comience así mi columna. A veces me pregunto si la necesidad de contar, narrar, oralmente o, por escrito, nace de un íntimo deseo de que algo perdure en el tiempo o, tal vez, se escriba para no olvidar lo que se vivió siendo niño, joven, o mayor. Puede parecer absurdo, pero pienso que, al hacerlo, lo que en realidad se intenta es volver a revivir aquello que hizo placentera nuestra vida. Es probable que recordemos, con mayor fidelidad, los momentos felices. Quizá porque se grabaron en la mente de un modo gozoso y volvemos a ellos siempre que surge ese hecho mediante una palabra, una fecha, una canción, un gesto, una celebración, un encuentro, algo que nos impulse a revivir lo que ya no es, pero fue y será imposible olvidar. El hombre es vida, y esa vida se va poblando de instantes que jamás podrán ser borrados. Es cierto que los momentos de dolor caminan a la par, si los hubo, pero discretamente, como quien no quiere la cosa, los apartamos conscientemente. No solemos contar un fracaso, una frustración, algo que nos hizo daño, salvo que sea a una persona a la que nos unan lazos de afecto o familiares. ¿Y qué me dicen si quien cuenta aquello que vivió siendo niño, lo convierte en magia y consigue que nuestros ojos vean lo que él vio? En este libro se puede bucear en hermosos recuerdos. Y nos sentiremos identificados con el autor porque, todos, en mayor o menor medida, también vivimos un tiempo para el recuerdo, un tiempo de saudade gallega, como Rosalia, que jamás olvidó su Padrón, aunque viviese en Madrid.