Ignacio Fernández

Ignacio Fernández

Periodista


ATC

12/05/2022

La Junta puede enfrentarse a uno de sus primeros «marrones» próximamente con el Plan de Residuos Nucleares, el lío ése de qué hacer con la –con perdón– «mierda nuclear» que ninguna autonomía quiere para sí en esta España que tanto se reivindica como país unido y todo eso. Los ATC son la prueba del nueve de hasta qué punto hemos creado un monstruito de 17 cabezas, muchas de ellas huecas, con muchos brazos, como los pulpos, que en lugar de apretar al unísono gesticulan donosamente.

Se trata de buscar un punto común donde depositar los residuos, los ya existentes y los que generan la centrales aún en funcionamiento, siete reactores que por lo demás cerrarán también en próximos años sin más remisión. En la gestión del anterior Plan, que data de 2004, se abrió la puja y unas cuantas localidades de nuestra Comunidad optaron a ser sede de uno de ellos. En 2010 se adjudicó a Villar de Cañas, pero al final tampoco salió, por jaleos, tacticismos y cortoplacismos locales y partidarios.

No está España para que se reabra el debate, de modo que todo indica que iremos a tantos puntos de almacenaje como centrales nucleares, lo cual es particularmente lacerante, porque supone un gasto a mayores de casi 3000 millones de euros. ¿A quién le importa que con ese dinero se acabarían en parte los problemas de recursos de los investigadores en España o con algunas de las carencias que el sistema público sanitario presenta hoy en día, por poner dos ejemplos?.

Es ilusorio pensar que se reabrirá un proceso sosegado en que ciertas zonas de regiones como la nuestra, a cambio de hacerse con la instalación de ATC, pudieran obtener recursos complementarios que les sirvieran para salir de la postración. Visto lo visto de cómo nos las gastamos en esta España «reformista» el pesimismo en lo tocante a estos temas comunes parece ser la única opción.