«La Junta tiene que estar mucho más atenta al territorio»

A. Benito
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Nació en Valladolid, pero desciende de Quintanilla de las Torres y reside en Palencia. Álex Rodríguez fue uno de los miembros fundadores de la compañía Alkimia 130 y en la actualidad dirige el Festival de Teatro Alternativo de Urones de Castroponce

«La Junta tiene que estar mucho más atenta al territorio» - Foto: Óscar Navarro

Desde 2013 dirige el Festival de Teatro Alternativo, Fetal, de Urones de Castroponce (Valladolid), evento que acaba de celebrar su 25 aniversario y del que ya fue director artístico entre 2006 y 2012. Ha desempeñado diferentes funciones en otras citas culturales de primer orden como el Encuentro Internacional de Artistas Callejeros de Aguilar de Campoo o el Aguilar Film Festival y también fue cogestor de la sala de teatro alternativo Encoarte-Alkimia 130 en Palencia. Actualmente es miembro de la junta directiva de la Asociación Profesional de Gestores y Gestoras Culturales de Castilla y León (Gesculcyl).

El currículum de Álex Rodríguez es extenso e incluye haber sido uno de los miembros fundadores de la compañía Alkimia 130, en la que desarrolló labores de interpretación, regiduría, dirección en producción y comunicación; así como profesor de Conciencia Corporal y Movimiento Expresivo en la Escuela de Teatro La Casa del Agua y técnico de iluminación, sonido e imagen de las compañías PezLuna y Fabularia.

Comenzó los estudios de Filosofía, pero la pasión y la constancia que las artes escénicas requieren le hicieron abandonar la universidad y sumergirse de lleno en el mundo teatral. ¿Cómo fueron esos inicios? 

«La Junta tiene que estar mucho más atenta al territorio» «La Junta tiene que estar mucho más atenta al territorio» - Foto: Óscar NavarroEmpecé tarde con lo del teatro. Creo que tripitía 3º de BUP cuando me fui a Madrid y vi un espectáculo en el María Guerrero. Me moló muchísimo y dije: «yo quiero hacer esto». Empecé Filosofía, pero caí en un curso con La Fura dels Baus en el 95 y ahí conocí a Merce (Mercedes Herrero). Al año siguiente me llamó diciendo que le había pedido un espectáculo el Ayuntamiento de Palencia. Por aquel entonces estaba como Asociación Cultural Alkimia y empezamos a configurar la compañía y a idear el primer espectáculo.

Los inicios fueron muy adrenalíticos y también lo era lo que hacíamos: la calle, la reivindicación, la crítica social... Me llenaba muchísimo, era pura droga, siempre en contacto con espectáculos circulares o semicirculares, exigentes en escena y para los actores. Buscábamos mucho la revitalización, con trabajos físicos de energía y de narración, sin texto, en los que el público era muy isotónico, nos retroalimentaba. Lo que hacíamos, esa forma de trabajar, yo no la he visto en España, quizá sí a alguna compañía francesa. Lo primero que hacía Merce al plantear los trabajos, a la par que la temática, era dónde iba a estar el público o cómo se iba a contar. Eso se hace muy poco en las artes escénicas y mucho menos en las plásticas. 

Esa forma de narrar y de drogarme en las calles para mí fue una adolescencia. Yo soy candajo y ahí me quedé, montando una compañía de calle. Alkimia me alimentaba a nivel profesional y también sostenía mi carácter personal que es estar en lo social. También hay que aguantarlo, porque la calle quema.

«La Junta tiene que estar mucho más atenta al territorio» «La Junta tiene que estar mucho más atenta al territorio» - Foto: Óscar Navarro¿Por eso dio por cerrada esa etapa?

Cuando empecé en Alkimia venía de dos operaciones, una en cada rodilla, y luego en una tercera me quitaron un menisco. A pesar de ello, hicimos mucho teatro físico y de movimiento, de hecho, todos nuestros trabajos estaban coreografiados. Cuando comencé a plantear internamente dejar la interpretación ya me dolían más las rodillas y también me empezaba a gustar la gestión. Hacia 2008 ya la crisis se olía, y más entre las compañías de calle, que durante un tiempo también vivimos del ladrillo y del boom económico que experimentaron muchos ayuntamientos, así que casi no hubo tiempo para decidir porque todo empezó a caer. Éramos una cooperativa y al final resultó insostenible.

Es usted de Quintanilla de las Torres, una pequeña localidad al norte de la provincia. ¿Hasta qué punto el vínculo con el medio rural ha influido en su desarrollo personal y profesional?

Soy nacido en Valladolid y criado en Quintanilla. Mi padre trabajaba en FASA-Renault, pero todos los fines de semana íbamos al pueblo y he pasado muchos veranos allí.

Profesionalmente, me han marcado cosas como ver o ir a trabajar a ARCA, conocer a Jorge Sanz y tenerle como referente. No obstante, ese medio rural es similar, pero no es el entorno que ahora estoy gestionando. El territorio de Quintanilla lo veo más de paz, de sosiego y de calor, mientras que el de Urones es más de pelea -en positivo- y de acción. Ambos me sostienen, uno a nivel personal y otro en lo profesional. 

No tanto Quintanilla, sí  el medio rural, es el que me hace ser muy consciente, valorar y colocar estructuras para ver cómo se gestiona. Generalmente, lo extrapolo con los contactos del medio urbano y les hablo de que hay que estar muy atentos al territorio. Por ejemplo, el primer año de dirección, al final del festival me llamó el Ayuntamiento para hacer balance y me pidió que no programase tres cosas en un mismo día, porque el público tiene otros ritmos de vida y no lo podía ver todo. Eso para mí fue una lección brutal. A día de hoy los espectáculos los sigo viendo casi detrás de cada ojo, del territorio y del paisanaje. 

El festival que dirige desde hace nueve años acaba de cumplir su primer cuarto de siglo de vida. Son muchas ediciones para un evento cultural y, además, alternativo. Dos cuestiones, ¿cuál es el secreto de dicha longevidad y qué significa para usted el término alternativo?

Yo digo que llevo 10 años dirigiendo porque el anterior, cuando terminó el festival, ya me puse a trabajar. Alternativo es un término de los años 90 que renovó el teatro independiente de los 60-70 y en aquel momento significaba que se estaba haciendo algo diferente. Después de 25 años y como reflexión, lo que yo estoy proponiendo es un festival de artes, puesto que mezclamos cine, música, teatro, danza... Por ejemplo, este año a Teatro Corsario lo he llevado con su otra parte, no con su perfil clásico, que aunque está muy bien, a mí no me interesa. Es ahí donde aparece la palabra alternativo y es ahí donde yo me resguardo con el término Fetal. 

Hay una política de la Junta de Castilla y León que tienen que revisar porque esta es una región muy grande en la que hay que currárselo para que todas las propuestas lleguen. Para mí, se han quedado a medias, tienen que ir mucho más allá. Aparecen eventos grandes, nefastos, a los que se destina el grueso del dinero y se deja de lado a otros muchos pequeños. 

Lo que decía antes de no programar tres cosas porque a las 7 de la tarde los vecinos de Urones están en la huerta o dando un paseo me ha enseñado que hay que atender a los que hay, y creo que eso desde la Junta no se está haciendo. Lo vemos en la sanidad, pero también en la cultura y en otros ámbitos como la educación. Se les está escapando la gestión de poblaciones y se está desatendiendo a quienes llevamos años haciendo un trabajo de comarca y de extensión. Eso las diputaciones lo ven y lo valoran, pero la Junta no. 

A nivel de subvenciones, no nos pueden colocar donde hay festivales de gaita, de libros, de cine, de música... A los gestores que están en el jurado los quiero en mi equipo porque tienen que ser unos máquinas para valorar todo ese tipo de disciplinas. Tampoco creo que haya concurrencia competitiva. El Ayuntamiento de Urones, por ejemplo, tiene la finalidad de hacer pueblo, y la asociación Sonorama tiene por objetivo responder a Cerveza San Miguel o al boom mediático. Todo puede ser positivo, pero no se debe valorar de la misma forma. Es cierto que en los últimos años se ha aumentado el presupuesto de Cultura, pero hay que incrementarlo aún más, eso es lo que puede dinamizar el empleo en este sector, un mayor aporte económico. También tengo que decir que la Junta lleva tres años dando una vuelta positiva a las subvenciones para las compañías teatrales, pero hay que ir más allá.

Todo esto viene a colación de la resistencia del Fetal. Creo que desde el ámbito regional tienen que estar mucho más atentos al territorio y no tanto a la capitalidad. De eso me doy cuenta yo, como gestor cultural en un pueblo de 110 habitantes. Reconozco pasos de esta consejería, pero se necesita más. 

¿Tiene usted pensado seguir al frente del festival?

Hay que cuidarlo, y eso es seguir o dejarlo en buenas manos. El Fetal me está dando muchísimo, así que, a día de hoy, yo sigo, no me estoy planteando lo contrario, pero también es verdad que los gestores culturales estamos en una parte mediadora importante que, a veces, se hace un poco cansina. 

Hay políticos que ven el rédito mediático de la cultura y el turismo; de hecho, muchos festivales de calle se hacen en mayo, en torno a las elecciones locales. Pero lo que queda es la programación, el contenido, y eso ellos no lo saben hacer. De ahí la importancia de nuestra labor, aunque la precariedad de este sector se extiende, sobre todo teniendo en cuenta que estamos hablando de una gestión mediana. 

En la actualidad, mucha gente mira hacia el medio rural, incluso hay personas que regresan a él o que quieren empezar una nueva vida lejos de la ciudad. ¿Cree usted que esa tendencia es real o que en lo que tiene que ver con la España Vaciada se puede estar imponiendo el postureo?

Es verdad que esta España Vaciada llena de cosas y personas, como me gusta a mí decir, ha pasado a formar parte de la agenda. A Urones han venido a vivir dos personas, y eso que trabajamos a dos megas de ADSL. De hecho, es una de las zonas blancas que llaman, donde tienen que actuar primero, pero aunque la fibra pasa por la carretera, ninguna empresa va a entrar al pueblo para dar servicio a diez personas. Eso frena mucho, no solo la falta de Internet, sino en general la ausencia de servicios. El medio rural puede llegar a ser una moda derivada de la pandemia, pero también me agarro a la esperanza de que los trabajos se puedan descentralizar mucho más.  

La sociedad genera necesidades de ley o de reforma por sus actitudes y movimientos. En este caso, no se cómo se podría adelantar la administración a la hora de colocar esos servicios. Por ejemplo, los vecinos de Urones tienen su médico y la educación en Valderas (León), y la Diputación de Valladolid financia un taxi gratuito que nadie coge porque solo da servicio en la propia provincia. Tienen que estar atentos a ese tipo de cosas. No puede ser que en las zonas norte de Palencia y Burgos lleven tantos años reclamando la atención sanitaria en Reinosa (Cantabria). La administración tiene cifras y datos de demografía, pero vive en la parálisis. Creo que el sistema de elección de las diputaciones es retrógrado, pero tampoco soy de los que opinan que hay que eliminarlas. Considero que vertebran el territorio, y más el de Castilla y León, pero tienen que trabajar más en este sentido. Falta acción y presupuesto. 

«La calle, la comunidad, el medio común,  el tránsito de lo cotidiano lleno de personas y de miradas» son su obsesión. En estos tiempos de pandemia, ¿cobran más importancia que nunca esos conceptos?

Para mí siempre han sido importantes los espectáculos que he seleccionado, dónde los llevo, para quién, qué van a comunicar, qué dicen, qué no... La pandemia ha sido otro tipo de cosas, como enfrentarme a mi cueva, y estoy muy contento porque he aprendido. 

Desde hace cinco años estoy programando en las eras, un sitio donde se beldaba y se trillaba, una zona de garbanzo, lenteja y trigo al que llevo danza contemporánea, movimiento. Me gusta mucho esa ubicación y siento que la gente está muy agradecida de ir allí, porque es un referente para ellos, un lugar del que se sacaba producto, donde acababan con fiestas. Siempre tengo muy presente el territorio y la calle, antes y ahora.  

Y de entre todas sus manías destaca «el deseo de transformar la comunicación en arte público y revolucionario». ¿Cree usted que a lo largo de los años ha avanzado en este objetivo?

Yo creo que sí. En la gestión, a veces, considero muy revolucionario lo que estoy haciendo: con el presupuesto, con el sitio, con los contenidos, con lo pedagógico... Otras veces pienso que lo que hago es lo normal. Lo anormal es que haya gente con esta responsabilidad autocensurándose a la hora de elegir ciertos espectáculos pensando en su público. 

La Diputación de Valladolid nos dio un premio hace unos años, sobre todo valorando la residencia creativa Yesca, una de las partes que más me emocionan del proyecto de Urones. Está muy bien estar en los procesos, y en España eso se hace muy poco. Hay unos cuantos espacios creativos de artes escénicas, no muchos, pero en el medio rural ninguno, y la Junta es la única administración que no ha aportado nada a esta iniciativa; creo que debería  apuntarse. Insisto, aunque yo las considero normales, creo que estamos haciendo cosas revolucionarias. 

En la residencia intento dar preferencia a la dirección del género femenino o no género, por dar visibilidad, y también a la hora de programar busco más directoras que directores. El teatro dirigido por hombres me aburre, no voy a verlo, porque mayormente son estructuras dramatúrgicamente mentales y de poder que agarran siempre los mismos temas y conceptos. No me interesa. Las mujeres, por el contrario, suelen ser más orgánicas, más de acción, más vitales. Y, si hablamos de lo que es normal o anormal, yo creo que lo normal es dar más cabida a los trabajos de las mujeres, que durante mucho tiempo han estado defenestrados. 

¿Cree usted que para las personas que se dedican a la gestión cultural es obligatorio apostar por alternativas más conscientes, comprometidas, provocadoras?

Si me sitúo en la parte corporativa de gestor, te diría que cada uno haga lo que quiera. Pero, ¿es obligado apostar por unas artes vivas? Para mí es necesario para uno mismo. Si un espectáculo te ha gustado, te ha emocionado, tienes que colocarlo. No es por egoísmo personal, sino para el beneficio de tu trabajo y del público. Yo le doy mucho valor al hecho de que el Ayuntamiento me contrate para realizar estas labores, le doy mucha importancia al dinero público, al espacio público y al propio público. Por eso este año he apretado para meter a tres compañías más y me he subido mucho más a la escalera. Pero, como digo, es por la satisfacción personal de hacer bien mi trabajo y por el bien público.

Lleva mucho tiempo ligado profesionalmente al mundo de la cultura, uno de los sectores que más sufren en momentos de crisis. Al obligado parón durante varios meses se suman los recortes de presupuesto y, ahora, la distancia de seguridad, las mascarillas y el control de aforos. ¿Por dónde pasa el futuro de la actividad cultural?

El año pasado rondamos las 1.000 personas en Fetal. En esta edición ha aumentado el número de espectadores, casi a 1.400. Pensaba que podía haber aumentado más, ha sido raro. Lo que tengo claro es que no me voy a pelear y que para superar la pandemia hay que seguir las normas. Las cosas creativas y artísticas funcionan, haya crisis sanitaria o no, pero es verdad que las personas mayores este año han seguido faltando. Yo quiero hacer, confiando y estando atento a las pautas que me den. Mientras que las formas que se venían trabajando en lo musical son ahora mismo la puta ruina, lo escénico está resistiendo mejor. Pero creo que todo volverá porque hay un importante margen consumidor. 

¿En qué punto se encuentra el tema del 21% de IVA cultural?

El de las entradas se consiguió bajar al 8%, el que se sigue luchando es el de la facturación de las compañías, que si se redujera daría posibilidad a manejar más dinero. Hay muchos autónomos que facturan el 10% y la verdad es que se nota mucho, ayuda a que pueda haber más gasto y más actividad, a que el producto sea más económico. También soy partidario de estudiar fórmulas como entregar un ticket con cada entrada comparando lo que le cuesta al público con lo que realmente vale. Igual a mí me sale rana al comparar la aportación pública con la gente que va al Fetal, pero soy partidario de comunicar y de educar.

 

Para finalizar, como profesional de la gestión cultural, ¿qué opinión le merece la oferta de Palencia?

En Palencia veo positivo cómo se ha agarrado esta situación, cómo se está sorteando y cómo están aportando. Me gusta ver cómo renacen el espacio de la dársena y el Museo del Agua. No obstante, hay un problema con las infraestructuras: Palencia sigue sin tener una sala de exposiciones. El proyecto de remodelación del Lecrác no acaba de salir adelante, la Fundación Díaz-Caneja permanece atada al pasado en las personas que lo gestionan y, en definitiva, los recursos se quedan anquilosados. Tengo la sensación de que la responsable de Cultura, aún teniendo eso, hace. 

Por otro lado, valoro mucho que haya gestores públicos, pero creo que eso también es compatible con la gestión de empresas privadas, que pueden ayudar a la administración porque saben y buscan la calidad al mejor precio. Lo que sigue faltando, en muchos sitios y también aquí, es un plan estructural de la cultura. Hay espacios y recursos por todos lados que están parados.