La primera huelga de monaguillos, y de feligreses

Fernando Pastor
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/ Cerrato insólito

La primera huelga de monaguillos, y de feligreses

El Cerrato cuenta con el palmarés de haber registrado las primeras huelgas de monaguillos y de feligreses de las que se tengan noticia en España.

La de los monaguillos tuvo lugar en Piñel de Arriba. Fue a finales de los años 60. El cura del pueblo pagaba dos pesetas a unos niños de unos 8 años por ayudarle haciendo de monaguillos. Pero durante las vacaciones de verano llegó otro cura y les preguntó que cuánto les daba el cura del pueblo, para darles él lo mismo. Ellos, con mucha picardía, le engañaron diciendo que les daba un duro, y eso es lo que recibieron del cura sustituto. 

Finalizado el verano regresó el cura titular, por lo que los niños volvieron a recibir solo las dos pesetas. Hasta que aprovechando la llegada de la Semana Santa los niños, con Juan Ángel Treviño a la cabeza, se pusieron reivindicativos y le dijeron al cura que les tenía que dar un duro y además dejarles coger las palomas de la torre de la iglesia al menos cada dos meses, y que si no cedía a sus peticiones no sacarían los trastos en Semana Santa. El cura les tiró de las orejas, sin atender sus peticiones. Pero parece que la reivindicación dejó su poso, pues cuando el cura propuso a un chico nuevo ser monaguillo, su abuela le dijo al cura «si va le tiene que hacer fijo». La respuesta del cura, contundente: «aquí  no se hace fijo a nadie».

En cuanto a la huelga de feligreses, el tema tiene su inicio cuando sobre el año 2010 llegó en calidad de sacerdote R.G.V. a hacerse cargo de las parroquias de Alba de Cerrato, Cevico de la Torre, Vertavillo y Valle de Cerrato. Desde el primer momento tuvo enfrentamientos con los vecinos.

En Alba expulsó a gente de la iglesia e incluso les insultaba en mitad de la misa, se negaba a darles la comunión, prohibió la entrada a las mujeres que desde muchos años antes limpiaban la iglesia, diciendo que allí no podían entrar; se enfrentó a la junta parroquial, si los vecinos ponían la calefacción él la apagaba, no dejaba que pusieran flores artificiales (mucho más baratas), etc. 

Sus sermones, más propios de tiempos pretéritos, escandalizaban a muchos vecinos. Se negó a dar la primera comunión a niños por no estar casados los padres, y aunque en esto se vio obligado a recular, lo hizo cobrándoles.

En Cevico de la Torre se negó a dejar la iglesia para un pregón, como se ha hecho siempre; no dejaba tocar el órgano, negó la confirmación a un chaval por haber faltado un día a la catequesis pese a que su madre era un miembro activo de la junta parroquial, un día no dio misa alegando que tenía que estar en Valle y resultó que en Valle había dado misa otro cura (es decir, que simplemente no quiso), exigió a la junta parroquial la cartilla de la cuenta bancaria para «administrarla» él y puesto que se negaron a dársela hizo un escrito indicando que «a mi pesar, admito la dimisión de los miembros de la Junta Parroquial…», pese a que tal dimisión nunca se había presentado.

Los enfrentamientos fueron creciendo, y los vecinos de Alba se negaron a ir a misa con él. Pusieron un papel en la puerta de la iglesia diciendo que mientras este cura no fuese sustituido no acudirían a misa. Cuando llegaba, arrancaba el papel. Al llegar la Navidad, la amenaza de los vecinos se cumplió y no acudió a misa ni un solo vecino.

Lo inédito de la situación provocó que interesara a los medios de comunicación, y el tema fuese tratado incluso en el programa de Espejo Público, de Antena 3 TV . Era la primera huelga de feligreses en España.

El conflicto se resolvió siendo relevado a este sacerdote de todos los pueblos que llevaba en la comarca del Cerrato.

Este desencuentro hace recordar el producido en Castrillo Tejeriego mucho antes (segunda mitad del siglo XIX) entre el párroco Facundo Palacios Arias (nacido en otro Castrillo cerrateño, Castrillo de Onielo) y sus feligreses. Cuenta Paulino Gallardo en su libro dedicado a este religioso que lo extenso de sus sermones provocaba la deserción progresiva de los fieles, dejándole con la palabra en la boca y buscando excusas para abandonar el templo. Excusas que las mujeres tenían más fácil, al alegar que tenían el puchero en la lumbre. Hasta que Facundo Palacios estalló y a modo de anatema exclamó: «Salid, indignos de la palabra de Dios; estos muros me oyen y son testigos. Dios, Nuestro Señor nos juzgará».