«He trabajado mucho, a veces duramente, pero he sido feliz»

Carmen Centeno
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Nadie le conoce por Emeterio; es Tello para todo el mundo, desde que era un chaval, y lo tiene asumido. Confiesa que fue un niño travieso y movido y quizá, por eso mismo, comprendía a los alumnos cuando era el conserje del colegio Blas Sierra

«He trabajado mucho, a veces duramente, pero he sido feliz» - Foto: Óscar Navarro

La capacidad de adaptación de Emeterio Alonso, Tello para familiares, amigos y conocidos, es proverbial. Tanto a la hora de cambiar de trabajo como de residencia. Y es que su carácter amable y abierto, el pleno convencimiento de que hay que desempeñar bien las tareas encomendadas, sean las que sean, y esa sabiduría que proporciona la vida cuando nos pone delante contratiempos y obstáculos que es preciso superar, forjaron a este hombre bueno, en el más amplio sentido de la palabra.

Porque Tello Alonso es grande, de sonrisa franca, servicial, amigo de sus amigos y siempre dispuesto a echar una mano. Es bueno y es firme, además de haber firmado un pacto indisoluble con la vida para sacarle el máximo partido. No ha sido fácil el camino hasta aquí, pero ha merecido la pena y su balance es satisfactorio.

Tello Alonso Pérez nació en 1951 en la localidad zamorana de Fuentelapeña.  La suya era una familia humilde y trabajadora, que tuvo la desgracia de perder a la cabeza cuando estaba trabajando. «Me quedé huérfano de padre a los dos años y aunque apenas me acuerdo de él, sí recuerdo que cogía un cuchillo y me escapaba de casa para matar a los bueyes que me habían dejado sin él», comenta. Lo hizo más de una y de dos veces porque aquella pérdida tan temprana le tenía obsesionado.

A renglón seguido centra el relato en su madre, y lo hace con un punto de admiración enorme. «Éramos tres hermanos, yo el más pequeño, y en casa no había ni hacienda ni posibles, así que ella cosía y lavaba para fuera, vendía todo lo que podía y se dedicaba por entero a sacarnos adelante. Y lo consiguió. Era una mujer fuera de serie», enfatiza.

Así las cosas, nuestro protagonista quería ganar dinero para ayudar en casa y aliviar el trabajo de su madre. Para colmo, lo de estudiar no iba con él. «Fui a la escuela hasta los 9-10 años, pero no me gustaba y me escapaba mucho», comenta. «Por eso sé tan poco y ahora me pesa», apostilla.

Su primer trabajo fue a los nueve años, un verano en el campo. «Entonces se segaba a hoz y los niños nos dedicábamos a hacer montones con las espigas que quedaban para dejar solo la paja y que no se desaprovechara nada de la cosecha de trigo. A los diez años fui a hacer lo mismo a otro pueblo. Era duro, pero me sentía satisfecho porque ganaba algo». Así siguió hasta que, a los 16, se fue a San Sebastián a trabajar como peón en la construcción y más tarde como pintor.

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