En la brecha de la sangría demográfica

David Aso
-

La despoblación se ceba con los municipios más alejados de las capitales, donde los problemas se agravan en muchos casos no sólo por falta de servicios, sino por una oferta de suelo o vivienda escasa o demasiado cara

Benjamín Garcés, nacido en un pueblo de Guadalajara y residente casi toda su vida en Madrid, pasea a uno de sus perros por Aguasal (Valladolid), adonde llegó casi por azar. - Foto: J. Tajes

Bajo un sombrero de vaquero asoma Benjamín Garcés. «Es auténtico, me lo regaló mi señora. Made in USA» , presume. Nació hace 61 años en la provincia de Guadalajara y vivió casi toda su vida en Madrid, hasta que hace «cinco o seis» decidió salir de la gran ciudad. Tiempo antes, a principios de siglo, cuenta que se pasó un año buscando «una casa de pueblo con patio» en un radio de dos horas desde la capital, siempre entre las nacionales III y VI (Valencia y A Coruña). «Me hacía 1.000 kilómetros cada fin de semana», asegura. Nada le convencía, por dinero o también por otras cuestiones, hasta que por fin encontró su destino en una hondonada a 47 kilómetros de Valladolid capital. En el pueblo más despoblado de esta provincia, Aguasal (17 habitantes).

Apareció allí «como pudo ser en cualquier otro lado». «Cuando me compré la casa no dormía nadie», ya que los casi 30 empadronados de entonces vivían fuera realmente, salvo algunos fines de semana y visitas diurnas, y después de una década y media disfrutando por temporadas de su anhelado retiro rural, decidió instalarse definitivamente. 

Hoy son unos 11 vecinos los que viven día y noche en Aguasal, contando a Benjamín, que al final encontró su destino al oeste de Madrid. En pleno 'desierto demográfico', tal y como se denomina a los territorios con una densidad de población inferior a 10 habitantes por kilómetro cuadrado.

En la brecha de la sangría demográficaEn la brecha de la sangría demográfica - Foto: J. TajesEsa misma desgraciada distinción pesa sobre el 70% de los 2.248 municipios de Castilla y León, la Comunidad más castigada por la despoblación, donde mueren dos personas por cada una que nace, con la trágica excepción de 2020, cuando la proporción fue de casi tres por una debido al exceso de mortalidad por la pandemia. Salvando el intervalo de 2000 a 2010, encadena seis décadas perdiendo habitantes. Cerca de medio millón desde 1950 y 176.376 en los últimos doce años, concretamente, situándose así en 2.383.139, según el padrón oficial vigente, del 1 de enero de 2021. 

Mientras tanto, más de un millón de castellanos y leoneses (1.001.810 según el padrón de 2020) que emigraron tiempo atrás aún residen en otras comunidades españolas, aparte de los más de 180.000 que viven en el extranjero. Y en ese intervalo vinieron 261.705 personas de otros territorios por lo que, redondeando, salieron cuatro por cada una que llegó, en lo que a migraciones entre regiones se refiere.

El éxodo rural que empezó así a mediados del siglo pasado, con dirección a Madrid, País Vasco, Cataluña o Europa, apenas se ha detenido desde entonces. Y además, casi todos los que se quedan lo hacen en las capitales de la Comunidad o sus entornos, agravando el vaciamiento de sus provincias.

José Nieto, alcalde de Aguasal, se detiene a conversar durante un paseo por el pueblo.José Nieto, alcalde de Aguasal, se detiene a conversar durante un paseo por el pueblo. - Foto: J. TajesAguasal nunca fue un pueblo grande. Llegó a sumar 210 habitantes en 1910, se quedó en 172 tras la Guerra Civil, y aunque repuntó a 186, de 1950 a 1970 se quedó en la mitad (79). Otra mitad perdió en la década siguiente, y ya desde los años 80 no ha pasado de la treintena de vecinos. Una dinámica similar a la que ha seguido el conjunto de Castilla y León.

Sin vivienda asequible

Con sólo cuatro viviendas habitadas, ni una mañana de sol de invierno con cielo despejado atrae vida a las calles de Aguasal. Ni siquiera el coche de Google Street View ha pasado nunca por allí, pero basta un vistazo a las imágenes de satélite de Google Maps para ver la cantidad de tierra vacía y construcciones huecas (sólo con fachada y sin cubierta) que dominan su pequeña estampa aérea. Cerca de la plaza está a pie de calle quien es el alcalde desde hace 15 años, José Nieto, que ya tiene 81. No contaba con estar, pero ha venido de propio desde su lugar de residencia habitual en invierno, Olmedo, situado a apenas tres kilómetros, al saber de la visita. ¿Qué necesitaría el pueblo para recuperar actividad? «Hacer viviendas y traer vecinos para ocuparlas», responde sin adornos. «Por esta de aquí los que la compraron pagaron unos 15.000 euros y ahora piden 150.000», dice señalando una vieja casa baja sin rehabilitar que nada tiene que ver con el concepto de casoplón rural, aunque alguna de estas últimas también hay. «En ese otro hueco había cuatro casas que ya se tiraron hace años. En ese otro, una cantina y una sala de baile.Al otro lado, otra casa, después del Ayuntamiento otra, cuatro más que tampoco están ya al lado de la escuela...». Una escuela que cerró hace ya más de 50 años.

Es entonces cuando aparece Benjamín. Viene de pasear a los perros y va a dejarlos a casa antes de sumarse al paseo porque, «como no suelen ver a mucha gente, el grande sobre todo se pone nervioso». El primer recorrido es con el alcalde y termina en apenas un cuarto de hora: «No hay más», justifica, pero le ha dado tiempo de mostrar la Cárcava Grande, una laguna bien poblada de fochas. «Son como perdices pero gordas de narices», y acuáticas como los patos. Un bonito paisaje que deja postales especialmente atractivas en invierno, cuando la cencellada de los árboles contrasta con el azul del cielo y su reflejo en el agua, aunque tampoco desentona con los cambios del resto de estaciones. Suele atraer alguna visita, incluso novios para fotos de boda.

José Luis Rico, vecino de Aguasal y juez de paz, decidió mudarse al pueblo con su mujer durante la pandemia. José Luis Rico, vecino de Aguasal y juez de paz, decidió mudarse al pueblo con su mujer durante la pandemia. - Foto: J. TajesLo cierto es que las calles del pueblo no tienen mal aspecto. Sobre todo, teniendo en cuenta que el Ayuntamiento no dispone de más operarios de mantenimiento que el que le manda la Diputación de marzo a octubre. Tiene buen alumbrado, hay cobertura de teléfono e incluso internet, aunque algo inestable a falta de fibra óptica. Media docena de bancos que lucen como recién puestos, una mesa merendero... Ninguna papelera en todo el pueblo; y en la plaza, más contenedores que casas habitadas a diario (seis a cuatro). Al lado está la iglesia de San Pedro, rehabilitada hace poco más de 15 años, pero casi siempre cerrada. «Se abre cada 23 de abril, luego el día de San Isidro, y a partir de San Juan, los viernes o los sábados para decir misa», aprovechando que, según se acerca el verano, llegan algunos vecinos más.

Benjamín se suma al paseo para hacer otro recorrido. Su mujer no está porque todavía trabaja en Madrid: «Se vive bien aquí, si no ya me habría ido. Tranquilidad», aprecia pese a todo. «Además se han arreglado algunas casas, pero son de gente que sólo viene de jarana de vez en cuando». Él también estuvo buscando otras viviendas que comprar para alquiler, «pero las que hay se venden carísimas, sin control». «Por esa de allí me pedían 50.000 euros, cuando está para tirar y reconstruir, y 90.000 por otra que medio se cae».La suya tiene más de 150 metros cuadrados y le salió por sólo 54.000 «en pleno boom inmobiliario», así que al final la inversión en terrenos para casas turísticas la tuvo que hacer en un pueblo situado a diez kilómetros, Bocigas. 

Algo entiende de construcción y precios, dado que fue jefe administrativo en una de las principales empresas del sector hasta que lo despidieron en 2013. «A partir de los 55 no te contrata ni el Tato», de ahí que pocos años después terminara mudándose a Aguasal, y con alta de autónomo para hacer lo que surja. Incluida la valla de la Cárcava Grande, que vuelve a ser la escala más destacada en este segundo paseo por el pueblo.

¿Y qué piensa Benjamín que le falta a la localidad para recuperar población? «Pues primero que pudiera venir la gente», que tuviera donde mudarse, «y por supuesto servicios». No hay tienda grande ni pequeña, el panadero se jubiló hace mucho tiempo, no se acerca con regularidad ni la venta ambulante, y el último bar cerró también hace más de 40 años. Llegó a haber dos con otros tantos salones de baile, aguantando hasta finales de los 60, cuando el pueblo ya iba a camino de quedarse en una treintena de vecinos, «15 para cada uno».

Sin gente no hay servicios, sin servicios no hay gente, y después de dos recorridos sólo se han visto fochas, perros y un vecino de lejos, aparte de escucharse el canto de un gallo. «A estas horas no suele haber más», dice Nieto, cuando ya ha pasado el mediodía. Correo sí que hay, pero Benjamín cuenta que «hace un año más o menos» puso una reclamación tras recibir cuatro cartas de golpe:«Una era de hace casi un año, otra de hace seis meses, otra de hace tres, que era un vale de supermercado... Otro día que vino el cartero me dijo que es que este pueblo es muy difícil para las entregas», asegura. «¿Ves aquella casa? Ahí es donde suelen acabar las cartas», añade el alcalde mientras señala una con una plancha metálica en la puerta que deja espacio para depositarlas fuera de la vista. 

La visita se acaba, pero justo antes de marchar aparece otro vecino, José Luis Rico. ¿Qué tal vive por aquí? «Perfectamente» ¿No le falta de nada? «De momento no, mientras tengamos coche para ir a comprar... Por lo demás, los servicios municipales funcionan perfectamente». Eso sí, «internet mal, y con la televisión, a veces coges unas cadenas y a veces otras». 

El tiempo lo pasa en casa, de paseo por el pinar... Es el juez de paz, si bien hace «cuatro actas de defunción y poco más». ¿Y animaría a los urbanitas a mudarse al pueblo? « Yo creo que no hay ningún inconveniente porque una vez que tuviéramos más habitantes esto se montaría un poco más, y para los hijos se puede pedir transporte a las escuelas», recuerda. Pero para eso necesitarían vivienda asequible, como apuntaban el alcalde y Benjamín. 

Pueblos que ganan vecinos

En una Comunidad que lleva 70 años despoblándose, con apuradas excepciones como Burgos y Valladolid, que sin embargo no se libran de malas proyecciones demográficas para los próximos años (todas las provincias de la Comunidad apuntan a perder habitantes de aquí a 2035, según el INE), cuesta encontrar pueblos que crezcan de forma significativa fuera de los entornos de capitales. Uno de ellos es Fresnillo de las Dueñas (Burgos), que lleva 15 años seguidos al alza y en la última década ha pasado de 517 a 695 empadronados. Claro que, como recuerda su alcalde, Gustavo García, este municipio se ha beneficiado de su cercanía a Aranda de Duero, situada a 5,5 kilómetros; así como de la apuesta de un empresario local por promover en estos años «una buena oferta de vivienda», escalonada y por tanto «sin grandes crecimientos de golpe», en una zona donde destacan fábricas como las de Michelin, Pascual o la farmacéutica 'Glaxo' (GSK), que suman más de 2.000 puestos de trabajo. 

Con los ingresos derivados de las licencias de construcción, más la recaudación fiscal derivada de la llegada de nuevos residentes, el Ayuntamiento empezó a ganar también ingresos, y sumados a ayudas de Junta y Diputación, se pudieron costear nuevos servicios de guardería, instalaciones deportivas, un centro cultural, más agenda de ocio... «Pero yo creo que no ganamos más habitantes porque ya no hay tanta vivienda», advierte García, pensando más en el parque inmobiliario que no se usa que en hipotéticas nuevas promociones. «Es verdad que el pueblo ha crecido, pero hay propietarios que debido a eso piden precios abusivos, y luego hay gente que prefiere tener la casa cerrada todo el año para abrirla 15 días en verano, o que prefiere que se le hunda al 'inconveniente' de alquilar», añade, aparte de problemas relacionados con herencias que bloquean ventas. De hecho, a lo largo del último año ha mantenido contactos con «cinco o seis familias que estaban interesadas», y aunque intenta mediar, no siempre consigue resultados. Salvando distancias, sufre la misma falta de suelo o vivienda de Aguasal, sólo que el municipio burgalés ofrece más oportunidades de trabajo.

Por otra parte, la pandemia y el teletrabajo han reactivado la llegada de nuevos vecinos a algunos pueblos y eso se ha notado especialmente por el lado segoviano de la sierra de Guadarrama. Es el caso de Marugán, que en sólo un año ha pasado de 606 a 714 empadronados, según el último padrón oficial (el del 1 de enero de 2021), y todavía sigue sumando (747 a fecha del miércoles, aunque sin descontar bajas pendientes). «Ha venido un poco de todo, jubilados y gente en edad de trabajar, pero sobre todo familias de mediana edad con hijos adolescentes, y muchos procedentes de Madrid», resume la alcaldesa, Lorena Díaz. Allí sí que han tenido oferta disponible gracias a una urbanización que se empezó a desarrollar hace varias décadas y que todavía tiene parcelas sin edificar en fase de comercialización. Si después hacen falta más servicios, una vez se dispone ya de los esenciales, el resto llegan a este y a cualquier otro territorio, pero hace falta vivienda, además de oportunidades de trabajo, para que la Comunidad burle a un destino que de momento sólo la condena a seguir despoblándose.

 

 


 

EN EL «NÚCLEO DURO» DE LA DESPOBLACIÓN

Un estudio editado por Funcas en 2021 sitúa a Ávila, León, Zamora, Salamanca, Segovia, Palencia y Soria en el llamado «núcleo duro» de la despoblación en España,junto a Cuenca, Lugo, Orense y Teruel. Son las provincias que mayor sangría demográfica han sufrido desde el inicio del éxodo rural, a mediados del siglo pasado, hacia las zonas que se industrializaban. Bajo el título 'La despoblación de la España interior', en el informe se indica además que, excluyendo capitales y ciudades de más de 50.000 habitantes, las 23 provincias de la 'España despoblada' son las nueve de Castilla y León (incluyendo por tanto también a Burgos yValladolid), las tres de Aragón (Huesca, Teruel y Zaragoza), cuatro de Castilla-La Mancha (Albacete, Ciudad Real, Cuenca y Guadalajara), las dos de Extremadura (Badajoz y Cáceres), dos de Galicia (Lugo y Ourense), dos de Andalucía (Córdoba y Jaén) y La Rioja.

 

TRES AÑOS CON MÁS GENTE QUE VIENE DE LA QUE SE VA... 

Después de siete años consecutivos perdiendo población por ser más los residentes que se iban que los que venían, Castilla y León ha logrado encadenar tres con saldos migratorios positivos: 4.862 habitantes de ganancia neta por esta cuestión en 2018, 9.348 en 2019 y hasta 12.208 durante el primer año de pandemia (2020). Y aunque es cierto que quedan lejos las cifras de los años del boom migratorio, cuando la llegada de extranjeros disparó el balance positivo a 23.347 más llegadas que salidas en 2006 y hasta 31.768 en 2007, el cambio de tendencia no deja de ser significativo.

 

... PERO 33 AÑOS CON MÁS MUERTES QUE NACIMIENTOS 

El problema es que el buen balance de migraciones de los últimos años no compensa hasta el punto de revertir la deriva demográfica de una población que envejece y por ello pierde natalidad, al tiempo que la mortalidad no deja de aumentar. Castilla y León empezó a registrar más muertes que nacimientos (crecimiento vegetativo negativo) en 1988, 27 años antes que el conjunto de España, y la brecha es cada año más grande. Así, aunque el saldo de migraciones de 2020 fuera de 12.208 personas, ese año murieron 22.545 más de los que nacieron. Y aunque no se hubiera producido el exceso de mortalidad de la pandemia, esa cifra habría seguido siendo superior, unos 15.000.