Antonio Álamo

Antonio Álamo


Presión

04/11/2021

Ha bastado un poco de presión para que la organización del gran premio de Fórmula 1 de Arabia Saudí haya suprimido las normas de vestimenta que consideró de obligado cumplimiento. Al comunicado inicial le ha seguido, dos semanas más tarde, otro en el que contenido y formas muestran diferencias sustanciales porque no solo han desaparecido las normas restrictivas sino que además ofrece un tono conciliador en el que aquella tajante recomendación ha sido sustituida por una invitación «a respetar las sensibilidades culturales de Arabia Saudí cuando se esté en público».
La decisión del gobierno saudí, una monarquía absolutista hereditaria cuyos orígenes se remontan a Ibn Saúd, elimina de un plumazo una nueva controversia entre las dos visiones enfrentadas que Oriente y Occidente mantienen desde hace siglos y en las cuales se evidencian notables diferencias en la manera de afrontar el paso por el mundo. Si es un triunfo de Occidente (como opinarán algunos) o una concesión de Oriente (según otros) es lo de menos, ya que por encima de ambos puntos de contemplación –legítimos los dos- lo que queda son interpretaciones contrapuestas.
Son escasas las personas que en ambas sociedades rechazan el inmovilismo cultural, muy querido por quienes se encierran en una cosmovisión monolítica, pero hay algunas y tal vez concedan a este episodio el valor que se merece porque no pasa de ser un asunto de costumbres y no un choque civilizatorio. Una de ellas fue Edward Said (1935-2003), palestino, profesor de literatura en varias universidades estadounidenses, premio Princesa de Asturias 2002 y autor de Orientalismo (1978), un ensayo documentado y ameno cuya lectura ayudaría a ilustrar este supuesto antagonismo y los tópicos creados que subyacen.
Puede que el gobierno saudí haya considerado más rentable hacer concesiones en un terreno donde hasta ahora no acostumbraba, es una hipótesis, o puede que de repente decidiera occidentalizar hasta la vestimenta, máxime cuando la carrera se celebra en un lugar donde los 35 grados a la sombra desaconsejan ponerse una gabardina –era una de las recomendaciones- o taparse las rodillas para que la arena del desierto no las despelleje. Nunca lo sabremos, pero el detalle es bienvenido.