Una pérdida poco dolorosa

M.R.Y (SPC)
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La muerte del líder del Estado Islámico asesta un ligero golpe a un grupo yihadista cuya actividad sigue aumentando en Irak y Siria y que podrá seguir operando sin necesidad de tener una cabeza visible

Los milicianos del EI están redoblando los ataques para tratar de reconquistar el ‘califato’ perdido.

Cuando Abu Bakr al Baghdadi falleció, en octubre de 2019, el Estado Islámico (EI) apenas tardó unos días en anunciar a su sucesor. El grupo yihadista estaba en horas bajas y acababa de tomar el control sobre su califato, por lo que la muerte de su fundador solo podía acabar por llevarle al ostracismo. Dos años y medio después, el EI ha vuelto a perder a su líder -Abu Ibrahim al Hashimi al Qurashi se inmoló durante un operativo estadounidense llevado a cabo sobre su vivienda a principios de este mes-, pero la situación es diferente: lejos del carisma desplegado por Al Baghdadi, Al Qurashi era casi un desconocido entre los milicianos -no divulgó ni un solo vídeo suyo ni tan siquiera un mensaje de voz alentando a sus correligionarios- y la red terrorista está recobrando fuerzas tanto en sus antiguos feudos de Siria e Irak como en otras zonas del mundo.

Apenas unos días antes de la muerte de su líder, a finales de enero, el EI llevó a cabo en la provincia siria de Al Hasaka su operación de mayor envergadura de los últimos tres años: el asalto contra la prisión de Ghueiran, donde entre 4.000 y 5.000 prisioneros yihadistas se amotinaron con ayuda de otros compañeros en libertad y que, tras casi 10 días de intensa ofensiva, se saldó con cerca de medio millar de muertos.

El ataque recuerda al método empleado por los terroristas en la operación Rompiendo los Muros, que entre 2012 y 2013 permitió liberar a muchos de sus líderes a través de una serie de fugas que reforzaron sus filas y que derivó en una ofensiva relámpago en Irak en 2014 que posteriormente se expandió a Siria, lo que ha encendido las alarmas, ya que podría sugerir el inicio de una ofensiva a mayor escala.

Además, el grupo yihadista también ha reforzado sus capacidades con un repunte de ataques en las provincias iraquíes de Kirkuk, Diyala y Anbar, así como en la provincia siria de Deir Ezzor y el triángulo que componen Alepo, Hama y Al Raqqa, epicentro de las ofensivas terroristas en los últimos meses.

Y, por si no fuera suficiente, el EI ha expandido en los últimos dos años sus redes hacia África, especialmente en el Sahel, Mozambique y la República Democrática del Congo, además de elevar el pulso con los talibanes en Afganistán.

Descentralizado

Todo este despliegue podría sufrir un revés con la pérdida de su jefe de filas, pero los expertos coinciden en que, en caso de que haya un receso, este será temporal, puesto que la figura de Al Qurashi apenas ha sido determinante en estos años, ya que la organización terrorista se ha vuelto tan descentralizada y dispersa que un cambio en su liderazgo tendrá pocas consecuencias y el grupo seguirá con su crecimiento.

A la espera de conocer a su próximo califa, el Estado Islámico podría estar pensando, precisamente, en intensificar sus operaciones para alzar la moral de sus miembros. Sobre todo en Afganistán, donde la inestabilidad política ha dado alas a los terroristas y su líder, Sanaullah Ghafari, está cobrando especial protagonismo por la virulencia de sus ataques. Hasta el punto de que Estados Unidos acaba de ofrecer una recompensa de 10 millones de dólares -unos 8,5 millones de euros- por información que les ayude a dar con su paradero. La misma cifra que pusieron por datos de Al Qurashi, cuyo legado será el de cientos de células dispuestas a operar en cualquier momento para tratar de recuperar el terreno perdido.