Julio César Izquierdo

Campos de Tierra

Julio César Izquierdo


Pasión

02/04/2022

La del silencio, la del penitente que se santigua al llenar el depósito de su vehículo, con la mirada cómplice y condescendiente del gasolinero, resignado, sin decirte nada. Es lo que hay. Cansado del chiste de «ahora sí que puedo decir que consumo artículos de lujo». En fin. A lo mejor hoy es un recuerdo. O has decidido cambiar tu coche por uno eléctrico, pero resulta que cuesta una pasta y tampoco sabes hasta dónde llega la red de recargas. Quién sabe, dice Tiburcio, tal vez sea mejor tirar de bicicleta y programarte la vida por etapas. A fin de cuentas, lo importante es el camino, más que la meta. Así estamos, con la Cruz a cuestas porque estamos en un valle de lágrimas y la abogada nuestra no da de sí a meter demandas. Hay tantos juicios de valor que cada uno tiene el suyo y resulta complicado que las partes lleguen a ningún tipo de acuerdo. Pero no hay que perder la pasión y mucho menos la ilusión. Para ello siempre quedarán, aunque sean en la retina del recuerdo, los polvos del Sahara, efímeros y aéreos. La vida es así, nuestros locos años 20, con un charlestón de transportistas que braman porque no salen las cuentas, con agricultores que reclaman un mundo rural y agrario más equilibrado, con unos cazadores a los que algunos quieren ningunear y condenar al ostracismo. Con ciudadanos de a pie que siguen cobrando lo justito y que ponen una vela a Dios y dos al diablo, que nunca se sabe, esperando que las descargas sean las de reavivar la llama de la esperanza o el pálpito del corazón. Porque se necesita mucho amor y el señor Puente ya no está para llegar con la caravana. Vaya, seremos cofrades de nosotros mismos para expiarnos sin que nos vigilen los controles de tanta sincronización digital. Y en éstas, miras a tu perro y te planteas si tendrás que hacer un curso para su paseo o su capa. Y haremos de todo un sayo, sin ensayo, pues el teatro de la vida tiende a ser más lanzado, pertinaz y osado que la propia ficción. Así, que nos bendigan y perdonen nuestros pecados, a la par que damos cobijo a los que tuvieron que dejarlo todo por una maldita guerra. Barrunto que tendremos que seguir reflexionando y entonar con golpe en el pecho el mea culpa. Todo grabado a un fuego de bajo consumo que el ayer caduca.

ARCHIVADO EN: Teatro, Sáhara