La cuadrilla del bronce

Fernando Pastor
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Los vecinos de Valoria la Buena eran víctimas propicias de las bromas que gastaba este grupo de amigos

La cuadrilla del bronce

Bromas y picias era algo sumamente habitual en todos los pueblos, como ya contamos aquí largo y tendido.

En Valoria la Buena campaba una cuadrilla de amigos conocida como la cuadrilla del bronce, a cuyos componentes no se les ponía nada por delante a la hora de hacer bromas.

Al igual que muchas otras cuadrillas, eran adictos a las meriendas en las bodegas, convertidas así en escenario de algunas de sus fechorías. Como cuando invitaron  a merendar a Asadio unas gallinas riquísimas, de las que él mismo era el dueño pero no lo sabía. Todo vino porque a Asadio le gustaba presumir de que en su corral no entraba nadie a robar debido a que tenía un perro guardián de categoría. Para bajarle los humos de tal presunción, se saltaron la tapia del corral y le robaron las gallinas sin que el perro lo impidiera. Durante la merienda le espetaron «come, come, que son tuyas».

La cuadrilla del bronceLa cuadrilla del bronceTras otra merienda, celebrada en la bodega de Benjamín, otro miembro de este grupo, Julito, un chico con gran sentido del humor, se encaramó a la parte alta de las escaleras y se puso a predicar, improvisando, ante la carcajada de los presentes. 

Gustó tanto el discurso que otro día al salir de la novena se subió a la base de una columna y también improvisó un discurso en que entre otras ocurrencias proclamó «habéis de saber que el papa Pío XII nació en el gallinero Mindolo». Mindolo era un hombre que puso unos gallineros en Valoria.

Paseando por la calle varios componentes de esta cuadrilla del bronce, escucharon una agria discusión entre el alcalde y la señora Canuta, que le estaba cantando las cuarenta. De primeras se quedaron escuchando, pero cuando la señora finalizó su tremenda perorata dirigida al regidor, uno de ellos exclamó «¡bien, tía Canuta!», dando al mismo tiempo con el puño en la ventana de la casa del alcalde, rompiéndole el cristal. 

Durante las fiestas, por la noche, cuando las atracciones se encontraban ya cerradas, desmontaron los caballitos del tío vivo, los cogieron y  los desperdigaron por distintos puntos del pueblo.

Santia, miembro de esta singular banda, era especialmente bromista. Cuando iban en grupo a algún pueblo preguntaba dónde estaba la boca de metro, o el puerto de mar.

En Nochevieja organizaban simulacros de combates de boxeo en el bar del cine. Colocaban cuatro bancos delimitando el ring, los chicos que hacían de boxeadores se ponían en calzoncillos y cuando caían se rebozaban en un suelo totalmente embarrado. Santia hacía el papel de masajista, y para dar masajes abría botellas de ponche y se lo echaba a los que boxeaban.

¡¡LOS HAS PELADO MAL!!.

En Royuela de Río Franco (Cerrato burgalés), un Viernes Santo le robaron cinco pollos a la señora Antonia. Esta se puso como loca y emprendió camino a la iglesia para hablar con el sacristán, a la sazón juez de paz de la localidad. Pese a que cuando llegó se encontraban realizando los oficios litúrgicos, gritó «¡¡señor juez, que me han robado cinco pollos!!». El sacristán le dijo que se callara, que cuando acabaran los oficios la atendería. Mientras tanto, la señora Antonia, que seguía enfurecida, se encaminó hacia las bodegas para pasar ante la puerta de todas ellas por si en alguna olía a pollo, señal de que se los estaban merendando. Al pasar junto a una casa escuchó decir «¡¡los has pelado mal!!» y se dijo a sí misma que con toda seguridad ahí estaban sus pollos. 

Volvió a buscar al juez y le dijo «venga  conmigo, que ya sé donde están los pollos». Se dirigieron a esa casa, llamaron, y cuando abrieron el juez les dijo «a ver, que le habéis robado cinco pollos a la señora Antonia». Los de la casa respondieron «nosotros no hemos robado nada». El juez insistía: «pues ella os ha oído decir que les habíais pelado mal». Ellos asienten: «si señor, hemos dicho eso, pero eran huevos, que hoy no se puede comer carne, que es Viernes Santo». Y mostraron los huevos pelados, quedándose la señora Antonia con tres palmos de narices.

En Royuela a veces hacían bromas pesadas: tocar la bocina de los coches estacionados, abrir las espitas de las fuentes públicas, romper a pedradas los cristales de ventanas y balcones, incendiar pajares, apagar farolas, llamar a las puertas, etc.

En cierta ocasión, una cuadrilla fue a pescar y llevaron filetes en una fiambrera. Uno de sus miembros tenía tareas que hacer y por ello fue más tarde. Los demás comieron y le dejaron filetes en la fiambrera para que diera cuenta de ellos cuando llegara. Mientras tanto se metieron desnudos en el agua para pescar. Cuando sentían ganas de ventosear salían, lo hacían en la fiambrera y cerraban la tapa para que no saliera el olor. Cuando llegó el que faltaba y se dispuso a comer manifestó que eso filetes estaban podridos, que olían muy mal. Sus amigos le dijeron que cuando habían comido ellos estaban buenos, pero que no cayeron en dejarlos a la sombra en una junquera y quizás por el calor se habían puesto malos. Así que el recién llegado se quedó sin comer.