Antonio Álamo

Antonio Álamo


Preguntas

08/09/2022

Cuando se publique esta columna tal vez el eco de las intervenciones del presidente del Gobierno y el líder de la oposición en el Senado esté en fase decreciente y carezca de interés. Excepto en las tertulias, que hay que llenar el tiempo como sea. La lógica basada en la inmediatez de las noticias periodísticas, eso sí, invita a suponer que ayer miércoles coparían portadas de periódicos y aperturas de informativos en radios y televisiones, con lo cual a estas alturas de semana lo que dijeran uno y otro puede que ya importe muy poco a la mayoría de la población, pendiente de otros muchos asuntos entre los que tal vez destaquen la vuelta al colegio, el balance de las fiestas patronales, la factura del gas, la inflación, la sequía y las subiditas de precios en todo tipo de productos.
Es momento pues, una vez acabados el debate en el Senado, el jolgorio y las fiestas patronales, de tomar un pequeño respiro para poder afrontar otoño e invierno con cierta tranquilidad de espíritu. Hacer un descanso siempre viene bien porque, además de interrumpir lo que quizá sea un trabajo farragoso, supone un cambio de aires un tanto doméstico que resulta beneficioso. Las opciones a nuestro alcance son abundantes… tumbarse a la bartola, leer, ver caer las hojas, quedar con amistades, pasear por las orillas de los pantanos casi secos, hacer penitencia (bastaría con observar los contenidos de algunos telediarios), escuchar música o -alternativa puramente contemplativa- mirar al horizonte. También podríamos hacernos preguntas mentalmente.
Por ejemplo, ¿Por qué nos interesa tanto Ucrania desde que ha sido invadida? ¿Interesa porque pretendíamos convertirla en una democracia al estilo de las europeas o porque no pasa de ser otro territorio más donde expandir nuestros mercados? Y otra pregunta,  ¿Quiénes y en qué medida van a pagar el precio del «desgaste de Rusia como potencia mundial» –expresión acuñada ante la prensa por uno de los dirigentes políticos de nuestro principal socio-, los ciudadanos de su país o los de los países europeos? Tiene su gracia que olvidemos aquello de la paz que iba a «proporcionar a todos los hombres de todos los países una existencia libre, sin miedo ni pobreza». Véase la Carta Atlántica.