Carmen Arroyo

La Quinta

Carmen Arroyo


Comenzó un domingo 

30/09/2021

Escribo estas líneas para Diario Palentino. Martes, 28 de septiembre, la desolación que comenzó a sembrar la lava expulsada desde el centro del volcán, dormido hasta entonces, lengua de fuego, igual que plaga bíblica, no ha dado tregua a los habitantes de La Palma. Y continúa causando tragedias ante las que los damnificados sufren, lloran, mostrando su dolor sin límites, ante la impotencia y la pérdida de todo cuanto, antes, era suyo: hogar, cultivos, medios de existencia, recuerdos, colegio, centros de salud, negocios familiares, toda su vida arrancada de cuajo, sin vuelta atrás. Imposible de recobrar la paz, la felicidad, la alegría de compartir con quienes desde siempre fueron vecinos, amigos, conocidos. Ahora están haciéndose fuertes frente al dolor compartido, el dolor que los une. Tan solo en los cinco primeros días 5.900 personas tuvieron que ser evacuadas. Familias que, generación tras generación, habían habitado el mismo lugar.
Para muchos, este desgraciado suceso se ha convertido, simplemente, en fuente inagotable de vídeos y de hermosas fotografías que están siendo enviadas a cualquier parte de nuestro planeta. Es cierto que la belleza de ese volcán sea reclamo para tantos seres. Yo me pregunto: ¿qué pensarán los 84.000 habitantes de La Palma? Muchos de ellos sufren porque están viviendo este tiempo sumidos en una impotencia que sale por los poros de la piel, rompe la garganta y se vuelca en lágrimas que duelen, incluso a quienes estamos lejos y miramos. Hasta ahora no hubo víctimas.
El Gobierno ha obrado bien prometiendo los dineros precisos para atenuar tanto daño. Por mucho que sea, nunca será lo suficiente para paliar lo que tantos habitantes ya no tienen. Pero si, además, se pierde tiempo hasta que las ayudas lleguen, será más sufrimiento añadido al que ya aceptaron, impotentes, como seres frágiles ante la irracionalidad de la Naturaleza. Lejos de allí, numerosos jóvenes se han manifestado de nuevo para hacernos recapacitar de nuestra desidia y falta de interés en proteger al Medio Ambiente, que cada vez dañamos más con nuestro egoísmo de acaparar más y más y generar con nuestras compras compulsivas más y más residuos. Los excesos se pagan, antes o después. Quizá deberíamos hacer un examen individual y tener la valentía de reconocer cuánto podemos y deberíamos hacer para evitar ese deterioro y, sin embargo, dejamos aparcado ese santo deber de proteger lo que, además, hemos de dejar a quienes nos releven en esta etapa de nuestra corta vida.