Antonio Álamo

Antonio Álamo


Amarillo

03/03/2022

Horas después del comienzo de la invasión de Ucrania, asunto cuyos entresijos serán desvelados por historiadores y no por tertulianos, se hacía público que parte de la obra pictórica de Joan Miró ha sufrido desperfectos considerables. Por lo visto, 26 de sus obras muestran un notable deterioro debido a la pérdida de brillo y luz de uno de sus colores favoritos, el amarillo de cadmio. Un análisis exhaustivo de todos los pigmentos empleados en sus obras ha permitido saber que la degradación de esa tonalidad, visible también en piezas de Picasso y Matisse, guarda relación con el método de fabricación, con otros factores en los que no se repara e incluso con las condiciones ambientales de los lugares donde las pinturas han pasado las últimas décadas. No es nada nuevo.
Resulta curioso, eso sí, porque la pintura tiene una trastienda cuya existencia apenas se conoce. El espectador suele quedarse con las impresiones que recibe de la imagen o el simbolismo que pueda ofrecer, pero se olvida de frecuentarla. Sin embargo, cuando alguien se adentra descubre un mundo inimaginable, capaz de llevar de una historia a otra sin posibilidad de descanso alguno. Ahí puede verse cómo el caso del amarillo de cadmio no es más que una consecuencia no deseada en uno de los procesos de fabricación de colores. Y en ese recinto también se halla una ilustración sobre el misterio del viraje al verde del azul de Prusia, solucionado sustituyendo un pigmento por otro. Y en otros lugares de ese aposento se encontrará una explicación a la oscuridad de las obras de algunos clásicos… las de Zurbarán y Ribera, ennegrecidas debido al uso del betún y al exceso de vehículo graso, o las de Nonell, cuarteadas por el abuso de los secativos.
El mundo de las emociones, cuya utilidad es incontestable, es lo que tiene, que a veces nos embelesa a la vez que nos incapacita para adentrarnos en la trastienda y observar el interior con cierta curiosidad, con la misma que tuvo Vermeer para interesarse por un pigmento basado en el lapislázuli de Afganistán del que obtenía ese azul ultramar que todavía se contempla en sus obras. Esa carencia para ir más allá del ámbito emocional se asemeja mucho a los efectos de la anestesia. De la anestesia social.