La sociedad española está profundamente cansada. No sé si como otras, pero lo está. Es curioso. Conversaba un grupo varonil, por cierto, muy acalorados ellos echaban la culpa de nuestros males con algún que otro taco añadido a la política de altos vuelos; la que no baja a la arena cuando debe; ni parece, en general, querer dar ni muchas ni pocas explicaciones. 
Con una Sanidad saturada, servicios básicos eliminados en pueblos y ciudades,  personas sin hogar, la soledad de otras muchas, desempleo, hambre y la desunión familiar por aquello de «donde no hay fariña hay riña» la salud mental escala puestos, los suicidios se disparan, robos y engaños proliferan bajo mil artimañas, el mercadeo público de cabecera no cesa... Menos mal que los paraísos fiscales enseñan geografía. 
Que cierta clase política haga diferencias entre ciudadanos y se enquiste a base de indigna propaganda amarga muchas vidas con  males, que si no se remedian pronto serán endémicos. Sin embargo, separatistas y socios del Gobierno dominan la escena española a capricho; deciden por todos, piden y reciben cuanto quieren por su habitual posición privilegiada y vía twitter, sin rubor se burlan del resto por sus éxitos. ¡¿Dónde están esos leales dirigentes si desde el propio Gobierno envían a una vicepresidenta-ministra para que «seduzca a ERC» sobre lo que tengan entre manos?! Y como todo el campo es orégano, esta señora les ofrece «reforzar la Inspección de Trabajo» mañana, será otra cosa, y si una negociación fracasa, otra saldrá bien. Y así, con la humillación a cuestas andan los cambalaches.  
Todo compite por encontrar su lugar y, Castilla y León, debería buscar el suyo; defender y exigir el lugar que por derecho le corresponde. Si todos, y me refiero a las CC.AA con deseos de no apagarse, de ser algo y prosperar dentro de este país se unieran y dieran un buen zapatazo sobre la mesa como dicen que «hizo» Nikita Jrushchov tal vez… Pero no. Los que compiten por las CC.AA solo piensan en que se vaya aquél para ponerse él. Hasta hoy, en Castilla y León a las promesas inalcanzables de algún candidato se añade excesiva propaganda. Y eso, no convence.