«Espero que coloque la obra de Palencia donde merece»

Carlos H. Sanz
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En 2018, esta filóloga medievalista argentina se topó con un hallazgo que ha cambiado la historia de la lexicografía: el primer diccionario de la lengua española. Fue obra de un humanista nacido en esta provincia en 1423: Alfonso Fernández

Cinthia Hamlin nació en Buenos Aires en 1983 y es investigadora en Conicet (Secrit) y profesora de la universidad de Buenos Aires. - Foto: Daniel Panateri

Cinthia Hamlin nació en Buenos Aires en 1983. Es licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires (2007) y doctora en Letras, con especialidad en Filología Medieval, por el mismo centro (2013). En la actualidad trabaja como investigadora adjunta del Conicet, con sede en el Secrit (Seminario de Edición y Crítica Textual Germán Orduna) y como profesora de Literatura Española Medieval en la Universidad de Buenos Aires y de Literatura Italiana en la Universidad Nacional de La Plata. Desarrolla un proyecto de edición de la traducción del Infierno de Fernández de Villegas (1515), trabajo ecdótico -disciplina que, entre otras cosas, estudia las relaciones de parentesco entre manuscritos que transmiten el mismo texto, y que está motivado por las sucesivas copias- enmarcado en un estudio sobre las problemáticas de edición de un texto traducido y los modos de producción y dificultades típicas de los primeros años de la imprenta. 

En 2019, la Universidad de Valencia editó su libro Traducción, humanismo y propaganda monárquica. La versión glosada del Infierno de Pedro Fernández de Villegas (1515), PUV, Colección Parnaseo, y ha publicado diversos artículos relacionados con la traducción y tradición exegética de la Divina Commedia durante la Edad Media y el Humanismo español, así como también sobre las influencias dantescas en Santillana e Imperial (Academia). Participa en calidad de investigadora de numerosos proyectos, entre los que destaca el PIP que dirige junto a Juan Fuentes, Aproximación a la problemática de los romanceamientos castellanos medievales (siglos XIII-XVI): los aportes de la Ecdótica y los Estudios de Traducción (Translation Studies). Desde el 2020, es miembro del equipo de trabajo del proyecto Catálogo de obras medievales impresas en castellano (1475-1601): libro antiguo y humanidades digitales (PID2019-104989GB-I00), cuya investigadora principal es María Jesús Lacarra (Universidad de Zaragoza). El equipo se encarga de la base de datos de impresos antiguos Comedic (https://comedic.unizar.es/) . Desde el 2020, asimismo, es miembro del equipo editorial de la revista Medievalia (Unam).

 

¿Cómo llega una investigadora argentina a descubrir el diccionario castellano-latín más antiguo del mundo?

En febrero de 2018, llegué a la Firestone Library de Princeton University con el objetivo de estudiar el ejemplar de la traducción del Infierno de Fernández de Villegas (Burgos, 1515) que allí se conserva y estoy editando. El curador de la Rare Books and Special Collections, el Dr. Eric White, se acercó con un tomo del Universal Vocabulario en latín y en romance (UV) de Alfonso de Palencia -un diccionario a dos columnas, que en la izquierda es un diccionario latino monolingüe y en la derecha presenta una traducción al castellano- y me comentó que, insertos al comienzo y al final, se encontraban dos folios de un vocabulario castellano que no pertenecían a dicho ejemplar y que nadie todavía había logrado identificar. Son pocas las veces que un investigador se cruza con material no identificado y potencialmente importante, son menos las que te llega prácticamente en bandeja. Agradecida por la generosidad de Eric White, me fui de Princeton fascinada por estos folios, con varias fotos y un nuevo objetivo.

 

¿Cómo eran esos dos folios? ¿Qué tenían de especial?

En cuanto a los folios en cuestión, el primero, ubicado en el lugar del folio 1 del ejemplar princetoniano del Universal Vocabulario en latín y en romance (UV), transmite en el verso un prólogo a dos columnas, la primera en castellano y la segunda en latín, en el que un autor anónimo dedica su «vocabulista» -así lo denomina él- a la reina Isabel la Católica. Por su ubicación, este prólogo parece estar en reemplazo del argumentum también a dos columnas pero primero en latín y luego en castellano que se encuentra en el folio 1 (verso) de todos los otros ejemplares del UV, aunque no en este. Es decir, el ejemplar se ve que padeció una pérdida del prólogo original -era normal en los libros antiguos que se perdieran las primeras hojas, al estar en contacto más directo con el exterior- y fue reemplazado por este prólogo seguramente para vender el ejemplar como completo, prólogo que es de formato similar aunque la lengua de sus columnas es inversa. 

La segunda hoja, guardada al final del ejemplar (después del folio 313), recoge 77 entradas del vocabulario castellano-latino al que se refería el prólogo: desde el lema apuesta hasta arcaz en el recto y desde arco hasta arreboçar en el verso.

 

¿Qué hizo cuando regresó a su país? ¿Cómo avanzó la investigación?

A mi regreso a Buenos Aires comenzaron los avances. Gracias a los aportes de White contaba ya con la identificación tipográfica: Ungut & Polonus (Sevilla), Type 3:95G, tipografía gótica utilizada entre 1491 y 1493, aunque en este año hay pocos testimonios, ya estaba dejándose de usar. Del análisis del prólogo pude extraer otro dato: la Reina Isabel es allí referida como «Reyna de Granada» y, por tanto, la Conquista de Granada en enero de 1492 debía establecerse como punto temporal desde el que fechar. Así, este incunable sevillano tuvo que imprimirse entre 1492 y 1493 -fecha en que, como ya dije, estos tipos gráficos estaban casi en desuso-. Revisé todos los impresos conocidos de Ungut y Polonus y llegué a la conclusión, que ya es en sí importante, de que me hallaba ante un incunable desconocido. Descartada, gracias a un estudio lexicográfico exhaustivo, cualquier tipo de relación con los vocabularios impresos en la época (Nebrija y Santaella), mi colega del Secrit, el latinista Juan H. Fuentes, ofreció el dato que llevó al próximo avance: la existencia de un anónimo vocabulario del s. XV que se transmite en el manuscrito ESC f-II-10, y fue editado en el 2007 por MacDonald. 

La sorpresa fue inmediata: el contenido de los folios 16 (verso) al 18 (recto) coincidía exactamente -con las consabidas y mínimas variantes-, con nuestro fragmento. El testimonio manuscrito, además, transmite el vocabulario aparentemente de forma completa, de la A a la Z, aunque sin prólogo. En consecuencia, las dos hojas en cuestión prueban que dicho vocabulario llegó a la imprenta, por lo menos parcialmente, y fue dedicado a la Reina Isabel. Representan, pues, el testimonio de un incunable sevillano hasta ahora desconocido. Este descubrimiento tiene una importancia doble: más allá de la novedad que implica la identificación de los folios, las fechas de producción que se pueden establecer permiten afirmar que nos encontramos ante el primer vocabulario español-latino, anterior al Vocabulario español-latín (VEL) de Nebrija que -según la hipótesis más avalada por la crítica- salió a la luz entre 1494 y 1495.

 

¿Fue una investigación complicada? ¿Hubo muchos obstáculos que solventar?

Dada la importancia del descubrimiento, la posterior investigación llevó por diversos caminos: desde las descripciones materiales de los testimonios hasta la reconstrucción del hipotético incunable; desde el cotejo de ambos textos hasta las conclusiones sobre su filiación; desde un estudio lexicográfico del Vocabulario Anónimo (VA), hasta la identificación de lemas que representan la primera documentación de un término castellano; desde la identificación de sus fuentes lexicográficas latinas, hasta la conclusión de que el vocabulario es un work in progress; desde las preguntas por el estado fragmentario del incunable, hasta la posibilidad -descartada- de que se trate de una prueba de imprenta. Esta investigación se extendió aproximadamente un año y la dimos a conocer a finales del 2020 en Hamlin-Fuentes, Folios de un incunable desconocido y su identificación con el anónimo Vocabulario en Romance y en Latín del Escorial, Romance Philology, 74,1: 93-122. 

 

¿Y cómo descubrió que el autor de ese vocabulario era Alfonso Fernández de Palencia?

La segunda parte del descubrimiento, la del autor, partió primero de la intuición que tuve al encontrarme con el prólogo, cuyo estilo, fórmulas de tratamiento de la reina y formato lo hacen muy similar a los otros prólogos de Palencia. La intuición se fue acentuando a medida que estudiaba el vocabulario, cuyo método lexicográfico varía notablemente del de lexicógrafos coetáneos como Nebrija y Santaella y, sin embargo, es exactamente el mismo que el de Palencia en el Universal Vocabulario en latín y en romance. Tenía también el dato material sumamente sugerente de que el folio que conserva el prólogo anónimo aparece insertado en un ejemplar del UV, para reemplazar su argumentum. 

Siguiendo esta hipótesis, me dediqué, en un primer momento, a un cotejo de los lemmata (es decir, las palabras que se definen) del VA, el UV y los diccionarios de Nebrija en una cala de la A a la H. La correspondencia entre término latino y equivalencia castellana del Vocabulario Anónimo y el Universal Vocabulario  resultó ser de casi el 76%, a lo cual se sumó la particularidad de que términos latinos que suelen variar ortográficamente coinciden en su representación en el primero y el segundo, mientras difieren de las formas gráficas utilizadas por Nebrija para esos mismos términos. En un segundo momento, me dediqué a un exhaustivo cotejo de las citas de auctoritates (como Virgilio, Terencio, Cicerón) que tanto el VA como el UV insertan numerosas veces y que, en la mayoría de los casos, coinciden. La intención fue, por un lado, intentar identificar las fuentes utilizadas y, por el otro, analizar su tratamiento, con vistas a tener más argumentos para una posible identificación autoral. El resultado fue sumamente positivo: identifiqué errores comunes en citas iguales -es decir, citas coincidentes que se introducen para ejemplificar el mismo término latino-, los cuales no se registran en ninguna de las tradiciones textuales de las fuentes lexicográficas posibles y que, casualmente, ambos vocabularios comparten. En ecdótica -esa disciplina que, entre otras cosas, estudia las relaciones de parentesco entre manuscritos que transmiten el mismo texto- el error conjuntivo es lo que prueba la filiación. Aclaro que hay varias pruebas de que el VA trabaja independientemente y no está utilizando al UV como fuente (y viceversa): es decir, ambos vocabularios trabajan independientemente con las exactas mismas fuentes en los mismos lemas. Toda esta investigación, que acaba de salir en el BRAE en 2021 (Hamlin, ‘Alfonso de Palencia: ¿autor del primer vocabulario romance-latín que llegó a la imprenta?’, Boletín de la Real Academia Española, T.101, c. 323, 2021) ofrece varias pruebas de peso que permiten identificar al autor.

En conclusión, estos dos fragmentos identificados en la Princeton University Library como testimonios de un incunable desconocido, demuestran que el vocabulario que se transmite en el manuscrito escurialense f-II-10 se imprimió en Sevilla en 1492 y que se trata, por tanto, del primer vocabulario castellano-latín que llegó a la imprenta, antes del Vocabulario español-latín de Nebrija. Además, el prólogo que transmite uno de los fragmentos ofreció datos que impulsaron a ahondar en el problema de la autoría del anónimo vocabulario y concluir que acaso se ha identificado también una nueva obra lexicográfica de Alfonso Fernández de Palencia.

 

¿Qué supone este descubrimiento para España y para la historia del castellano? ¿Desmerece en algo la obra de Nebrija?

Supone, por un lado, adelantar unos años un hito cultural que ya posicionaba a España en la vanguardia lexicográfica frente al resto de Europa. Luego del UV de Palencia (1490), primer diccionario en toda Europa en el que se incorpora una lengua romance -en esa segunda columna donde se traduce del latín-, teníamos el Dictionarium de Nebrija (1492), diccionario latín-español, y luego el Vocabulario español-latín de Nebrija, que era hasta ahora el primer diccionario en el que una lengua romance era la lengua de partida (1494-5), es decir, un diccionario ya español por definición. Seguiría el Calepino, publicado en Italia en 1502, también bilingüe, aunque allí el toscano no es la lengua de partida, sino la de llegada (es un diccionario latín-italiano). Luego del Calepino, volvemos a España con otro diccionario que tiene al castellano como lengua de partida: el Vocabulista arábigo en letra castellana (1505) de Pedro de Alcalá (castellano-árabe), el cual sigue la estela de Nebrija, como se señala en su prólogo. El descubrimiento de este Vocabulista romance-latín de 1492, por tanto, no hace más que reafirmar el lugar preponderante que, en una de las disciplinas más importantes de los estudios humanistas de la época -el estudio y enseñanza de la lengua- tuvo España. Al annus mirabilis que representa el 1492, entre cuyos hitos culturales más remarcables tenemos la publicación de la primera Gramática castellana, obra de Nebrija, tendremos ahora que sumarle el del primer diccionario de nuestra lengua que es, a la vez, el primer diccionario en lengua romance de toda Europa. Aunque se trate de una obra con detalles inconclusos (a Palencia lo sorprendió la muerte en marzo de 1492) presenta una riqueza lexicográfica que la hace ser un objeto inestimable para el estudio de la historia de nuestra lengua: en sus definiciones presenta no solo las equivalencias en latín, sino también sinónimos, derivaciones, familias de palabras, etimologías griegas y latinas; se recopilan y explicitan términos de origen arábigo; tenemos lemas pluriverbales, algunos compuestos por sinónimos -desdén o desfraço o desgayre- y otros en los que lo que se define no es una palabra sino toda una expresión: en la c, por ejemplo, tenemos cocho en vino.

Son de importancia también las primeras documentaciones de términos: es decir, la primera vez que se registra el uso de una palabra en castellano. Es una obra que merece un estudio realmente profundo. Claro que este descubrimiento no desmerece la obra de Nebrija, no solo por lo que representa su Gramática en términos de establecimiento y regulación del castellano -y porque es, a su vez, la primera gramática de una lengua romance-, sino porque su propio VEL presenta características innovadoras respecto de la tradición lexicográfica medieval y porque, además, será el modelo que tendrán los vocabularios posteriores, como el de Pedro de Alcalá e incluso el Calepino. Espero, sin embargo, que este descubrimiento contribuya a ubicar a Palencia y a su obra en el lugar que merece dentro de la revolución lexicográfica que comenté al comienzo. 

 

Alfonso Fernández de Palencia no es un personaje demasiado conocido aquí, en la tierra que lo vio nacer. ¿Quién era y cuál fue su papel en la historia? ¿Cuál es su importancia?

Bueno, no soy historiadora como para responder con profundidad esta pregunta, ni me he especializado en su obra más allá de estudiar la última parte de su vida, es decir, la etapa en la que confecciona sus obras lexicográficas. Sí puedo decir que su rol más importante en la historia de España, al menos política, fue el de ser cronista real y secretario de Enrique IV -del que, sin embargo, fue detractor en favor del infante Alfonso-y, luego, de Isabel la Católica, a quien ayudó en las negociaciones que llevaron a su casamiento con Fernando de Aragón. Participó, de hecho, en numerosas embajadas y negociaciones políticas de importancia. En términos culturales, puedo decir que fue uno de los grandes humanistas de su tiempo, discípulo de otro gran humanista, Alfonso de Cartagena, y que luego se formó en Italia, como correspondía, en diversas disciplinas humanísticas. De esto da cuenta toda su obra, en latín y en castellano: tenemos desde su vasta producción historiográfica (anales, crónicas) que le mereció la fama de uno de los mejores historiadores del siglo, hasta piezas literarias (La batalla campal de los perros contra los lobos, fábula alegórico-política que escribió en latín y luego tradujo), epístolas latinas y traducciones de textos de diversos géneros. Por último, se dedicó, como otros grandes humanistas, al estudio de la lengua latina, con una obra como el De sinonymis -tratado lexicográfico latino realizado en c. 1472 e impreso en 1491-, y fue pionero en el desarrollo lexicográfico del castellano, con ese primer avance que representaba el UV, en tanto primer diccionario que, aunque latino, incorpora el castellano como traducción y, como sabemos ahora y es mucho más importante aún, con el primer diccionario del castellano propiamente dicho.