OPINIÓN: Chatarrería moral

Sari Fernández Perandones
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Me precio de haber vivido años de tolerancia entre nosotros y entre nuestras diferencias políticas, pero ahora confieso, siento mucha tristeza, y cierta desolación.

OPINIÓN: Bajo los estragos de la pandemia, entre las víctimas mortales, los  malheridos, las secuelas mentales, el dolor, el miedo, la ruina económica de tanta gente, el sufrimiento general de todos a causa de aquel tsunami inesperado, nos quedan los restos bajo los escombros, que poco a poco afloran en esta nueva vida que es la post-pandemia.

No es agradable lo que vamos encontrando, lo que se ha ido fraguando lentamente entre la oscuridad anímica de un pueblo deprimido y silente, que como es lógico tenía como preocupación primera su salud y la de los suyos.

El desconcierto general, y la improvisación ante la dimensión de una catástrofe de magnitudes no conocidas desde hace unas generaciones, se comprende y se asume. Más difícil es recoger los cascos rotos de aquello que componía nuestra estructura moral.

Todos necesitamos que alguien nos guíe, nos explique, nos dé seguridad, alguien con esa autoridad que emana del prestigio personal que se basa en la verdad, el servicio generoso al pueblo, y la responsabilidad.

Y por ello,  nos hemos emocionado con ciudadanos valientes y comprometidos que han dado hasta su vida por nosotros, y que trabajando en las peores condiciones, nos han dejado las  huellas de todo aquello que es lo mejor del ser humano al límite.

Sin embargo, hay otra catástrofe bajo las ruinas, después del desescombro: Cenizas y pavesas de lo que un día fuimos, los valores que alumbraron nuestra existencia. Y aún mucho más que eso: Pilares inamovibles, ganados con esfuerzo en la lucha de nuestros antepasados. Instituciones arrasadas por vientos o virus o todo junto, que hacen caer con un efecto casi dominó, todo en lo que creíamos: la justicia, la democracia, la dignidad de una nación; el perdón y el olvido de los antiguos errores de todos; la lucha por el bienestar social, el cuidado precioso de nuestros niños y adolescentes, y que de hoy para mañana  estarán en el borde del precipicio donde acaba su seguridad, a punto de caer, dejados de la mano por imposición legal, todo un desastre urdido bajo la capa de unas libertades suicidas, por el bien de la humanidad.

Hay muchas clases de guerras, y ambas  nos están tocando de cerca. Las cruentas y las incruentas. Unas y otras  las promueven el odio y la perversión. Las primeras son un drama estruendoso de sangre, muerte, pobreza y desolación. 

Las segundas son terribles, silenciosas, se pasan en casa, deprimen nuestro ánimo,  y cuando cada día te acercas a las noticias, parecen  misiles  que estallaran  en alguna parte de nuestra alma. Los envía,  un poder incontestable, maldito, y supremacista. Y nos quedamos solos,  abandonados  ante esta chatarrería moral sin precedentes. Y sin diálogo posible. 

Y digo, esta es mi opinión ante lo que vivimos, que vale tanto como otra cualquiera y espero no ofenda a nadie.

Me precio de haber vivido años de tolerancia entre nosotros y entre nuestras diferencias políticas,  pero ahora confieso, siento mucha tristeza, y cierta desolación.

Bienaventurados los limpios de corazón…esperemos que ellos libren y ganen las batallas perdidas. Porque siempre,  siempre queda  la esperanza.