Editorial

Intolerable boicot al homenaje a las víctimas de los atentados de Barcelona

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Los abucheos y las pitadas de un grupo de independentistas rompieron ayer la solemnidad del homenaje a las víctimas del atentado yihadista de Barcelona que hace cinco años mató a 15 personas e hirió de diversa consideración a más de 100. Alrededor de medio centenar de separatistas han conseguido su propósito de acaparar la atención en un día en el que el recuerdo debería haberse centrado en exclusiva en aquellos que sufrieron directamente estos hechos luctuosos, al tiempo que han puesto en evidencia su alejamiento de la realidad al dar pábulo a una absurda teoría de la conspiración que apunta a que el Estado español está detrás de esos ataques. Todo ello aderezado por la habitual ambigüedad del expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont, quien con varios mensajes difundidos a través de Twitter ha contribuido a la ceremonia de la confusión, o por formaciones como Junts per Catalunya, que ha criticado la «pasividad de algunos estamentos políticos y policiales» del Estado ante esos atentados terroristas.

El legítimo derecho a la libertad de expresión ampara incluso desvaríos como este al que se ha abrazado cierto sector del independentismo catalán. Lo que no es de recibo es que se utilice como altavoz un acto simbólico de reconocimiento a las víctimas, ya que no era ni el lugar, ni la forma, ni el momento de protestar, tal y como expresó la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau. Menospreciar de esta manera a quienes sufrieron la pérdida de un ser querido en esos ataques o a aquellos que siguen padeciendo las secuelas de las heridas producidas demuestra tanto la catadura moral de los que ayer alzaron la voz, como su escaso apego a la labor de la justicia, que no ha encontrado ni una sola prueba que avale unas tesis que parecen salidas de una imaginación calenturienta. El desconcierto de los presentes y los episodios de tensión que se han producido no hacen sino demostrar lo inapropiado del instante elegido para una reivindicación que supone, en sí misma, una total falta de respeto a los afectados.

Los atentados yihadistas, además de provocar mucho dolor, han abonado en este país varias teorías de la conspiración que solo sirven para retratar a aquellos que las secundan. Pasó con el 11-M, que dio paso a algunas de las portadas más vergonzantes del periodismo español, y a vuelto a suceder con el 17-A. Sin ningún indicio, solo con sospechas infundadas, alguien elabora un relato fantástico que compran pronto todos aquellos que ven en el Estado o en el Gobierno, dependiendo de los casos, el origen de todos sus males. Y solo una sonora repulsa de ciudadanos y políticos hacia estas prácticas conseguirá erradicarlas por completo.