Los cuadernos de Celedonia González

Fernando Pastor
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Una treintena de cuadernos manuscritos cuentan la historia de Royuela

Los cuadernos de Celedonia González

Celedonia González Sanz nació en Royuela de Río Franco en 1914. Cuando tenía 12 años la maestra le dijo a su padre que solo le faltaba el título para ser ella la maestra, pues era muy lista y ya no le podía enseñar más.

Tuvo seis hijos (aunque tres niñas murieron muy pequeñas, una de muerte súbita y dos de meningitis), de los cuales cinco pesaron al nacer 5 kilos, y el otro 6. Con cada parto perdía 4 piezas dentales; solamente le quedaron 4. «Para otro hijo», decía.

Durante la guerra su marido fue alistado y le tocó a ella hacer las labores de casa y el trabajo que habitualmente hacía su esposo en el campo.

Los cuadernos de Celedonia GonzálezLos cuadernos de Celedonia GonzálezEra una gran imitadora, capaz de parodiar a todo el pueblo, tanto a hombres como a mujeres. Incluso iban a su casa vecinos del pueblo a pedirle que imitara a su madre o a su padre para recordarlos.

Tenía respuesta espontánea y graciosa en todo momento. Por ejemplo, en una ocasión su marido le estaba comentando a un nieto que cuando uno se hace viejo pierde la vista, el oído, los dientes, los conocimientos… Y en ese instante fue cuando ella manifestó: «Tú los conocimientos no los has perdido, porque no los has tenido nunca». 

Escribió al rey, a diputados, a ministros…, y recibía respuesta.

Los cuadernos de Celedonia GonzálezLos cuadernos de Celedonia GonzálezA los 60 años la artrosis obligó a operarla de las dos caderas. La intervinieron en Barcelona, donde vivían sus hijos, y permaneció allí tres años.

En 1990 enviudó y para no quedarse sola se estableció definitivamente en Barcelona. Pronto perdió movilidad y apenas salía de casa. Ese fue el motivo para empezar a escribir toda la historia de Royuela, recopilada en más de 30 cuadernos escritos a mano. 

Lo que conoció, lo que le tocó vivir, los muertos, los nacimientos, las bodas, cómo se hacían las matanzas, cómo eran los entierros, las procesiones, todas las celebraciones (desde el año nuevo, los aguinaldos, la Semana Santa, las fiestas patronales de San Sebastián y San Pedro, etc.), el trabajo en el campo, las labores de las mujeres (entonces muy diferenciadas de las de los hombres, aunque también ayudaban en las tareas del campo), los sucesos, las costumbres, las anécdotas, etc. 

Cuenta la historia de su padre, Jesús González, que era lector: era el único que sabía leer en Royuela y por ello reunía a los vecinos del pueblo para leerles el periódico. Pero se quedó ciego y no pudo volver a hacerlo. Mientras iba perdiendo vista nunca quiso decirlo, hasta que un día parió la burra y para asistirla acudió un veterinario, apellidado Coradas; tras el parto entraron en el comedor y Jesús le dijo a su mujer «llena el porrón de vino para que eche un trago Coradas», ante lo que el veterinario exclamó «pero Jesús, no me digas que no ves, que el porrón está lleno». Tuvo que admitir que no veía. Le operaron de los dos ojos y recuperó la visión.

Sobre los entierros aportó información valiosa, como el año en que se inauguró el cementerio, quien fue el primer enterrado, cómo se enterraba en zonas separadas a hombres, mujeres, niños (que iban al limbo), los que enterraban habiendo muerto sin confesar (no iban al cielo), etc.

De las bodas era costumbre que tras casarse y durante dos años cada cónyuge comía en casa de sus padres, y se juntaban para dormir en la casa en la que hubiera una cama libre.

Velar.

Relató lo que denominaban velar. Antes de disponer de luz eléctrica (no llegó a Royuela hasta 1951), a partir de San Martín, que ya anochece muy pronto, y hasta febrero o marzo, cuando ya los días eran más largos, los hombres tras llegar del campo se comían el cocido y las mujeres se reunían en alguna casa para coser, hilar, tejer… y mientras tanto cantar, contar chistes, jugar a las cartas, etc. Todo ello a la luz del candil, cuyas velas aportan el nombre de velar a esta costumbre. La electricidad la producía el molino, pero cuando molía no podía generarla y se quedaban sin luz, de forma que hasta los niños que nacían de noche lo hacían a la luz de un candil.

Las bromas de las cuadrillas (en demasiadas ocasiones muy pesadas), el aterrizaje inesperado de un aeroplano y un sinfín de temas están reflejados en estos cuadernos, en los que además añadió la letra de 600 romances y canciones antiguas que a la vez grabó en cintas de cassette, lo que provocó que etnógrafos, folkloristas, periodistas… hayan acudido a Royuela a interesarse y a recoger material.

Estuvo escribiendo hasta su muerte, en 2003, apoyada en una memoria prodigiosa.

De estos cuadernos existen copias en la Biblioteca de Burgos, en el Ayuntamiento de Royuela y en la Junta de Castilla y León, donde las envió ella misma.