No recuerdo haber vivido otra época tan confusa e incierta como la actual. Y no solamente por la pandemia, aunque, en algún caso, sea consecuencia de ella. Los ciudadanos nos sentimos abrumados y desorientados ante tanta controversia que vivimos  planteada por cualquier acontecimiento. Todo se discute, se disputa, se debate, se pone en duda cualquier opinión u hecho. Tan es así que, incluso, hay quien discute la existencia de la pandemia. Yo tengo mis dudas sobre la controvertida celebración del próximo ocho de marzo. Confieso que no sé qué se celebra. Escuchar a las ministras de Sanidad y de Igualdad crea una especie de cacofonía que parece ser el reflejo más claro del funcionamiento de este gobierno de coalición.
Las españolas teníamos claro que el modo de hacernos oír era manifestar nuestras inquietudes en la calle de un modo multitudinario, pero también -algunas- tenemos muy clara la idea de que hacerlo este año era dramáticamente arriesgado, en vista de lo ocurrido el pasado marzo de 2020. Pero, al oír a Irene Montero proclamar que el feminismo  vuelva a tomar las calles, ya dudo que el ocho de marzo sea el día de las mujeres. Más bien creo que será el exponente de las constantes disputas que se suceden en el seno del actual gobierno y la expresión de la fuerza que cada facción del gobierno exhiba. La conversión del feminismo en patrimonio político de unos grupos con la exclusión violenta de quienes no pertenezcan al mismo se hizo explícita cuando la señora vicepresidente del actual gobierno, Doña Carmen Calvo, manifestó que sólo los socialistas «se habían currado» la defensa de los derechos de las mujeres en nuestra sociedad. Tan excesiva afirmación y tan injusta no hace sino ignorar los valientes esfuerzos de tantas generaciones de mujeres que lucharon por su reconocimiento laboral y social. En el ámbito de la literatura esa lucha se explicita en el trabajo llevado a cabo por mujeres tan extraordinarias como Doña Emilia Pardo Bazán, quien centra en la educación el camino recto para la liberación femenina. Recordemos a este respecto las dificultades que las mujeres debían superar para cursar estudios. En Palencia conocemos bien la lucha que mantuvo la doctora Trinidad Arroyo para estudiar su bachillerato y su acceso a la universidad. Otra intelectual destacada, Concepción Arenal, cursó la carrera de Derecho disfrazada de hombre para liberarse de las ataduras a que su condición femenina la tenía sometida. 
Ya en el siglo XX  la nómina de mujeres muy concienciadas de la lucha que debían mantener para ser reconocidas en un plano equiparable al de los hombres es muy amplia. Recordemos a Mercedes Fórmica, Concha Espina, Rosa Chacel, María Zambrano y tantas otras. Desde los años de la posguerra hasta hoy el acceso de las mujeres a todos los ámbitos culturales ha sido imparable y riquísimo. De tal manera que en la actualidad ya se habla poco de feminismo si no se añade la coletilla de «histórico» o feministas «viejas» para contraponerlo al feminismo «trans» en el que ya la lucha por la igualdad se centra en la autodeterminación del género, sin tener en cuenta los problemas de todo tipo que plantea a la sociedad. Parece que lo importante es, otra vez, la patrimonialización del feminismo. Es decir, la lucha política malamemte disfrazada de defensa de los derechos de las mujeres.
Yo desearía que el próximo ocho de marzo triunfe la sensatez de las mujeres y tengamos en cuenta el terrible contexto sanitario en que nos hallamos. Tiempo habrá para hacer ruido y divertirse sin amenazar la salud y la vida de los      ciudadanos.