"Temo la enfermedad propia, pero la muerte ajena me da miedo"

María Albilla (SPC)
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"Temo la enfermedad propia, pero la muerte ajena me da miedo" - Foto: Greg A.Sebastian

Máximo Huerta (Utiel, Valencia, 1971) abre la puerta a la madurez mirando de frente a su pasado y revisitando de forma intimista su niñez, su familia, unos años que no son solo el reflejo de su vida sino el de una generación de hombres y mujeres que tuvieron que construir su existencia sobre un asfixiante silencio que les atrapó y del que nunca jamás pudieron salir. 

De vuelta al pueblo, al calor de la estufa, paladeando cada día los pequeños placeres de la vida y cuidando con un amor sin condiciones a su madre, brota Adiós, pequeño (Planeta), un retrato íntimo del escritor y periodista sin dedicatoria donde la memoria juega con la realidad en la que para él es su mejor novela. 

¿Qué tal está su madre?

Ay, gracias. Qué bien que alguien pregunte esto. Está mejor, en una pausa médica. Estamos tranquilos. Esa velocidad de médicos, especialistas, resonancias, hospitales y semanas de dormir en el hospital se ha frenado. Estamos en casa. Tranquilos. 

¿Cómo es, qué siente uno, al ponerse ante un folio en blanco para enfrentarse nada más y nada menos que a su propia trayectoria?

Igual que un pintor frente a un lienzo dibujando lo que tiene delante. Como Sorolla cuando pintaba a Clotilde, su mujer, en la cámara recién parida con el bebé, o como cuando un músico compone una canción inspirada, como Serrat, en su pueblo blanco. No hay diferencia, es una creación y cuando estás creando hay cierto regocijo, cierta satisfacción.

¿Cómo acaba tomando la decisión de ponerse ante el espejo de la vida?

Ha sido un libro que ha ido haciéndose solo. Yo no me he dado ni cuenta de que lo estaba escribiendo, ni que era un libro... Ha venido a mí y solo lo he traducido. He escrito historias que ya estaban ahí. Podría haber escrito una ficción, pero quería ser valiente, arriesgar y poner frente al espejo a los lectores para que se vean reflejados, para que vean a sus padres y sus propias vidas.

¿Ha sido balsámico escribirlo?

No lo sé. Ha sido balsámico recibir el Premio Fernando Lara porque ha sido una alegría inmensa que me ha reconectado con mi yo escritor. La intuición me dice que debo seguir escribiendo.

Reformulo la pregunta. ¿Ha sido doloroso transitar por la memoria?

Sí, ha sido doloroso viajar en la máquina del tiempo que es este libro, pero me apetecía hacer este retrato profundamente verídico y sincero. Estoy muy orgulloso. Creo que es mi mejor novela y así la siento.

Ya que ha sacado el tema del premio, la presentó bajo el título de La familia Arnolfini, un cuadro del siglo XV de Jan van Eyck. ¿Por qué?     

Es un cuadro en el que hay un hombre y una mujer, ella emula un embarazo sin estar encinta y hay un perrito, que era algo raro... En mi novela también hay un perro y un hombre y una mujer unidos por la vida de manera casual...

¿Solo hay verdad en Adiós, pequeño?

La memoria es muy novelera y se encarga de literaturizar todo. Ella se encarga de fragmentar y ficcionar. Cuando escribes lo que recuerdas escribes lo que sientes. El recuerdo no miente y si miente son mentiras sinceras. En esa vigilia de El Quijote entre realidad y ficción en la que no se distingue qué es una cosa y qué es otra anda también Adiós, pequeño.

Cuenta que es la historia de «una familia que intenta ser feliz a pesar de todo».

Así es. La historia de una familia que intenta ser feliz a pesar de todo, a pesar de sus secretos y a pesar de sus silencios y apela a todas esas mujeres que pagaron el peaje de casarse con la persona equivocada y que, de lo contrario, habrían sido personas autónomas, independientes y libres. Pero se casaron y todo cambió en una época en la que el qué dirán pesaba mucho. Por eso hablo de esos hombres y mujeres, que no padres y madres, que tuvieron que ir conociendo con los años a la persona con la que se habían casado.

Aquella fue una realidad social muy habitual en la década de los 70-80.

Este libro no es histórico, pero podría serlo. Es un retrato de la sociedad, primero, de unos abuelos nacidos en 1913 en una España convulsa y de unos padres venidos al mundo en 1937 que, sin tener nada en común más que un baile tienen que permanecer juntos hasta que la muerte les separe. Y eso es el espejo de muchas familias en este país.

¿Por qué piensa que su familia se parapetó en el silencio para poder vivir?

El silencio en las familias ha sido necesario para sobrevivir. Todas las familias han tenido que mantener y guardar silencios hacia fuera o entre ellos mismos. Todas han guardado secretos y eso es lo que narra este libro, la historia de muchos de nuestros abuelos y padres que se mantuvieron en esa prisión que es la familia. Porque para algunos la familia es refugio, pero para otros es prisión.

¿Hemos superado esto de la prisión o lo sigue siendo?

Lo sigue siendo, pero no tanto. Ahora hay mucha más libertad, más opciones. La mujer es mucho más independiente, ha crecido. El qué dirán no pesa como antes, ahora te lo puedes saltar. Ser moderno ahora no me sorprende, pero ser moderno en los años 70 y no te digo antes, era muy complicado.

¿Qué riesgos tiene verbalizar los sentimientos?

Tiene recompensas. El lector se ve reflejado y que te digan que salen conmocionados de la novela y que en ella ve a sus padres o a sus abuelos es una recompensa. Un libro es como una carta y si llega a destino es una recompensa para el escritor.

Las dos primeras frases con las que arranca el libro son demoledoras: «Mi madre habría sido más feliz si yo no hubiera nacido. Esa es la única verdad de mi vida». Sin embargo, pese a lo que pueda parecer, hay un amor recíproco sin condición entre ambos.

Las dos cosas caben en la misma habitación. «Mi madre habría sido más feliz si yo no hubiera nacido» habla de cómo habrían sido todas esas mujeres si no hubieran tenido a su hijo y hubieran podido ser más independientes, más libres. Podrían haber elegido al hombre que quieren, al que desean o dejarle cuando dejan de desearle o quererle. Y, al mismo tiempo, cabe que yo quiera a mi madre, mucho, y viceversa.

Con los 50 cumplidos, comenta que este libro es la despedida de una etapa y la bienvenida a una nueva de la que espera...

Espero que sea un disfrutar de la vida con otro ritmo. Seguir teniendo la intuición y que es tan fácil de niño, seguir entrenando la imaginación y el asombro espontáneo de esa etapa que se ha ido... Pero pienso en el futuro con una palabra que me gusta mucho que es recogerse. Disfruto mucho de mi casa, de no tener prisa.

Esto se corresponde con una frase de su libro que dice: «La miopía me está haciendo feliz. Solo me interesa lo que tengo cerca. Fin».

Sí, sí. Eso es. Al no ver de lejos solo me interesa lo que tengo cerca. Creo que disfrutar de las cosas pequeñas es maravilloso, como cantaba Serrat. Tu madre, tus amigos, tu casa, tu perra...

¿Ha sido brusco el cambio de pasar de una vida en el foco mediático por una mucho más intimista?

Como no me veo desde fuera nunca he tenido esa visión.

Pero entiendo que habrá una diferencia significativa entre vivir en Madrid y salir todas las noches a vivir en Buñol dedicado al cuidado de su madre.

Eso sí, claro. Estar cuidando a mi madre en Buñol, en la casa del pueblo, la estufa, ir a por la leña... es un gran cambio cuando vienes de estar viviendo en Madrid, pero es que cuando uno es de pueblo... te puedes ir del pueblo, pero el pueblo nunca sale de ti.

De hecho, este libro recuerda a esa España de pueblo que muchos hemos conocido y que se está perdiendo con el actual éxodo rural. ¿Qué cree que aporta, en positivo o en negativo, ese ser de pueblo?

Me quedo con la mirada positiva. Ser de pueblo es maravilloso por la cercanía de las cosas, de las personas, del mundo pequeño. Esa tienda cercana, la llamada rápida a un médico que te atiende y viene a casa... la cercanía, la proximidad es maravillosa, que tus vecinos te ayuden en cuanto tienes un problema o cuando quieres celebrar algo. La proximidad de las cosas es lo que tiene un pueblo. Lo más parecido sería el micromundo de un barrio en la ciudad.

De sus palabras se desprende que está disfrutando de esta nueva etapa rural.

Sí, mucho, la verdad es que sí. Es muy agradable pasear por los mismos caminos con otra mirada.

Hay otra frase que dice: «Envejecer es solo para valientes». ¿Teme al futuro? ¿Tiene miedo a la muerte?

Temo la enfermedad propia, pero la muerte ajena me da mucho miedo. Y la única manera de paralizarla, o de ralentizarla, es con esa miopía de la que hablábamos, disfrutando de las cosas que están cerca. Así los días pasan más despacio.

Le quedaron muchas conversaciones pendientes con su padre. ¿Le hubiera gustado resolverlas o cree que es mejor haberlas dejado así, total, ya para qué?

Es que no se puede corregir el pasado. Ahí entra el arrepentiemiento y eso es complicado de sobrellevar. A mí lo que me hubiera gustado es conocer al hombre que había tras el padre, saber cómo era de joven y sentarme con él a tomarme unas cañas. Al padre ya lo conocí.

¿Recuerda con nostalgia?

No es nostalgia, el recuerdo ahora es feliz, es tranquilo. En paz.

Me ha parecido triste leerle que «la vida va de ir apagando luces, de acostumbrarse a perder, a despedirse...».

Ese fragmento me gusta mucho. Desde un piso de alquiler del que te vas a una pareja que dejas... La vida va de ir apagando luces y de acostumbrarse a ello. La vida va de acostumbrarse a perder, a perder gente que quieres, lugares, capacidades tuyas, como la visión, familiares... La vida va de acostumbrarse a perder. Pero no lo estamos. Creemos que todo es eterno, pero eso solo sucede en la niñez, solo entonces somos inmortales. 

¿Fue una batalla perdida la del Ministerio de Cultura?

Hace tanto tiempo... Hace mucho tiempo de ello. Ya está.

¿Recuerda cuál fue el día más hermoso de su vida? ¿O tal vez no haya sido aún?

Lo primero que me ha venido a la cabeza es la noche del Fernando Lara en Sevilla con un luna estupenda, la Giralda iluminada... Es lo primero que he pensado de un momento feliz, de verdad. 

¿Y de antes de este libro?

Te digo que yo últimamente estoy valorando mucho los pequeños momentos, pero puestos a buscar... Las mitificadas vacaciones de verano con mi abuela y con mis primos. La infancia es un buen refugio. Pero también cuando me enamoré, cuando viajé a París por primera vez... Hay muchos momentos felices en mi vida. La vida está llena de momentos felices.