Javier Santamarina

LA LÍNEA GRIS

Javier Santamarina


Black Adam

16/12/2022

Dentro del entorno creativo hay que tener especial cuidado con las novelas históricas, los documentales de Netflix y por extensión, con las producciones audiovisuales en general. Nuestra condición ignorante y predisposición a tragarnos cualquier camelo sensiblero nos lleva a empatizar con la historia contada. Muchos critican que el libro de Éric Vuillard, premio Goncourt, El orden del día, es inadecuadamente corto; para mí es con mucha diferencia su mayor atributo.

Es fácil hablar ahora de los nazis, expresar nuestra repugnancia moral por el holocausto, las purgas y las invasiones; pero es más complejo si quien lo hace es un súbdito francés, porque en ese culto país todavía Napoleón es un ídolo nacional, los comunistas franceses siguen mirando con cariño a Stalin y si no hubiese existido de Gaulle, la resistencia francesa habría sido ridícula. La lista de intelectuales franceses brillantes es amplia, pero el porcentaje que antepone su amor a la gloria nacional sobre la verdad sigue siendo abrumador.

Podría destripar el libro, sus odios y manipulaciones, pero en el fondo sería hacerle una publicidad injusta. Hay que ser muy prudentes para no dejarse llevar por la creación artística de otros.

Al régimen nazi solo podemos agradecerle una cosa, que nos confirmó que si nos ponemos, somos capaces de las mayores atrocidades posibles. También que cualquier demente puede llegar al poder, aunque para eso la historia es más fecunda; si me apuran, ese es el valor último de la democracia, el poder apartar de manera incruenta a un ególatra y vanidoso sin que el Estado sufra demasiado (aunque enterarse es inevitable). No crea que me olvido de Stalin o del gran Timonel, pese a su condición abyecta, hay que reconocer que se apoyaban en una horrenda ideología que tenía múltiples seguidores; en resumen, que si no hubiesen sido ellos, otros habrían impulsado su causa.

Las democracias, acostumbradas a la paz y al consenso estructural, son vulnerables al enfrentarse a los tiranos. Su maquinaria legal, la libertad de expresión y de información, matizan y ralentizan las respuestas. Cuánta gente brillante aporta mesura e insiste que las armas no son la solución a la invasión rusa. Este es un recurso pobre, provocará más muertes y nos dañará económicamente.

Esos inteligentes analistas leyeron con gusto el libro de Éric y se habrán indignado con los pusilánimes dirigentes que no frenaron a Hitler antes de que fuese una máquina de terror. ¿No estamos en el fondo planteando eso?