Antológica de Zamora

DP
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Cirujano, poeta y artista multidisciplinar, decía que su recorrido por el camino de la pintura fue «una sucesión de amores» tratando de encontrar su propio corazón. En la Díaz-Caneja, 'Cigaerbú', y en la biblioteca libros de artista

Antológica de Zamora - Foto: Sara Muniosguren

La Fundación Díaz-Caneja acoge hasta el 27 de noviembre Cigaerbú, exposición antológica de obra pictórica y libros del cirujano, poeta y artista multidisciplinar palentino Fernando Zamora (1939-2021). Se trata, sin duda, de uno de los eventos artísticos más importantes del año en la ciudad, que se complementa con una muestra de sus versos y también de libros de artista que puede visitarse (hasta el 7 de diciembre) en  la biblioteca de la calle Eduardo Dato.

Pero ¿quién es Fernando Zamora?, se pregunta Julián Alonso en el catálogo publicado con motivo de la exposición. «Para unos un poeta que pintaba. Para otros, un artista que escribía poemas. Para algunos, un coleccionista de pecios desechables que organizaba para crear belleza. Para casi todos, el cirujano minucioso que diseccionaba objetos y palabras en busca de la esencia que les diera vida. Y no cabe duda de que Fernando Zamora era eso de una manera indisociable, pues su poesía, su pintura, su arte todo, no se podrían entender por separado y no era sólo eso, sino mucho más, aunque en su humildad nunca se diera la importancia que sin duda tiene».

Era Fernando Zamora un artista «personalísimo y reconocible», que «cuando tenía sed, no desdeñaba beber de numerosas fuentes casi todas de las vanguardias históricas», señala Alonso, para añadir a renglón seguido que «se puede rastrear en su trabajo a través del tiempo, ecos de Kandinsky, Paul Klee, Malevich, Duchamp, Kurt Schwitters... pero también, a la hora de escribir, de Francisco Pino y Justo Alejo, compañeros en el grupo Relieve de Valladolid, del que formó parte; de Carlos Oroza, al que admiraba; Gabino Alejandro Carriedo, Georg Trakl, Gottfried Benn, Elouard, Aragon, Auden, Queneau y un largo etcétera que hacía más rica su fecunda imaginación».

Hombre «discreto», de «amplia cultura» y una «riquísima vida interior», su curiosidad era «insaciable», su sentido del humor, «fino y lleno de retranca» y su palabra, «cuando la regalaba, sabia y pertinente, transmitiendo sus muchos conocimientos como quien pedía disculpas por saber tanto».

Explica Julián Alonso en el catálogo que en Cigaerbú, exposición «póstuma y no exhaustivamente antológica, aunque con vocación de ello», pueden verse muestras puntuales de alguna de sus fases creativas a través del tiempo, si bien «la muestra se centra sobre todo en la producción de sus últimos años, que es la que él más apreciaba porque había sintetizado ya una manera muy personal de sindecir-diciendo, cargada de grandes dosis de ironía, con unas piezas que adoptan la verdadera forma de poemas-objeto en no pocas ocasiones, síntesis de sus diferentes aspectos de artista y poeta».

Pero «no podían faltar» a esta cita sus acuarelas, tanto figurativas como abstractas, ni sus trabajos al óleo o acrílico ni, sobre todo, sus numerosos juegos a base de papel, «donde muestra la plenitud de su sutileza cada vez más agudizada, sus cajas, verdaderos altarcillos al dios de la creación y los libros de artista, que «se pueden considerar auténticas obras de arte conceptual, cercanas a veces a la papiroflexia y sin duda síntesis de todas sus facetas creativas».

Sirvan pues estas exposiciones en la Fundación Díaz-Caneja y la biblioteca  «para el recuerdo de un artista y una persona por tantas cosas irrepetible», concluye Julián Alonso.