Nebrija, Palencia y el auricalco

Marco Porras
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El gramático acudió en 1507 para cotejar el uso de la locución 'aurichalco libani' en un viejo códice con los comentarios del 'Apocalipsis' que conservaba el convento de San Pablo

Nebrija, Palencia y el auricalco

Medio milenio se cumple el próximo 2 de julio del fallecimiento en Alcalá de Henares de Antonio de Nebrija (1444?-1522), filólogo y humanista al que mucho debe la cultura de España. Así lo vienen glosando voces con más autoridad que la de uno, con motivo de ese quinto centenario de la muerte del autor de la primera Gramática castellana (1492). 


Para calibrar el tamaño de esa deuda hispánica con Nebrija, valdría una orden que el mismísimo cardenal Cisneros dictó al rector de la histórica Universidad de Alcalá, fundada por el prelado en 1499 y heredera del antiguo Estudio General que allí autorizó Sancho IV de Castilla (1293) «con las mismas franquezas para los maestros y escolares» concedidas al de Valladolid.  Cisneros, al designar a Nebrija para la cátedra de Retórica de la universidad alcalaína, ordenó en el privilegio de nombramiento que el veterano catedrático «leyese lo que él quisiese, y si no quisiese leer, que no leyese; y que esto no lo mandaba dar porque trabajase, sino por pagarle lo que le debía España» (como irónico homenaje al ilustre lebrijano, apuntemos que Cisneros usa ahí leer con la última de las acepciones que el Diccionario de la RAE recoge hoy para tal verbo, con el aviso de «poco usado»: «Dicho de un profesor: Enseñar o explicar a sus oyentes alguna materia sobre un texto»; o sea, que el cardenal nada se entrometía sobre cuánto podía leer Nebrija para sí, sino que le dejaba leer para su alumnado con la mayor libertad de cátedra posible, incluida la ausencia del estrado).


Sin contar su relieve intelectual, la propia peripecia vital de Nebrija nutriría de sobra una película biográfica, e incluso una de esas series que ahora se estilan en las llamadas plataformas (voz ésta —plataforma— que, dicho sea de paso, la RAE todavía no ha revestido con ese valor semántico de provisor audiovisual, pero no tardará). Nebrija, en efecto, merece una película, pero España mantiene tan acomplejada relación con su historia —apuntemos también de pasada— que no cabe esperarla ni aún sentados, dándole al zapeo de salón gracias a las plataformas. 
Con pretensión menos ambiciosa, estos párrafos se proponen narrar solo un breve episodio que vincula a Nebrija con Palencia, por donde pasó en torno al verano de 1507 para satisfacer su amplia curiosidad por las palabras. 

Nebrija, Palencia y el auricalcoNebrija, Palencia y el auricalco


Con ser anecdótico, el motivo de su viaje a la capital del Carrión alcanza rango de categoría: que el humanista se desviara a Palencia, seguramente procedente de Salamanca y camino de Logroño, para consultar en un códice una voz latina —aurichalcum— revela con qué punto de minuciosidad desempeñó su tarea, pero también la trascendencia que entonces implicaba interpretar las Sagradas Escrituras. Las ortodoxias lingüística y teológica chocaban a menudo en aquella época, y la Inquisición vigilaba con extremo celo. De hecho, Nebrija fue procesado por el tribunal contra las herejías... hasta que Cisneros salió al quite con su poderoso capote. Acaso de aquel tiempo proceda la expresión coloquial, hoy en desuso, de «coger a alguien en mal latín» (es decir, descubrirle una falta, culpa o delito). 


TIERRAS «CÁNTABRAS».

El verano de 1507 Nebrija se encontraba ya por tierras «cántabras», entendidas éstas en el sentido amplio tradicional de su tiempo, que aludía a los pueblos prerromanos que habitaron las áreas después embrionarias de Castilla (paréntesis: que Cantabria y La Rioja, antes llamadas provincias de Santander y Logroño, salieran —en el reparto de la túnica autonómica— separadas de Castilla es otra muestra del citado complejo español con su historia; y por éstas —y otras— averías de la política analfabeta y oportunista nos encontramos los castellanos viejos y los nuevos donde nos vemos).

Nebrija, Palencia y el auricalcoNebrija, Palencia y el auricalco


«Yo estoy ahora entre los cántabros, y todavía me quedaré aquí hasta mediados de septiembre, por mandato de mi obispo, el Cardenal hispano [Cisneros], trabajando en la impresión de cierta obra hecha sobre las sagradas letras de ambos Testamentos, en parte producto de mi ingenio, y en parte del de mi señor el Cardenal. Podrás conocer qué tipo de obra es a partir de la muestra que te envío». Así escribe Nebrija a otro humanista en la órbita de Fernando el Católico, el médico aragonés Juan Sobrarias, carta fechada el 25 de agosto de 1507 en Logroño. El libro sobre el que trabaja Nebrija —del que envía ese aperitivo a Sobrarias— es la primera edición de la Apología, encomendada al impresor Arnao Guillén de Brocar, figura cumbre del oficio, que pasó a la historia por la Biblia Políglota Complutense, auspiciada por Cisneros y para la que también tradujo Nebrija cierto tiempo. 


El título completo que el lebrijano dio a ese libro en su depurado latín viene a ser Apología con ciertos pasajes de la Sagrada Escritura que no se explican comúnmente. En ese mismo libro, dirigiéndose a su protector, queda patente el enfrentamiento entre gramáticos y teólogos: «(…) ¿Qué esclavitud es ésta o qué poder es éste tan despótico que no te permite decir lo que sientes, dejando siempre a salvo la religión? (…) ¿Y qué cosas son ésas que ni pensarlas te permiten? Las que se refieren a la misma religión, en las que, según el salmista debe meditar el varón justo de día y de noche. La primera manera de meditarlas, según San Agustín, es procurando tener el texto bien corregido».


AMIGO Y DISCÍPULO.

Nebrija, Palencia y el auricalcoNebrija, Palencia y el auricalco

Cuando se desvía a Palencia, camino de Logroño, el humanista llevaba poco más de dos años viviendo en Salamanca: el 2 de mayo de 1505 había tomado posesión nuevamente de la cátedra de su Universidad, donde había estudiado de joven y donde ejerció la docencia dieciocho años en tres etapas diferentes. Antes de instalarse en Logroño en el verano de 1507 para trabajar en la impresión de su Apología, acudió Nebrija a Palencia para reencontrarse con el obispo Juan Rodríguez de Fonseca (1451-1524), antiguo alumno suyo en la corte de Sevilla, con quien también coincidió en la Universidad de Salamanca. 


Fonseca, protegido de Isabel la Católica y formado como eclesiástico y político a la vera del confesor de la reina, fray Hernando de Talavera, fue sucesivamente prelado de Badajoz (1497), Córdoba (1499) y —fallecida ya la monarca (1504)— de Palencia (1505), Rossano (1511) —en el Reino de Nápoles— y Burgos (1514). También ejerció como diplomático, mecenas y primer ministro de Indias. Para tasar la relevancia del obispo Fonseca, acaso nada mejor que recordar que tardó año y pico en acudir en persona a Palencia: el día de su nombramiento, 2 de enero de 1505, se encontraba de embajada en Flandes para llevar a Juana I y Felipe I de Castilla el testamento de la Reina Católica, que él mismo había signado; pero no fue hasta abril de 1506 cuando entró en Palencia, un absentismo episcopal que hoy nos sorprende, pero a la sazón no constituía rareza alguna en aquellos reinos donde la corona muñía prelaturas.


Nebrija, además de reencontrarse con su viejo amigo y discípulo Fonseca, pudo consultar en Palencia una locución latina que aparecía en un antiguo volumen de los comentarios sobre el Apocalipsis de San Juan, beato que conservaba el convento de Santo Domingo. Casi dos páginas de su Apología dedica el lingüista, en un apunte de urgencia elaborado poco antes de dar el libro al impresor, con el fin de fijar y aclarar (la vera lectio) el término aurichalco conforme aparecía en el códice palentino: «(…) et pedes eius similes aurichalco libani». Su aproximada traducción al castellano sería «(…) y sus pies como el bronce bruñido libanés». 

Nebrija, Palencia y el auricalcoNebrija, Palencia y el auricalco

El pasaje aparece en el versículo 18 del capítulo 2 del Apocalipsis, cuando se comparan los ojos del Hijo de Dios con unas llamas de fuego, y sus pies, con el auricalco libanés. ¿Pero qué es el auricalco, metáfora de los pies de Jesucristo a los ojos de San Juan? Acudamos al Diccionario de la RAE: «auricalco (Del lat. orichalcum, y este del gr., oreíchalkos 'cobre de montaña', infl. en su forma por el lat. aurum 'oro'). 1. m. desus. Cobre, bronce o latón». Es decir, que el 'auri' de la voz no procede del latín 'aurum', mera coincidencia fonética, sino del 'óros' griego, montaña (de ahí, también 'orografía'); y 'chalcós', cobre (o 'azófar', según traduce, con regusto arábigo, la Biblia Nácar-Colunga que uno maneja).


LA ATLÁNTIDA Y PLATÓN.

Según los arqueólogos de la metalurgia, el auricalco u oricalco, posiblemente era una aleación de cobre, zinc y plomo, el conocido latón dorado. Hoy no se considera un producto valioso, pero en la Antigüedad se estimaba por su aspecto y dureza como el segundo metal, tras el oro. Así lo pondera Platón en el Critias, o La Atlántida, material abundante en aquella isla mítica, lo que le revistió de un brillo legendario (de hecho, se ofrecía oricalco a Poseidón y otros dioses de la antigua Grecia): «Debido a lo grandioso de su imperio —aseguraba el Critias de la Atlántida—, muchas cosas les llegaban de países extranjeros, y la misma isla proporcionó la mayoría de lo que requerían para las necesidades de la vida. En primer lugar, cavaron la tierra que era sólida para buscar allí lo que podía dar, y que ahora es solamente un nombre y era entonces algo más que un nombre, oricalcum, que se extraía en muchas partes de la isla, al ser más precioso en esos días que cualquier cosa excepto el oro». 

«ME LLAMAN TEMERARIO».

En una de esas coincidencias de la historia, fue precisamente otro obispo de Palencia, Diego de Deza (toresano como su sucesor Fonseca, otra concomitancia) personaje casi coetáneo de Nebrija —1443-1523— quien más apretó al humanista desde su cargo de inquisidor general de España (1499-1507). Pasado ya el trago, con Cisneros al frente del tribunal, así lo recordaba el gramático lebrijano, en una hermosa reivindicación no solo de su oficio, sino del valor de la palabra, algo que también ahora cotiza a la baja, como el auricalco: 


«Me llaman temerario, porque con solo el Arte de la Gramática entro por todas las demás artes y disciplinas, no como tránsfuga, sino como explorador y centinela, para ver lo que cada uno hace en su profesión. Lo hice antes con la Medicina y con el Derecho Civil, (…) lo mismo quiero hacer ahora con las Letras Sagradas (…) Escribí dos comentarios sobre las Sagradas Letras: uno, que me arrancó a la fuerza el Obispo de Palencia [Deza], que después fue Arzobispo de Sevilla e Inquisidor General, no tanto para aprobarlo o condenarlo, cuanto para que el autor dejara de escribir; y otro, que sustituí al primero y lo dejé para publicarlo en mejor ocasión [la intención de Nebrija era publicarlo a la vez que su Apología]. Porque aquel buen prelado no pretendía con todo esto sino que se borrasen hasta los vestigios de las dos lenguas de las que depende nuestra religión, por los cuales pudiésemos en las cosas dudosas llegar a conocer con certeza la verdad. Escribí esta Apología cuando me acusaban de impío ante el Inquisidor General, diciendo que, no sabiendo yo Sagrada Escritura, me atrevía con sola la Gramática a hablar de lo que no conocía. Elegí como juez edificante a Fray Francisco Ximénez de Cisneros, Arzobispo de Toledo y Primado de las Españas ante quien respondí a las objeciones que me hacían mis acusadores».