Rutas teatralizadas por la historia del cerro del Otero

J. Benito Iglesias
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Las tradiciones y leyendas se escenificaron por parte de tres actores de la empresa Belgravia Producciones

Rutas teatralizadas por la historia del cerro del Otero

Las dos rutas teatralizadas itinerantes por el cerro del Otero que la concejalía de  Cultura, Turismo y Fiestas había previsto para el pasado 22 de abril, un día antes de la pedrea del pan y el quesillo en la romería de santo Torbio, re recuperaron ayer en dos sesiones, mañana y tarde, para deleitar a los participantes que tomaron parte en ellas y dieron buena cuenta de la historia que escenificaron tres actores de la empresa Belgravia Producciones, que lleva dos años organizando paseos tetralizados en verano por distintos puntos de la ciudad.

«Por la mañana, que suele tener menor presencia, participaron 15 personas y por la tarde cerca de 40», indicó a DP Jorge Peláz, integrante de la productora.

inicio en los depósitos. El recorrido de las rutas teatralizadas se inició en los depósitos de agua de principios del siglo XX ubicados en la parte baja del cerro. Allí, un actor representó el papel del arquitecto Agapito Revilla, que se encargó de su diseño, ofreciendo una explicación sobre el uso que se les dio en su día en la capital  y el por qué de su construcción.

El recorrido, de una hora y media de duración, tuvo después una parada hacia la mitad del montículo donde se ubica la ermita de santo Toribio. «A la gente le gusta acceder al inteior y conocerlo, ya que en la pedrea del pan y el quesillo solo lo hacen las autoriades que lanzan las bolsas», añadió. allí Apolino, un discípulo de Toribio cuenta pormenorizadamente los motivos de ser considerado un hereje por seguir las doctrinas de Prisciliano, lo que derivó en su apedreamiento.

Ya en la parte alta del cerro del Otero un ciego cuenta recitando en un romance los pormenores del asesinato del ermitaño. El último personaje representado, ya dentro de la capilla a los pies del monumento al Sagrado Corazón de Victorio Macho, fue el de Miguel de Cadagua, que viajó a hacer fortuna al Perú y al regresar rico ordenó construir una ermita nueva a los pies del Cristo.