Una mansión pensada para el deleite

Belén Delgado
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La Villa Romana de la Olmeda, en Pedrosa de la Vega, conserva uno de los mayores y más espléndidos conjuntos de mosaicos que han llegado a nuestros días

El oecus conserva en muy buen estado uno de los principales mosaicos de época figurativa. - Foto: Jesús J. Matías

Cuando Javier Cortes Álvarez de Miranda,  ingeniero agrónomo y labrador de la localidad palentina de Saldaña, sintió que su arado tropezaba con restos de una vieja pared, lo que en realidad estaba a punto de iniciar era una investigación arqueológica que acabó sacando a la luz un gran tesoro romano: un espléndido edificio del siglo IV de aires palaciegos, único en la Península Ibérica. Así lo narraba el propio Cortés años después: «Recuerdo el día y la hora. Fue el 5 de julio de 1968, a las siete y cuarto de la tarde. Después del trabajo, estábamos Avelino Palacios y yo rebajando un terreno para ponerlo en regadío y apareció un bloque de piedra que resultó ser parte de un muro; bajamos con una azadilla por uno de los lados de ese bloque y a medio metro de profundidad encontramos algo que parecía una piedra. En un primer momento no sabíamos qué era porque estaba ennegrecida, pero Avelino se fijó en unas rayitas y en unos dibujos en forma de arco. Al día siguiente, por la mañana, volvimos con un cuchillo para raspar la supuesta piedra y descubrimos un mosaico». 

Ese magnífico pavimento fue el primero de un total de 26 que aparecieron a lo largo de varias décadas de trabajo y que en la actualidad conforman el maravilloso conjunto de la Villa de La Olmeda, en Pedrosa de la Vega, a escasos 5 kilómetros de Saldaña. Aquel hallazgo fortuito cambió drásticamente la vida de Javier, porque a partir de aquel momento dedicaría todos sus desvelos, y buena parte de sus bienes, a excavar el yacimiento. Durante doce años se realizó el levantamiento y la conservación de los mosaicos que iban saliendo a la luz sin cesar. Para entonces era evidente que el descubrimiento era una magnífica y enorme mansión rural romana de época bajoimperial, con salas, corredores, pórticos… 

Todo un mundo desaparecido hacía casi dos mil años y que de nuevo cobraba vida. También entonces empezaron a llegar las primeras visitas, ya que la noticia se extendió rápidamente por toda la región. 

Ante la constante afluencia de público, el mismo Cortes se ocupó de construir unas casetas para proteger los delicados mosaicos, considerados los más relevantes de Europa por su cantidad y calidad. En 1980 cedió gratuitamente la finca a la Diputación de Palencia, que desde entonces se ha ocupado de los trabajos arqueológicos y de la musealización y conservación del yacimiento. Así, en 1984, levantó una cubierta para proteger la zona excavada y una pasarela para facilitar las visitas. Declarado Bien de Interés Cultural en 1996, durante los años siguientes salieron a la luz más estancias y mosaicos, incluso una impresionante zona de termas, que se abrió al público en 2004. Para entonces, La Olmeda era un lugar bien conocido, por lo que la Diputación decidió actualizar la instalación. De hecho, es su recurso turístico más visitado y un referente cultural junto a San Martín de Frómista. 

En 2009 se inauguró un nuevo y moderno edificio, obra de los arquitectos Paredes y Pedrosa, que permite contemplar los mosaicos en todo su esplendor. El palacio fue edificado en tiempos de Diocleciano y de Teodosio I, entre los siglos IV y V, y posiblemente pertenecía a un rico terrateniente con gran influencia política; incluso se han sugerido algunos nombres, aunque la identidad del propietario sigue siendo un misterio. «El imperio se ruraliza y los nobles y potentados se refugian en sus propiedades en el campo, donde producían todo lo necesario para vivir», relata Elena, una de las tres guías del complejo, quien recuerda que La Olmeda perteneció a Clunia, donde pagaban impuestos. 

Se calcula que en la mansión llegaron a vivir unos 80 o 100 miembros de una familia, más sirvientes, trabajadores, esclavos y colonos. Cerca de la villa han aparecido tres necrópolis, con unas 700 tumbas, cuyos hallazgos han procurado una amplia información sobre sus habitantes.

La vivienda principal ocupa 4.400 metros cuadrados, consta de 35 habitaciones, 26 de las cuales están decoradas con 1.450 metros cuadrados de mosaicos polícromos conservados in situ, y una amplia zona termal. Es un auténtico palacio, trazado de un modo simétrico y organizado en torno a un peristilo o jardín rodeado por un pórtico, parte del cual ha sido levantado de nuevo por los arqueólogos aprovechando los ladrillos originales. La casa tenía un segundo piso (no conservado en la actualidad) y estaba flanqueada por cuatro torres, dos cuadradas en la fachada norte y dos octogonales en la sur. Dormitorios, comedores y pasillos disponían de mosaicos de temas geométricos y vegetales muy bien preservados, representativos del estatus social, cultural y económico de sus antiguos propietarios.

El único mosaico figurativo está en el oecus, o sala de recepciones de la villa. Sus dimensiones son excepcionales, puesto que ocupa 175 metros cuadrados. Teselas o piedras de diminuto tamaño y diversidad de color se van ordenando armoniosamente hasta formar escenas. Se compone de tres temas diferenciados: una dinámica escena de caza (cazadores a pie y a caballo, armados con espadas y lanzas o pilla, entre diversos animales de gran veracidad anatómica, propios de la fauna ibérica y algunos exóticos procedentes de África); el mito de Aquiles en el palacio del rey Licomedes en Skyros y, rodeando este motivo, una cenefa con una serie de medallones ovalados (figuran 14 retratos) en los que posiblemente se muestra a los dueños de la casa, entre ánades heráldicas terminadas en delfines. 

«Es un mosaico muy refinado, con mensaje donde prima el ideal de servicio, y con un realismo poco frecuente. Es imponente», detalla Luis Ángel, otro de los guías de la villa, tras señalar que uno de los hombres retratados guarda cierto parecido con un busto de Flavio Salustio, cónsul de España en el año 363, y quizá propietario de la mansión.

Las habitaciones en torno al peristilo norte y sur presentan suelos más sencillos de tierra apelmazada o de opus signinum (mortero de cal y fragmentos cerámicos) que atestiguan un uso secundario o de servicio, siendo probablemente las cocinas y despensas de la casa, cuya cercanía a los accesos confirmaría esta finalidad. Además, la zona norte, parece configurarse como el espacio en el que se ubican las dependencias más específicas del ritual termal.