Antonio Álamo

Antonio Álamo


Tugurios

01/12/2022

Una vez más el mejor espectáculo que pudo verse en España  la semana pasada tuvo como escenario el Congreso de los Diputados y los protagonistas fueron unos cuantos representantes elegidos por el pueblo. Y se produjo gracias a una ley patrocinada en gran medida por el Ministerio de Igualdad cuyo contenido, ya es tradición, parece que ofrece ciertas lagunas en su redacción. El debate fue vergonzoso y no debió gustar, salvo a quienes, es obvio, ofrecieron un tono y lenguaje que de paso ayudan a dibujar un retrato de ellos francamente preciso. Tanto como el que del cielo de Delft logró Vermeer en uno de los paisajes más bonitos que se conocen. La oratoria parlamentaria española es lo que tiene, que nos permite a todos los demás disponer de una imagen exacta de ciertos padres de la patria. La reacción ante este bochorno –no hace falta citar el nombre de los diputados protagonistas- fue de rechazo generalizado e incluso algunos comentaristas dejaron escrito que tanto el lenguaje empleado como los modales exhibidos por algunos de nuestros diputados parecían propios de una taberna de baja estofa y no de un lugar tan representativo. Muy bien, aceptado queda. Pero tal vez convendría una precisión sobre ciertos mundos -y su léxico- que quienes siguen la política española quizá no disponen de tiempo para conocerlos. Los tugurios españoles, como es sabido, no tienen moquetas ni ujieres. Y quienes los visitan asumen el riesgo de destrozar su estómago con brebajes de garrafón o vino aguado. Y nada de canapés, aceitunas si acaso. De una a cinco según su categoría. En cuanto al léxico… no hace falta explicar quiénes son ilustrados y quiénes no. Haga la prueba, tome algo en un tugurio y siga un debate parlamentario. Y luego valore. En cuanto a los modales… bueno, bueno. Quien haya conocido a la banda del Macario, al Tales o a Quique el turuta –otras ciudades tienen su particular elenco- dispondrá de suficientes elementos de juicio para sacar unas cuantas conclusiones. Puede que no cayeran bien a todo el mundo y seguramente fue así. Pero tenían educación, callejera y no de moqueta, la suficiente para ganarse el respeto. Eso sí, al lado de algunos padres de la patria no pasan de ser unos querubines celestiales.