«La familia tiene que verte animada para asumir tu enfermedad»

Carmen Centeno
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Nació en Palencia en 1951, aunque lleva viviendo en Venta de Baños desde que tenía 6 años y se siente parte del pueblo. Confiesa que le hubiera gustado ser maestra, pero no eran tiempos fáciles y después de sacarse el graduado empezó a trabajar

«La familia tiene que verte animada para asumir tu enfermedad» - Foto: Óscar Navarro

Se autodefine como una mujer «decidida», capaz de afrontar lo bueno y lo menos bueno de la vida, capeando temporales y dejando de lado el llanto inútil que no conduce a ninguna parte, salvo a la depresión o a encerrarse en uno mismo. Y no porque no haya llorado, que lo ha hecho en más de una ocasión, sino porque una vez pasado el primer momento de miedo o de rabia, lo que se impone es seguir adelante.

La niña inquieta del barrio del Cristo, a quien le encantaba jugar en la calle, perseguir a los gatos e investigar el entorno; la muchacha decidida, que no estaba dispuesta en modo alguno a soportar un trato riguroso o tiránico; la joven enamorada de aquel chico «de maravillosos ojos verdes», que desde hace casi cincuenta años es su marido; la madre que tuvo que hacer entender a su hijo de 15 y a su hija de 9 que el cáncer no era el fin del mundo, y la abuela que ahora se mira en el espejo de sus cuatro nietos, ha derramado unas cuantas lágrimas. Amargas y dolorosas. Pero aquí está, con la fuerza de ánimo prácticamente intacta y dispuesta a seguir echando una mano.

«Cuando me diagnosticaron el cáncer de mama, sentí miedo, pero no rechazo. Tuve que aceptarlo para que lo hicieran los demás. La familia tiene que verte animada para poder asumir tu enfermedad», rememora. Y apostilla que su marido y su hijo mayor entendían mejor lo que estaba pasando, pero la pequeña no hacía más que llorar y lamentarse.

Milagros Abad sentía que tenía que poner un dique a la pena de su niña de 9 años, que no podía comprender lo que sucedía,  y la mejor manera era mostrándose fuerte y capaz de superar todas y cada una de las fases del proceso. «En mi caso duró más o menos un año y debo decir que no tengo muy malos recuerdos de entonces», explica.

Los seis ciclos de quimioterapia no le impidieron seguir saliendo a la calle y mantener vivas y bien activas sus relaciones familiares, amistosas y de vecindad. Superados los duros momentos iniciales, no volvió a sentir rechazo o miedo. También su marido y sus hijos fueron admitiendo que la enfermedad no tenía por qué ser mortal.

Tampoco la mastectomía (extirpación completa del seno) fue un momento fácil, pero era lo que correspondía y lo aceptó. Años después, cuando los vientos eran favorables se sometió a una reconstrucción. «La primera vez que me miré al espejo, sin una teta, me eché a llorar, pero fue solo una vez y no lo tepetí más. Me dije a mí misma que más adelante me la reconstruiría para volver a sentirme yo», asevera.

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