Caminos paralelos

Jesús Hoyos
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Tras décadas separadas, las dos pasiones de la neuróloga y poeta Nieves Fernández Buey se unen en un poemario basado en la desmemoria

Caminos paralelos - Foto: Sara Muniosguren

Rimas disonantes. Ese es el título del reciente poemario de la neuróloga palentina Nieves Fernández. No son rimas porque no están dentro de la métrica clásica, pero sí disonantes porque están escritas «en un momento en que disonaba de este mundo en el que impera un capitalismo, desigualdad e injusticia salvajes».

De las dos pasiones y vertientes de su vida, la neurología y la poesía, nace este compendio. «He realizado ese viaje sin retorno del cerebro al corazón», reza uno de los poemas. Pese a haber dedicado su vida profesional a la neurología, la afición por la lírica está en su ADN. «Mi abuelo Eusterio era poeta y tenía la costumbre de dedicarle un poema a sus nietos cuando cumplían siete años, que luego recitábamos en familia», recuerda. Desde ese momento, se acostumbró a leer y recitar.

En el instituto Jorge Manrique, donde estudió, tuvo la «suerte» de que dos profesores les hacían leer poesía, por lo que el hábito se mantuvo y poco después también comenzó a escribir. «Sobre el amor y el desamor, cosas de la adolescencia», apunta. Una rutina que dejó a los 25 años cuando terminó la especialidad de neurología y empezó a trabajar en el hospital de Palencia, la entonces residencia Lorenzo Ramírez. «La vida no me daba para todo porque la neurología es muy exigente en cuanto a dedicación. Eran dos caminos paralelos que nunca llegaban a encontrarse», añade. Eso sí, siempre mantuvo un poemario en su mesilla de noche.

«Superados los 50, cuando crees que ya tienes todas las respuestas, surgen de nuevo todas las preguntas, -como dijo Mario Benedetti-, aparecieron incertidumbres por circunstancias personales y empecé a escribir de nuevo», comenta Nieves Fernández, de 67 años, que, ya jubilada, publicó su primer poemario, Anticuerpos, que recogió los escritos de esa etapa. 

Unos años en los que se unió a la Universidad Popular, una entidad en la que su madre fue pionera en su primer año de existencia. En concreto, se unió al club de lectura de Concha Lobejón y al taller literario de Cándido Abril, donde pulió sus trabajos. Durante el confinamiento, repasó y añadió nuevos poemas a lo que más tarde sería Rimas disonantes.

Dos caminos, neurología y poesía, que han podido juntarse. «Hablo mucho del cerebro, de la memoria y de lo que supone perderla. Desde el punto de vista neurológico, de tener una enfermedad; y también de la desmemoria histórica», subraya Fernández, a quien siempre le ha preocupado la falta de memoria que hay en España. «No hemos cerrado la guerra civil, tenemos muchos muertos en las cunetas y eso nos lleva a repetir errores del pasado, también en el resto del mundo», señala. «Eso tiene que ver con el cerebro, que reelabora recuerdos y a veces los tapia», añade.

A nivel profesional, su vocación por la neurología nació tras leer Cuerpos y almas, de Maxence Van der Meersch, un libro que transcurre en un manicomio con pacientes afectados por problemas mentales a causa de la sífilis, una enfermedad entonces frecuente. «Me aproximé a él y me gustó. Estaba absolutamente prohibido para los jóvenes por ser gravemente peligroso, como se decía en la época, pero lo leí a escondidas y me hizo saber que quería ser neuróloga», rememora. Tras el MIR, tuvo la suerte de poder hacer la especialidad en el Clínico de Valladolid. Trabajó en Palencia durante 14 años, para volver a la capital vecina, donde ha ejercido hasta su jubilación. 

Una profesión que ha compaginado con ponencias y congresos, así como otras aficiones en su vida personal. En concreto, las plantas -atiende 95 macetas en su casa de Fuensaldaña (Valladolid)-, los perros y la intención de escribir un poema cada día. «A veces el folio se queda en blanco», concluye.