En la senda de Delibes y Cela

Charo Barrios
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Rafael Cabanillas presenta la última parte de la trilogía 'En la raya del infinito', que le ha merecido comparaciones con grandes maestros

El toledano firma un emotivo libro que reivindica esa España de la que tanto se habla y poco se sabe.

España vacía o vaciada. En ese país complicado, en el que podemos discutir hasta cansarnos por una cuestión semántica, el término acuñado por Sergio del Molino suscitó, simultáneamente, admiración y crítica. «Yo le felicité por haber acuñado el término, poniéndole el cascabel al gato; aunque yo soy más de la España vaciada, pues vaciada denota intencionalidad». Quien así se expresa es Rafael Cabanillas Saldaña, maestro y escritor que firma una trilogía titulada En la raya del infinito, que concluye con la tercera entrega, Valhondo.

El toledano nos traslada a los montes de su tierra, una cordillera de 350 kilómetros que se extiende desde Extremadura a Albacete y Sierra Morena, y que alberga una cultura muy desconocida que él quería poner en valor. Siguiendo la estela de grandes como Saramago, que inició el camino con Levantados del suelo, sobre la lucha de los campesinos del Alentejo, o Delibes en Extremadura con Los santos inocentes, Cabanillas presta atención a los montes toledanos, creando un paralelo geográfico y literario. «Era mi sueño», confiesa. 

En la tarea, el profesor hace un uso delicado y virtuoso del lenguaje, sabedor de que «la lengua es el mayor tesoro cultural de los pueblos», y que corresponde a los escritores ser los albaceas de esa riqueza para que ese léxico no desaparezca. También llaman la atención las toponimias, que son bien reales. «Uno de los actos más bellos del ser humano es nombrar los paisajes que habita», asegura, porque en ese acto ancestral, aparentemente sencillo, está todo. ¿No me creen? Deténganse un momento a pensar en qué estarían pensando quienes decidieron bautizar sus pueblos y parajes con nombres como Valleinfierno, Valdelobos, Navalagrulla, Valdelinces, Robledo Hermoso...

Sabe Cabanillas que la reivindicación de esa España preterida se ha convertido en sujeto de discrepancia política. Es bueno, dice, que el problema de la despoblación del mundo rural haya llegado al discurso político y a los medios de comunicación. 

Pero que esa reivindicación no nos haga idealizar un espacio que «no es la Arcadia soñada ni el paraíso terrenal». No aspira a idealizar un mundo perdido, sino a hablar de convivencia, «de ser uno más en esos alcornocales y en esas pedrizas» para captar la esencia de esas vidas amputadas, sin futuro ni esperanza. Y reivindica entonces el legado de Celaya, poeta que maldijo la poesía del que no toma partido hasta mancharse: «Yo soy de esa escuela. Y mi aportación no será, ciertamente, más que un grano de arena, pero ahí está». Eso sí, que nadie se llame a engaño. La suya no es una obra política, sino profundamente literaria, hasta el punto de que la crítica le compara con Delibes. O con Cela. Una comparación que le sonroja y, a la vez, le enorgullece, porque Los santos inocentes y Pascual Duarte son las dos grandes novelas del abandono y las miserias de la España rural; una obra que ha recibido elogios de personajes tan distintos como el humorista José Mota y Antonio Basanta, vicepresidente de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez.

Así, Quercus primero y Enjambre después se han convertido en eso que en Francia llaman un succès d'estime, etiqueta que tiene más que ver con el prestigio literario que con el éxito de público aunque, en su caso, el boca a oreja ya ha dado frutos y puede cuajar definitivamente con la tercera entrega, Valhondo, que el autor define como «una apuesta radical de exhibicionismo extremo» y en la que hay mucho de sí mismo.

De sí, y de su gente, aunque no ha concebido la obra como un homenaje. Eso sería quedarse corto, puesto que los valores de su gente son universales, y la denuncia que el texto vehicula encuentra eco en todo el mundo: el falso progreso está matando a todos, a unos y a otros, porque las formas de la miseria, la injusticia, la esclavitud... «cambian de cara, de nombre, se disfrazan».

Leyéndole, escuchándole, podemos colegir que escribe por amor a la literatura y desde la convicción de que llega allí donde la política no alcanza. Por eso, su trilogía está pensada para proporcionar placer («la lectura es el invento más placentero del ser humano») y para dar guerra. «El fenómeno de la despoblación es un problema muy serio en España», denuncia.