José Luis Díaz Sampedro

José Luis Díaz Sampedro


Más que una pandemia

16/05/2022

Todos sabemos por el dichoso covid que una pandemia es una enfermedad infecciosa que se ha propagado por todo el mundo afectando a un número considerable de personas. Y todos -o casi todos- venimos intentado desde hace ya más de dos años evitar contagiarnos, procurando seguir las indicaciones que se nos aconsejan (e incluso imponen) y habiendo adquirido la conciencia de que se trata de un mal que podemos transmitir a los demás.
Siendo todavía preocupantes las estadísticas del covid (por lo incierto de su futura propagación y sus efectos secundarios), quizás no hayamos reparado en advertir las que se refieren a las rupturas matrimoniales, que resultan escalofriantes y aterradoras. Por dar sólo dos datos referidos a España, en los últimos 40 años se han tramitado más de 4 millones de disoluciones o separaciones, las cuales en el último año han duplicado a los matrimonios celebrados. A este ritmo endiablado, dentro de muy poco las parejas estables van a resultar una especie a extinguir y la familia un recuerdo del pasado.
Las rupturas matrimoniales pueden considerarse una especie de pandemia por cuanto se dan sus tres elementos definitorios: enfermedad infecciosa, propagada por todo el mundo y que afecta a muchas personas. Ateniéndonos a la segunda acepción de la RAE («pasión dañosa o alteración en lo moral o espiritual»), todo divorcio puede considerarse como una enfermedad y, por tanto, como un mal que produce daños no sólo en los cónyuges, sino también en los hijos, en la familias, en los amigos y -por ende- en toda la sociedad. A los hechos me remito. 
Sin necesidad de acudir a datos estadísticos, sabedores de cómo está el percal y existiendo el peligro de vernos infectados por esta moda (los que aún queremos ser fieles al compromiso matrimonial), me pregunto si individual y colectivamente estamos poniendo -al menos con la misma diligencia e interés que para la covid- todos los medios necesarios para evitar contagiarnos. Porque aunque las soflamas progresistas intenten revestir con ropajes de liberación una ruptura matrimonial, estoy seguro que nadie -o muy pocos- desea que llegue a producirse.
El libre y voluntario compromiso de fidelidad que adquiere toda pareja al contraer un matrimonio (manifestado públicamente durante la ceremonia para dejar constancia de ello ante los demás) implica no sólo un deseo sino también una promesa, un empeño, una TAREA en ser fiel a uno mismo y al cónyuge. Se trata de un compromiso para toda la vida y, por tanto, no condicionado a circunstancias futuras que -por muy imprevisibles que pudieran resultar- cada cónyuge está dispuesto a superar.   
No nos engañemos. Fidelidad es garantía de Felicidad. Lo demás son patrañas.