José María Ruiz Ortega

Estampas rurales

José María Ruiz Ortega


Llegaron los trilleros

12/06/2021


Ya en vísperas de San Antonio de Padua, los campos manifiestan lo que puede ser la cosecha en ciernes y los labradores de antaño hacían cálculos sobre las necesidades para la recolección del ya remoto verano agostero. Ese verano ancestral de siega, acarreo, trilla y bielda en la era, de trabajos de sol a sol en campo, a base de mano de obra exenta de máquinas. Por este tiempo de San Antonio y San Juan de Sahagún, llegaban los trilleros de Cantalejo (Segovia), a los pueblos y lugares de la comarca de Campos de las provincias de Valladolid, Palencia y León, con el fin de poner a punto los trillos de cara a la inminente cosecha de cereal. 
Normalmente pasaban una semana en el pueblo, llegados en sus carros, con las tablas de pino negral de Cantalejo, las piedras de cuarzo de las canteras de Jadraque y Sigüenza y el morillo, lascas de cuarcitas de guijarros y codones, para ‘enchiflar’ a golpe de mazo los gastados pedernales. El trabajo era penoso, ya que llevaban hasta 3.000 piedras debajo del trillo. Y al terminar el arreglo, unas veces cobraban en dinero y otras veces en trigo. Pero lo que más nos llamaba la atención era su lenguaje, la gacería. Nadie les entendía nada cuando hablaban entre ellos y, los niños, al salir de la escuela, intentábamos hablar con los hijos que venían con estos artesanos. El origen de la gacería no se conoce, lo utilizaban para hablar entre ellos y así poder salvaguardar los secretos del trillo y la industria muletera de carros y aperos agrícolas.
A los trilleros también se les conocía con el nombre de ‘briqueros’ y, en Cantalejo llegaron a vivir de este oficio más de cuatrocientas familias. Una profesión, totalmente desaparecida por la mecanización de la agricultura, que se remonta a mediados del siglo XVI y ha permanecido en las eras de los pueblos hasta bien sobrepasada la primera mitad del pasado siglo XX. Junto con los trillos, estos artesanos, también vendían otros pequeños aperos o útiles de labranza complementarios: cribas, harneros, cedazos, horcas, garios y bieldos. Todo un arsenal de avíos y herramientas que se van arrinconando por desuso y se perderán de nuestro lenguaje.