Un tren que sí pita

R.Pérez Barredo
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Viajeros habituales del Tren de La Robla, que discurre por León, Palencia, Cantabria, Burgos y Vizcaya, defienden la supervivencia de una línea sobre la que se cierne la amenaza de la supresión. Afirman que su desaparición sería un desastre para las

Un tren que sí pita

Al otro de la ventanilla el imponente paisaje  burgalés del Valle de Mena impide concentrarse en otra cosa: los riscos, los hayedos, las verdes praderas en las que pasta, manso, el ganado, ejercen un hechizo del que es imposible abstraerse.Demasiada belleza. El tren discurre por tan singular orografía con un traqueteo de ensoñación, lamiendo peñas y árboles. Un lujo para los sentidos estar a bordo del ferrocarril de La Robla. Un lujo y una necesidad para mucha gente de distintas comarcas entre Bilbao y León, dispersas también por las provincias de Palencia y Cantabria que se  incluyen en el trazado ferroviario afectando a tres comunidades autónomas: Castilla y León, Cantabria y Vizcaya.  De ahí que los viajeros que frecuentan esta línea se encuentren preocupados ante los agoreros anuncios de su posible supresión, negra amenaza que sobrevuela este servicio desde hace ya varios años. De hecho, ya en1991 cesó su utilización para el tráfico de pasajeros -restringido solo al de mercancías-, pero, gracias a distintos convenios con la Administración pública, en 2003 se reanudaron distintos servicios.

Es miércoles.Luce un sol rabioso en la desértica estación burgalesa de Mercadillo-Villasana de Mena. El convoy que viaja en dirección a León lleva nueve pasajeros a bordo. Uno de ellos es Felipe, que acude a su pueblo palentino, Santibáñez de la Peña, ya muy cerca de Guardo. Es usuario habitual de la línea y se muestra indignado ante la posibilidad de que ésta pueda cerrarse. «Me parecería muy mal. Los impuestos los pagamos todos. Esto es un servicio público y  todos lo  necesitamos, también en las zonas en las que hay menos población», señala. 

Tiene más argumentos de peso, como la apuesta por un transporte  limpio, que no contamina, y que tiene su infraestructura consolidada. El ferrocarril, ciempiés de acero, discurre con cadencia de nana entre las hayas y los robles, junto a las escarpadas peñas. Varios asientos más adelante viajan Alberto y Zunbeltz, dos ciclistas que van a apearse en Cadagua para, dese allí, hacer el camino de vuelta sobre sus bicis. Para ellos, esta línea que ellos suelen utilizar para sus escapadas deportivas está en una crisis rampante, deliberadamente olvidada por Renfe. «Todo ha ido a peor en los últimos tiempos.Falta personal, hay estaciones cerradas, a veces ni siquiera pasan los trenes.Se están invirtiendo millonadas en el AVE y líneas como ésta se están dejando morir cuando aquí no son necesarias tantas inversiones ni tantos gastos», señalan. 

Un tren que sí pitaUn tren que sí pita - Foto: Patricia GonzálezAmbos usuarios tienen claro que se está abandonando a pasos agigantados.«Están haciendo una política de destrucción masiva. No se apuesta por este transporte.Es una verdadera vergüenza», apostillan. Y ya no sólo porque ofrece un servicio a la población de numerosas comarcas; consideran que tiene enormes posibilidades si se creyera en esta línea.«Tiene un gran potencial turístico. El paisaje es maravillosos. Los pueblos por los que pasa. Hay numerosos atractivos que podían hacer que esta línea se impulsara», sentencian antes de bajarse en la estación de Cadagua.

VIDA EN LOS PUEBLOS. Desde Santurce (Vizcaya) viaja Feli, que ha conocido tiempos mejores de este histórico ferrocarril. «Iba siempre lleno, e incluso tenía bar», evoca con nostalgia. El hecho de que en el momento de este viaje los dos vagones del tren vayan casi vacíos no significa que no tenga pasajeros habitualmente «y ya no digamos los viernes y los domingos, que va a tope, hasta con gente sentada en el suelo», apostilla. Feli se muestra radicalmente contraria al cierre de la línea. «Sería una pena y un desastre. ¿Así es como se quiere que haya gente y vida en los pueblos? Así no se hacen las cosas. Así se matan los pueblos», apostilla indignada, mientras cierra el libro que tiene entre las manos y pierde la mirada el paisaje ubérrimo y brillante según la época del año.

Ninguno de los usuarios se queja del horario del tren, aun a sabiendas de que si hubiera más y diferentes frecuencias, sería mejor. Están acostumbrados al que hay y se adaptan a él porque les da el servicio que necesitan para ir y venir. Además, el tren de La Robla forma parte de la memoria sentimental de varias generaciones de las comarcas por las que atraviesa. Deja el tren atrás el Valle de Mena en Burgos y ya se otean en lontananza, como en esfumato, los valles pasiegos. En Montija nadie sube ni baja del tren, pero enEspinosa de los Monteros se sube otra pasajera. Vacas y caballos se convierten, en adelante, en los principales protagonistas cuando se mira al otro lado de la ventanilla.

Un tren que sí pitaUn tren que sí pita - Foto: Patricia GonzálezYa en la Merindad de Sotoscueva el paisaje, camaleónico, va mudando sus contornos. En la estación descienden dos pasajeros. Ya en Pedrosa de Valdeporres, de nuevo el paisaje en plena evolución, se baja otra viajera y el tren afronta ya el último tramo en tierras burgalesas, que tiene como parada la estación de Arija, cuyo pantano, ese súbito mar entre praderas, se aparece ante los ojos como un milagro, como una promesa azul. Centellea el sol sobre la piel del agua, que el viento riza en olas que rompen en la orilla coronadas de espuma.

Quienes les cuentan esto se bajan en Arija para, al cabo de un rato, tomar el tren de vuelta hasta Villasana. El buen tiempo ha animado las terrazas del pueblo, y se nota que el cámping junto a las playas ya han ido llegando quienes han encontrado en esta tierra su lugar en el mundo. Cuando llega la hora de regresar, en la estación está Idoia, que se vuelve a Bilbao. Está sola esperando al tren.Trabaja en la capital vizcaína pero su segunda residencia la tiene en la comarcar arenera. «Sería una faena que quitaran la línea. Me lo comentaron el otro día y me llevé un disgusto. Si no vengo en tren, me tienen que traer en coche». Admite que, salvo en verano y los fines de semana, en que el tren se llena, no viajan demasiados pasajeros, pero considera que los suficientes como para que Renfe mantenga vivo el servicio. Pero es consciente de se está dejando abandonar. «Algo raro pasa. El tren falla demasiadas veces.Más de una vez me han tenido que traer en autobús diciendo que había habido un avería; e incluso en taxi. «Creo que les sale más rentable el autobús y el taxi», zanja.

Un tren que sí pita
Un tren que sí pita - Foto: Rubén Abad
Entra el ferrocarril en la estación burgalesa de Arija con unos minutos de retraso. Hay cuatro pasajeros, pero se subirán otros más -en Cidad Dosante, enPedrosa y en Espinosa- antes de llegar a Villasana.Idoia se encuentra con una vecina del barrio y ambas se quedan pegando la hebra mientras el traqueteo mece los vagones y se  encapota el cielo en algunos tramos. Descendemos en la estación de Mercadillo-Villasana y vemos alejarse el tren rumbo a Bilbao. Lo hace pitando. Porque el ferrocarril de La Robla, mal que le pese a quien lo gestiona, es un ferrocarril que pita. Que siga pitando y mucho por varios pueblos de León, Palencia,  Cantabria, Burgos y Vizcaya.