Ora et labora: las Clarisas de Carrión

Rubén Abad
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INCLUYE VÍDEO | La Fundación DeClausura comparte en su blog las historias que se viven muros adentro del convento de las Clarisas de Carrión. Allí conviven doce religiosas a los mandos de Sor Micaela, su superiora

Luz, gas, agua, alimentos… Como cualquier familia, las comunidades contemplativas intentan hacer frente a la subida de los precios energéticos y de la lista básica de la compra. Muchas de ellas no llegan a fin de mes. Su actividad productiva continúa muy afectada por la pandemia que ha agravado la situación vital de monasterios y conventos repartidos por la geografía. 


Tras sus tapias conviven monjas o monjes de muy diferentes edades. Juntos forman una familia que ora por toda la humanidad una media de siete horas al día, que trabaja para alimentarse y mantener su casa, y que se ama en el servicio cotidiano. En estos hogares de Dios, los mayores y enfermos reciben un excelente cuidado, la cocina es elaborada con calma y las tareas del hogar se realizan como entrega a la comunidad.


El estilo de vida monástico ha sido sostenible a la largo de las siglos gracias al trabajo artesano y al voto de pobreza. «Son verdaderos monjes cuando viven del trabajo de sus propias manos», dice San Benito en el capítulo 48 de su Regla, según recoge la Fundación DeClausura. Así, obradores y talleres han estado operativos durante siglos para obtener una producción que se vendía a través del torno.

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Pero, según destaca la institución, la falta de vocaciones, la despoblación de las zonas rurales en las que se encuentran y estos dos últimos años de pandemia han zarandeado a muchas comunidades que intentan a duras penas seguir viviendo de su trabajo y pagar las costosas obras que requieren la conservación de los monasterios y conventos en los que habitan.


En estos años de pandemia las comunidades contemplativas han sufrido la muerte de hermanas, unas por edad y otros a causa de la covid-19; la parálisis de su actividad productiva durante el confinamiento; la falta de huéspedes y la escasez de ventas de sus productos a causa de la crisis socioeconómica y de su situación geográfica en un entorno rural afectado también por la crisis del turismo. Las cuentas no salen con menos ingresos y las mismas cuotas a la Seguridad Social que pagar.


LAS CLARISAS DE CARRIÓN

La Fundación DeClausura ha promovido un encuentro con las Clarisas de Carrión de los Condes, una charla que permitió conocer cómo vive esta comunidad. Está compuesta por doce monjas de clausura, con edades comprendidas entre los 22 y los 89 años. Las más jóvenes tienen nacionalidad mexicana y las mayores, española.


Como «las vocaciones se cotizan caro en nuestro país», explica a la entidad Sor María Micaela Velón, madre superiora del convento, hace unos años viajó a México para invitar a sus hermanas clarisas de aquel país a vivir durante un tiempo en su convento y fortalecer así esta comunidad. Dicho y hecho, cuatro de ellas cruzaron el charco y ahora son unas más de la congregación: Sor Clara Francisca, Sor María de las Mercedes, Sor María Guadalupe y Sor Ana María, «siempre alegres y disponibles para servir a sus hermanas y rezar por todos», destaca la fundación.


Sor María Micaela destaca por su profunda alegría y vitalidad. Es abadesa desde 1985 e hija adoptiva de Carrión de los Condes por impulsar, entre otras iniciativas, el Camino de Santiago y la vida cultural y espiritual de la ciudad. Como muestra, en su hospedería se alojan cientos de peregrinos al año y otras tantas personas visitan el museo conventual donde expone una impresionante colección de belenes de todo el mundo.


UNA MONJA NUNCA SE JUBILA

Las hermanas de mayor edad son ejemplo de amor al prójimo. Sor Dominga Martín, a sus 88 años, sigue siendo la ropera del convento de Santa Clara de Carrión. Allí trabaja cada día en el arreglo y cuidado de los hábitos de sus hermanas.
Lo mismo sucede con Sor María Isabel Pérez, que durante décadas estuvo al frente de las cocinas del convento. Hoy, a sus 83 años y con medio cuerpo paralizado por un ictus, solicita a su madre abadesa, Sor María Micaela Velón, encomendarle cualquier trabajo que pueda realizar.


Una petición que fue atendida de buen agrado y, ahora, se la ha nombrado campanera. Un encargo que ha requerido un pequeño cambio en el convento: habilitar la cuerda para que Sor María Isabel pueda tomarla para llamar a sus hermanas a la oración con el toque de la campana.


Una actitud que, según recuerda DeClausura, vuelve a conectar con el capítulo 48 de la regla de San Benito: «A los hermanos enfermos se les encomendará una clase de trabajo mediante el cual ni estén ociosos ni el esfuerzo les agote o les haga desistir». (RSB 48,24)

 

LA POBREZA EN CLAUSURA

La madre Micaela asegura que las comunidades contemplativas necesitan acudir desde hace décadas al Banco de Alimentos para cubrir sus necesidades alimentarias básicas. Y aunque afirma que, en España, las monjas de clausura «no se van a morir de hambre, carecen de los nutrientes propios de una alimentación saludable», según recoge la fundación.


Conocedoras de la realidad de las comunidades, es habitual que unas monjas ayuden a otras. «Si tenemos, damos y si no tenemos, acudimos a la mesa del Señor. Y el Señor nunca nos ha fallado», asegura sobre la campaña de DeClausura difundida para recaudar donativos con intención de ayudar a las comunidades contemplativas, activa en www.declausura.org/donativos.

 

DeClausura, laicos al servicio de la Iglesia y los conventos
La Fundación DeClausura es una entidad sin ánimo de lucro gestionada por laicos de la Iglesia que apoya desde 2006 a monasterios y conventos. Este acompañamiento permite a la entidad conocer la situación real de las comunidades que oran y trabajan en clausura. Un conocimiento imprescindible para poder decidir a quiénes destinar la cantidad total de la ayuda económica recaudada, teniendo en cuenta las necesidades urgentes de los monasterios y conventos y las consecuencias de la crisis socioeconómica y sanitaria.


En el último año, la fundación ha apoyado a 73 comunidades al asumir los gastos corrientes de electricidad, gas, calefacción, mantenimiento y manutención; el pago de deudas a la Seguridad Social; o gastos de entierro, no tan extraordinarios teniendo en cuenta la edad media de las comunidades y la situación sanitaria. Además, no son pocos los trabajos realizados en favor del bienestar de las hermanas mayores y del de sus compañeros varones: reparación de ascensores e instalación de rampas o grúas para facilitar su movilización. También lucha por conservar los edificios en los que habitan estas comunidades, muchos de ellos con la distinción de Bien de Interés Cultural (BIC).