Pastores

Fernando Pastor
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En Astudillo cobraban tres celemines de trigo al año por cada oveja que sacaban

Patores

Un oficio imprescindible en todas las localidades del Cerrato era el de pastor, pues abundaba (aunque cada vez menos) la ganadería lanar, suministradora de leche, carne y lana. Familias enteras vivían del pastoreo, bien por cuenta propia o ajena.

Los pastores locales coexistían con los trashumantes, pues el Cerrato está atravesado por cañada real burgalesa, una de las ocho grandes rutas ganaderas de la Corona de Castilla desde la Edad Media, formada por una red de caminos que confluían en El Cerrato y que canalizaba el tránsito de rebaños desde la Sierra de la Demanda, en las provincias de Burgos y La Rioja, hacia los pastos del sur, principalmente Extremadura, para el aprovechamiento de los pastizales de invierno. Los merineros trashumantes iban con caballos y yeguas, y los potrillos que nacían los vendían.

Valoria la Buena se convirtió en uno de los lugares de descanso de los rebaños y las ovejas ingerían la sal necesaria para su alimentación. Por eso a la Plaza del Hortal de esta localidad cerrateña se le conoce como el saladero.

Los pastores entraban a menudo en conflicto con los agricultores debido a la deforestación causada por las ovejas al pastar. La importancia de la lana hizo que los reyes tomaran partido por los pastores. Así, en 1273 Alfonso X el Sabio propició la creación de una asociación que les agrupara, conocida como La Mesta, aunque su nombre era más pomposo: ostentó los nombres de Honrado Concejo de la Mesta de Pastores y Real Sociedad de Ganaderos de la Mesta. A través de este colectivo los pastores gozaron de privilegios no solamente relativos a la profesión (derechos de paso, de pastoreo, etc.) sino también ajenos a ella, como la exención de la obligación de prestar servicio militar. Los Reyes Católicos les otorgaron ventajas fiscales. Casi seis siglos después, en 1836, La Mesta dejó de existir.

Se trataba de un oficio extremadamente duro. Obligados a pasar muchísimas horas en el campo, sometidos a las inclemencias de la climatología. Si hacía calor, todo el día a la solana; y si llovía o nevaba se pasaban todo la jornada mojados y ni en casa se les secaba la ropa porque no solía haber calefacción. Algunos no tenían ropa de quita y pon, de ahí que al día siguiente tenían que ponérsela como estuviera, o como mucho tenían otro juego, pero si al día siguiente continuaba lloviendo ya tenían los dos mojados. 

Esa indumentaria, según la época, incluía pantalón a modo de calzón, polainas, chaleco (denominado pellica, hecho con la piel de las ovejas, con las que también hacían forros, alfombras...), faja, chaqueta, zahones, medias, abarcas, capa de paño, zamarra, sombrero y un zurrón para llevar la comida. 

Iban generalmente a pie, aunque a veces llevaban burro, que les servía para que marcara el camino y para llevar sobre él a las ovejas que se ponían enfermas o de parto.

En el campo, mientras estaban con las ovejas, en los meses que van desde agosto hasta la primavera, podían sentarse en la tierra, pero desde la primavera ya no, pues estaba todo el campo sembrado. Por ello, para poder sentarse un rato tenían que buscar una piedra. Buscaban una que no fuese muy cómoda, pues si se acomodaban mucho corrían el riesgo de quedarse dormidos y las ovejas podían meterse en los sembrados sin que nadie se lo impidiera. De ocurrir tal circunstancia, tenían que pagar ellos los daños que ocasionasen.

Contaban las ovejas tanto cuando las sacaban del corral por la mañana como cuando las devolvían a cada corral por la noche, por si acaso alguna se hubiese quedado en el campo. Aunque las hubiera contado la noche anterior al meterlas, a la mañana siguiente las volvía a contar al sacarlas por si acaso por la noche hubiese entrado alguien al corral y se hubiese llevado alguna (había mucho hambre y era frecuente que se metiera en los corrales a coger corderos).

Muchas veces en el monte había mucha niebla, pero los pastores estaban seguros de no perderse ya que las propias ovejas sabían orientarse y encontrar el camino de regreso. Incluso sabían cuándo era el momento de regresar. Al llegar al pueblo, las ovejas conocían perfectamente cuál era su corral, por lo que se encaminaban cada una al suyo.

Las ovejas son animales que van en manada. Si alguna tiene tendencia a separarse e ir a su bola, dicen de ella que está loca y la tienen que matar, ya que no se puede dejar que una oveja vaya a su aire.

Con frecuencia los pastores cobraban en especie. En Astudillo les daban tres celemines de trigo al año por cada oveja que sacaban. A los propietarios de las ovejas les venía bien esta forma de pago ya que generalmente eran agricultores y utilizaban para pagar a sus pastores el trigo que producían y no vendían. En caso de que lograran vender toda la cosecha, les pagaban a los pastores en dinero, la cantidad equivalente a los celemines de trigo o cebada acordados. 

En la posguerra era frecuente que los dueños vendieran el trigo en el estraperlo (más caro) pero a los pastores les daban el dinero equivalente al precio oficial. 

En la época de los partos de las ovejas el trabajo se multiplicaba, por lo que era frecuente que los hijos de los pastores que tenían muchas ovejas a su cargo tuvieran que ayudar a su padre y no pudieran acudir esos días a la escuela. El propio dueño de las ovejas se lo sugería, aunque no por ello les pagaba más. En Piña de Esgueva, para 'compensarles' les daba una gallina y unos calzoncillos viejos suyos para que la madre le hiciera con ellos al niño unos más pequeños.

En algunas localidades cerrateñas el día del Corpus Christi  celebraban la fiesta de los pastores. Ese día no soltaban a las ovejas, regalaban la leche a los vecinos y jugaban a juegos populares.