Una relación de amor-odio con Palencia

César Ceinos
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Juanjo Herranz muestra en una exitosa carta publicada en la cuenta @palenciatomorrow de Instagram sus sentimientos encontrados sobre una ciudad que añora, especialmente en algunas fechas, pero a la que no tiene previsto volver a vivir por ahora

Juanjo Herranz, en el volcán Puracé de Colombia. - Foto: DP

El periodista Juanjo Herranz es uno de esos palentinos que tiene que explicar muy a menudo que procede de Palencia y no de Valencia, que en su ciudad natal no hay playa y que la paella es un plato típico de España, pero que en su tierra de origen la tradición es comer patatas a la importancia, menestra y lechazo asado. Es uno de tantos que andan más allá de los confines de nuestra provincia y que, por diversos motivos, no acuden a su patria chica siempre que quieren. En este caso, concretamente, reside en Santander de Quilichao, un municipio colombiano del departamento del Cauca.

Desde el otro lado del charco está al loro de lo que ocurre en su tierra natal. Por ello, durante las jornadas previas a las fiestas de San Antolín, le entró morriña al ver en un grupo de Whatsapp que sus amigos se organizaban para disfrutar de la semana grande y comenzó a escribir una carta en la que mostraba sus sentimientos encontrados hacia Palencia. «Me dio un pequeño golpe de nostalgia y empecé a redactar», admite. Su fuente de inspiración fueron sus amistades, su familia y toda su juventud a orillas del Carrión.

El texto, que apareció publicado el 4 de septiembre en el perfil de Instagram @palenciatomorrow, tuvo un gran éxito. La cuenta se dedica a difundir contenido satírico sobre Palencia y provincia, pero el contenido de Herranz, pese a no ser precisamente gracioso, gustó a mucho público. Más de 2.430 personas refrendaron con un 'me gusta' el comentario «tan sentimentaloide», como él mismo admitió. Además, más de 130 personas dejaron su punto de vista en el área de comentarios de la entrada, que se difundió a través de los lugares más extraños».  Escogió esa fecha porque era el último día de los festejos patronales, cuando se recordaba, en el pasado, al palentino ausente. «Me pareció una fecha muy bonita que este año no se celebraba oficialmente», lamentó.

La carta es una declaración de amor a Palencia -la tierra «donde tengo mis raíces», subraya- y a los palentinos, pero también deja entrever las carencias de la ciudad. Por ello, reconoce que es un texto «agridulce», aunque admite que le sirvió para estar «más cerca de Palencia» mientras lo escribía. «En cada esquina hay un recuerdo: una risa, un beso, una discusión. Conozco las calles, los mejores bares, las mejores tapas. Conozco a los vecinos, al quiosquero, al banquero y al policía. Conozco la ciudad como ella me conoce a mí y, aun así, qué difícil se me hace volver: ¿y si volviera?, ¿y si volviéramos?», escribió antes de confirmar que el retorno, en el futuro, está por ver porque «no hay muchas posibilidades laborales». En concreto, manifestó: «Todavía no es el momento. Pero es posible que por la puerta que te fuiste has de volver un día. Y llegues a Palencia, con pe, muchos años después, con las sienes plateadas y la frente marchita».

Este palentino de 31 años trabaja desde abril en un programa de la Unión Europea de cooperación internacional al desarrollo en una asociación colombiana de comunidades afrodescendientes, pero también vivió, entre otros lugares, en Bruselas y Ámsterdam. Es, sin duda, un hombre de mundo. Los estudios de Periodismo los realizó en Madrid, si bien, aunque también se formó en Estados Unidos. «Desde 2010 solo he vivido semanas de vacaciones en Palencia», añadió. 

Además, en 2018, recorrió prácticamente toda Latinoamérica, una experiencia que le animó a intentar ganarse la vida como redactor de viajes. A día de hoy escribe la newsletter elviajeinterminable.substack.com y en la revista Traveler. Sus artículos son valorados y reconocidos y uno de ellos, el que hablaba sobre la ciudad de Cali (Colombia) y el séptimo arte titulado Caliwood, Cali a través del cine: un recorrido que ya no existe, fue premiado en México, un país al que se desplazará cuando acabe su etapa en Colombia. «Quiero hacer un gran viaje y vivir como periodista freelance allí. Mi idea es aunar la escritura y los viajes», explicó.

Herranz, que anda a unos 8.000 kilómetros de su ciudad de origen, tiene que hacer un esfuerzo para que el resto de personas se hagan una ligera idea de donde viene. «Decir que soy de Palencia es una dinámica que se tornaba graciosa y casi sociológica para ver cómo reaccionaban. Sorprendentemente, a cada persona que le decía que era de Palencia conocía Valencia», aseveró. 

Ante esta situación, «les tenía que reconocer el poco glamour» en comparación con la capital levantina, «pero destaco el románico, la buena comida o la tranquilidad». Eso sí, a muy pocos se les olvida la existencia de Palencia después de esta explicación, «aunque sea porque les resulta chistoso que haya una segunda Valencia, pero con P. Resulta bastante gracioso», concluyó el periodista.

 

Carta del Palentino Ausente

«He vivido en muchas ciudades, en muchos países; en muchas casas, diecisiete. En buhardillas, bajos, pisos, urbanizaciones. Pero mi casa, siempre, por tozudo que uno se ponga, es la casa de mis padres, en Palencia.

He conocido muchas personas, y he hecho muchos amigos en el camino. Pero los amigos de siempre, los viejos amigos, con los que comiste pipas, pepinillos y surfeaste las primeras borracheras son tema aparte. Son viejos amigos, y ese adjetivo 'viejo', los convierte, automáticamente, en amigos difíciles de hacer.

He aprendido tanto recorriendo el kilómetro de longitud que tiene la calle mayor palentina como recorriendo decenas de miles de kilómetros de la carretera Panamericana.

He puesto la pe en el mapa en incontables ocasiones. Conocen Palencia en los ríos del Pacífico colombiano, en el altiplano boliviano, en la selva peruana, en la costa argentina, en el desierto chileno, en el suroeste de Venezuela, en los Andes ecuatorianos, en los volcanes nicaragüenses, en el canal de Panamá, en el Caribe de Costa Rica, en la capital de El Salvador, en los mercados de Guatemala, en Ciudad de México. No tengo un orgullo especial por ser palentino; pero la patria, que es la infancia, huele a café, sabe a lechazo y viste morado.

En cada esquina de Palencia hay un recuerdo: una risa, un beso, una discusión. Conozco las calles, los mejores bares, las mejores tapas. Conozco a los vecinos, al quiosquero, al banquero y al policía. Conozco la ciudad como ella me conoce a mí y, aun así, qué difícil se me hace volver: ¿y si volviera?, ¿y si volviéramos?

Se calcula que hay cien mil palentinos viviendo fuera, ausentes (no sé si de la ciudad o de la provincia). Si volviésemos todos la ciudad colapsaría. No habría terrazas, cañas ni huevos del Perico suficientes. Pero si volviéramos unos cuantos miles, una cantidad que la ciudad pudiese absorber: y se rejuveneciese Palencia, y se abriesen nuevas tiendas y bares y productoras y cines y revistas. Y más médicas y enfermeros y abogados y arquitectas y camareros y músicos y pintoras y periodistas y científicos y ebanistas y ornitólogos y escritoras caminasen las orillas del Carrión, quizá encontraríamos un lugar donde volver, donde quedarnos, donde crecer, donde morir.

Quizá podría dejar de darle vueltas al mundo y quedarme en Palencia. De palentino ausente a palentino presente. Y llevar a mi hijo al colegio donde estudió mi padre, mis tíos, mi hermana, donde estudié yo. Donde aquella profesora me dijo que nunca llegaría a nada, aprovecho: «maestra, tenía usted razón».

Todavía no es el momento. Pero es posible que por la puerta que te fuiste has de volver un día. Y llegues a Palencia, con pe, muchos años después, con las sienes plateadas y la frente marchita».

Juanjo Herranz