Javier San Segundo

Ajo, guindilla... y limón

Javier San Segundo


La susodicha

31/07/2021

Reza el Artículo 14 de nuestra Constitución Española, literalmente y abreviando, que todos los españoles somos iguales ante la ley sin que pueda existir discriminación alguna.
Pero hay quien se toma tan al pie de la letra el magno documento que se siente desgarrado y ultrajado en tan fundamental derecho cuando aposenta sus cuartos traseros en un taburete de la barra de algún bar. Y, si analizamos la situación que prosigue en profundidad, podría ser constitutiva de delito hostelero con autoimpuesta pena de colocación de andamio en la entrada del garito en cuestión, pasando por delante con desdén, para no volver a cruzar el dintel de su cancela en lo que resta de los siglos de los siglos.
Cierto es que ocurre, y más cierto es que tal sanción clientelar se me antoja desproporcionada y, a todas luces, por norma, injusta. Pero un toque de atención, por humano despiste fortuito en el mejor de los casos o por desafortunada dejadez por parte del personal en el peor, puede venir al caso si de mejorar se trata o de no lastimar las sensibilidades de algún parroquiano se refiere, con el perjuicio añadido de la merma futura en las facturaciones del negocio.
Agasajar a la clientela con una tapa de cortesía al servírsele la consumición puede depender de múltiples y diversos factores. Desde la moda que se estile en la zona de influencia concreta hasta la propia idiosincrasia de cada local que estima si debe, puede o le sale de los mismísimos hacerlo. Por supuesto, no entraremos en la conveniencia o no de tal asunto. 
Pero lo que subyace meridianamente transparente es que, si la Diosa Justicia viste, como debe, la venda en los ojos, los derechos de los iguales han evolucionado a ser considerados así, iguales, en un Estado de Derecho y el establecimiento en cuestión ha decidido, por personalidad propia, dotar a la consumición líquida de un acompañamiento sólido por gentileza de la gerencia, todo cliente debe disfrutar de ese derecho sin excepción.
Por experiencia en carne propia detrás de la barra, una botana olvidada que deja huérfana a la caña de cerveza recién servida cuando las demás sí disponen de canapés adláteres puede herir más a determinados seres humanos que una sanción de Hacienda con intereses de demora, recargos varios y latigazos públicos en la plaza Mayor.
Cuidado con este asunto. He visto morder brazos.