El pasado lunes, 23, tuvo lugar un acto político que atrajo mi atención por su solemnidad y simbolismo. Me refiero a la presentación que hizo el actual presidente del PP, señor Núñez Feijoo, de una parte de su ideario político. El lugar elegido ya es un símbolo en sí mismo: se trata del Oratorio de San Felipe Neri, en Cádiz. Bello templo construido en el siglo XVII, siguiendo el modelo del barroco italiano en cuyo Altar Mayor se exhibe una maravillosa Inmaculada pintada por Murillo. Allí se proclamó la primera constitución española el 19 de marzo de 1812, conocida como la Pepa y fue una de las más liberales de su tiempo. Recogió, entre otros, la libertad de prensa, el derecho a la propiedad, la separación de poderes, la Monarquía constitucional y el sufragio universal. Estos son algunos de los principios compartidos por los liberales de la actual política en España, lo que explica la elección del Oratorio por el señor Feijoo para su intervención. Dejando a un lado su simbolismo, hemos de señalar la rara conjunción de arte y política. El arte, en su más amplia acepción, apela al lado más noble de la vida. Pensemos en la literatura, que nos ofrece la posibilidad de vivir múltiples vidas, bien que inventadas, que son, en ocasiones, más poderosas que las vidas reales y materiales. Hemos reído y llorado con Don Quijote. Hemos compadecido a Ana Ozores y su amargo destino. Nos hemos conmovido con la inconmensurable belleza de Noche oscura del alma. Tanto como ante la audición de las sinfonías de Mozart, la contemplación de las Meninas o haber tenido la suerte de asistir a una gloriosa tarde de toros de Morante de La Puebla. Y es que el arte es uno de los placeres que la vida nos ofrece, que es muy superior a todos los demás. Lo que no puedo decir de la política que, en ocasiones, se opone frontalmente a aquel. Por eso mismo, me pareció importante la rara presencia de ambos, en Cádiz. Violento contraste con el vergonzoso acto político, ocurrido en la Universidad Complutense el pasado martes, 24,  en una exhibición de intolerancia y salvajismo que evidenció el peor rostro de la política. Cuestión de estilo.