Tiempo de 'pegas'

Fco. Javier de la Cruz Macho
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Una tradición de invierno perdida que llegaba a su culmen en Carnaval

Tiempo de 'pegas'

Estamos en tiempo de pegas aunque, seguramente, no lo sepa porque es una tradición perdida. Las pegas son bromas. La RAE mantiene esa acepción y considera que, coloquialmente hablando, una pega es una burla, un chasco. Quizás nos resulte más familiar la expresión «esto es de pega», para referirnos a algo falso que trata de engañarnos, o la frase «pegársela a alguien», con el sentido de engañar. La gran diferencia con su uso actual es que las pegas tenían como objetivo el humor, la risa, claro que a costa del otro.

EL INVIERNO, TIEMPO DE 'PEGAS'. Hoy en día solo conservamos las pegas en el llamado día de los Inocentes, el 28 de diciembre. No existe relación entre la celebración religiosa de ese día (la matanza de niños decretada por Herodes), y la realización de bromas. Esto se debe a que el origen de las pegas es anterior al mundo cristiano e incluso al mundo romano.

Desde el periodo celta (aunque su origen puede proceder incluso de las primeras sociedades agrícolas neolíticas), existían múltiples celebraciones invernales. Se iniciaban con el solsticio de invierno, en la noche más larga del año. El invierno es un tiempo contradictorio. Los días empiezan a crecer, pero, a la vez, viene el periodo del frío. Se mezcla así el temor a la climatología y la esperanza en un tiempo con más luz. Y ese caos se celebraba con rituales subversivos, surgiendo multitud de festividades invernales. 

Según Caro Baroja, muchas de esas celebraciones desaparecieron al ser absorbidas e integradas por el Carnaval, en un intento de la Iglesia de poner orden en el desorden: «El gran hecho histórico y social que supone la ordenación del Carnaval es el de que todos los viejos rituales paganos quedaron, si no adscritos a él de modo fijo, sí en un período determinado y ajustados al santoral de un modo general, homogéneo para todo el Occidente cristiano al menos». El Carnaval es, por lo tanto, un invento cristiano, en el sentido de un periodo fijo de celebración vinculado al hecho cristiano de la Cuaresma. (Sobre el origen de las fiestas invernales, características y evolución, es muy recomendable la lectura de Mascaradas de Castilla y León. Tiempo de fiesta, que se encuentra en internet de manera gratuita). 

De aquellas primigenias fiestas invernales nos queda el Carnaval, como espacio reglado. También muchas mascaradas, antruejos (con sus diferentes variaciones fonéticas) y otras fiestas del noroeste español y Extremadura que escaparon a ese intento integrador del Carnaval. Estas celebraciones tenían muchas características comunes: máscaras (cubrirse el rostro para ocultar la identidad o representar a otro ser), bailes, cuestaciones, comidas, etc.… Otro aspecto en común eran las pegas, que también se documentan en Portugal. 

LAS 'PEGAS' EN PALENCIA. En Palencia el tiempo de pegas comenzaba con las Navidades y se prolongaba hasta Carnaval, cuando tenía su momento álgido. A juzgar por las escasas fuentes encontradas sobre esta actividad, cobraba también intensidad en los primeros días de enero. Quizás como un residuo de algún festejo perdido. 

Estas pegas eran muy variadas y algunas de ellas, modificadas, perviven en la actualidad.  La más habitual consistía en manchar las espaldas de los transeúntes con algo de color blanco, teniendo en cuenta que la gran mayoría de la población vestía de negro. 

Lo más sencillo era utilizar tiza, harina e incluso yeso, con lo que se hacían líneas y garabatos. La habilidad, y la insensibilidad del receptor para notar la realización de los trazos, daba lugar a simples manchurrones de polvo, a líneas dispersas o a dibujos de animales como burros o cerdos, realizados con mayor o menor acierto. De ello daba cuenta la prensa: «Pero lector de mi alma / ¿no es una mala vergüenza / decir que en el punto y hora / en que nos viene esta época / no ha de poder salir uno / de su mísera vivienda, / sin exponerse a llevar / encima cinco ó seis pegas / que, los muchachos con yeso / y en forma de alguna bestia, / sobre las anchas espaldas / con travesura nos dejan…? /». 

En otros casos no se emplea este sistema, sino que se pegan papelotes y trapos sucios o el conocido muñeco de papel. Los más osados, y menos discretos, cogían un trapo al que daban forma de corazón, burro, gato, cerdo o cualquier otro animal, que impregnaban de tiza o yeso molido. La técnica seguro que para muchos no es desconocida. Consistía en acercarse a la víctima y propinarle, en la espalda, un manotazo con el trapo, dejando impregnado el dibujo en su ropa. (Habrá quien, en este momento, evoque el uso de los borradores en las aulas con el mismo fin). En otros casos el trapo se ataba a un hilo y se lanzaba con fuerza para que impactase en la espalda.

Una variante de esta práctica consistía en ensuciar directamente al viandante, lanzando sobre él cucuruchos llenos de harina, ceniza, agua o una mezcla de ellas. Esta práctica pervive en la conocida fiesta de los enharinados, del 28 de diciembre, en la localidad de Ibi (Alicante).

En otros casos, en vez de manchar la ropa se colgaban objetos en ella, como rabos de animales, que se balanceaban con el caminar de la víctima, provocando las risas.

Otra pega habitual era colocar objetos, de algún valor o interés, fuertemente adheridos al suelo, como monedas, tenedores, cuchillos, llaves o pequeños bolsos. 

La diversión no consistía solo en ver a una persona portando en sus espaldas el dibujo, garabato o mancha, o cómo alguien se inclinaba e intentaba, infructuosamente, coger el objeto anclado al suelo. Lo realmente divertido era reírse, públicamente, de aquel al que se la habían pegado, tal y como recogía la prensa local: «Legiones de chiquillos, provistos de latas, almireces, coberteras y otros útiles, obsequiaban con fenomenal gritería, acompañada de instrumentación wagneriana a los incautos que intentaban recoger las monedas, llaves, bolsillos y demás tentadores objetos que de antemano habían sido fuertemente amarrados al suelo».

El ruido era otro elemento, fundamental. Y no faltaban, en este tipo de bromas, los «que cifran su gozo en molestar los oídos de los demás con latas y otros excesos», y cuanto más cerca de una persona, mejor, pues más se incordiaba o irritaba. 

OTRAS 'PEGAS' MENOS HABITUALES. Menos extendida fue la práctica de zurrarse, es decir, darse golpes, práctica que aún pervive (recordemos las fiestas de birrias y chiborras. Algo de eso evocan también, según los expertos, los bailes de paloteo). En este caso se utilizaban varas o se lanzaban piedras, bien manualmente o con los llamados tirachinas. Fue común, también, el uso de tenacillas para pellizcar, o de vejigas de animales, llenas de aire, con las que golpear al que se pusiese a tiro. 

Otro grupo de pegas tenía que ver con las heces. Pequeños paquetes u objetos se depositaban en el suelo, impregnados de heces en su parte inferior. Al recogerlos, la mano del ingenuo quedaba manchada, con el consiguiente desagrado y mal olor. Una variante consistía en hacer un agujero en el suelo (algo sencillo en las calles no empedradas y aun de tierra), rellenarlo de excrementos (por lo general de animales) y cubrirlo. Luego a esperar que el azar determinase la persona que lo pisaba para, en ese momento, hacerse visible y reírse. Y, por último, los más descarados y atrevidos, elaboraban un pastel o bollo, de aspecto exterior impoluto y apetecible, pero relleno del mismo condimento del que venimos hablando, que repartían entre sus conocidos. Al cortarlo descubrían la pega.

LAS 'PEGAS' DE PALABRA. Este tipo de pegas era el más habitual, ya que consistía en frases, retahílas y diálogos. En algunos casos eran muy soeces, cuando no insultos. 

Había dos variantes, bien expresiones creadas específicamente para la ocasión, fruto de algún acontecimiento, o dichos que se repetían todos los años. Este segundo tipo de pegas ha perdurado, pues terminaron formando parte de los juegos infantiles. El bromista provocaba al ingenuo, bien con una pregunta o con algún gesto, para que le formulase una frase, tras la que se respondía con la broma. Seguro que muchos lectores recordarán algo que se hacía de críos: quedarse mirando a alguien para que nos dijese «¡Qué miras!» y responderle con todo el descaro: «¡Los pedos que te tiras!», o «Las narices que se te estiran». O bien el acusar de algo a otro para que respondiese: «¡Mentira!» o «¡eso es mentira!», replicando con inmediatez: «¡Pues agarra del rabo y tira!». 

En otros casos se hacía una pregunta a la víctima: «¿Cuántas son cuatro y cuatro?», a lo que el otro respondía; «ocho», recibiendo como contrarrespuesta: «Para ti la mierda y para mí el bizcocho». Muchos se acordarán de esta otra: «¿Quién puso el huevo en la paja?», la respuesta era «la gallina» y la contrarréplica: «¡Mierda para el que lo adivina!». Por cierto, estimado lector, que si recuerda chascarrillos de este tipo estaré encantado de que me los haga llegar por correo (la dirección se encuentra al final del artículo).  

En otras ocasiones no hacía falta que la víctima respondiese nada. Solo había que atraer su atención. Bastaba un simple «¡Mira quién te llama!» para que, tras girarse el aludido, se le dijese «¡El burro por la ventana!». En fin, quizás las chirigotas de Cádiz sean las continuadoras de este tipo de pegas. En otros casos han quedado camufladas como discursos, cuartetas, poemas, etc.… de carácter satírico en multitud de fiestas locales, aunque no siempre vinculadas al invierno.

PERO, LA PACIENCIA TIENE UN LÍMITE. Si todo esto se perdió fue porque, tras la Guerra Civil, los Carnavales se prohibieron y, cuando poco a poco se fueron recuperando, incluso en el propio franquismo, la actividad principal se redujo a los bailes de máscaras. Pero antes de que esto ocurriese, la Iglesia y la mentalidad burguesa iniciaron, desde el siglo XIX, una guerra contra el Carnaval y el resto de las fiestas invernales. Su mirada se fijó, sobre todo en las pegas y los desfiles callejeros, en los que se ridiculizaba a las autoridades políticas y religiosas y a la buena sociedad.

Hay un artículo, de 1893, en la palentina revista La Propaganda Católica, que asocia los Carnavales con la victoria de Lucifer, que deja bien a las claras la visión que de estas celebraciones tenía la Iglesia. Pero también el poder civil quiso poner límites a estas celebraciones. Desde las alcaldías se dictaron bando como el de Felino Fernández de Villarán en 1891, para evitar los excesos en los carnavales, decretando que: «Las personas disfrazadas ó no, que profiriesen palabras indecorosas, insultos ó ejecuten actos que ofendan a la moral, serán detenidas y puestas a disposición de la autoridad competente». 

La prensa local de la época, al fin y al cabo representante de esa moral burguesa, también criticaba con dureza estas bromas. Sobre todo cuando los autores no eran chiquillos, sino adultos, que se complacían mucho más en el escarnio y la vergüenza del otro. Así lo reflejaba la prensa en 1887: «… la costumbre que debiera desterrarse, de las pegas, … no ya chiquitos, sino mayores que bien podían comprender la falta en que incurren. No ha mucho, que á unas señoras dispararon con los tiradores de goma piedrecitas que las ocasionaron daño en la cabeza; otras veces, no se contentan con manchar los vestidos, sino que lo hacen golpeando en las espaldas».

Y no les faltaba razón. Las víctimas no recibían con agrado las burlas y bromas y menos cuando provenían de adultos que se regodeaban en el escarnio ajeno. 

Aun así eran tan populares que un periódico les atribuyó un origen cristiano. Argumentaba que la primera pega, documentada de la historia, fue la de la serpiente con Eva y la fruta del árbol prohibido. No le faltaba sentido del humor al que realizó semejante afirmación, aunque claro, lo hizo en tiempo de pegas. www.historiadepalencia.eshistoriadepalencia@gmail.com