"Por favor" en Torresandino y Castrillo de Don Juan

Fernando Pastor
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Entre las normas, destaca la separación que existía en muchos pueblos al haber dos bailes, uno para los más ricos y otro para los menos afortunados (e incluso un baile para conservadores y otro para liberales, como en Esguevillas de Esgueva).

"Por favor" en Torresandino y Castrillo de Don Juan

Una de las principales diversiones en los pueblos cerrateños era el baile, que se celebraba en salones. Generalmente la música se tocaba con un pianillo, y tiempo después con un pick-up. Era el punto de encuentro donde se formaban parejas.

Esta actividad no estaba exenta de incidentes y de algunas normas curiosas.

Entre los incidentes, destaca las veces que en Valdeolmillos tuvieron que bailar a la luz de las velas. El suministro eléctrico se producía desde Torquemada, y cuando llegaba con demasiada potencia saltaban los plomos y se quedaban sin luz varios días. Si ocurría en domingo, el baile se celebraba a la luz de las velas, lo que daba pie a que algún bromista apagara alguna vela y en medio de la oscuridad se escuchara «no se puede tocar, las manos arriba».

"Por favor" en Torresandino y Castrillo de Don JuanEntre las normas, destaca la separación que existía en muchos pueblos al haber dos bailes, uno para los más ricos y otro para los menos afortunados (e incluso un baile para conservadores y otro para liberales, como en Esguevillas de Esgueva).

En Castrillo Tejeriego existía la sociedad Santo Tomás de Aquino, formada solamente por chicos, encargada de organizar el baile. Y, claro, ponían sus normas. Entre ellas destaca que las chicas entraban gratis pero tenían la obligación de bailar con los chicos que se lo pidieran, salvo que tuvieran novio. Si se negaban porque el chico que se lo pedía no era de su agrado las echaban del baile. 

Así, estando en el baile Esperanza Sancho y su prima Puri, se les acercan dos chicos, Eugenio y Machucho, a sacarlas a bailar. Ellas se niegan, por lo que son expulsadas. Se quedan en la puerta y llega Jacinto, primo de Puri e hijo del alcalde; les pregunta qué hacen ahí, le cuentan lo sucedido y él las invita a entrar de nuevo.

En Esguevillas de Esgueva las chicas apuntaban en una libreta las peticiones que iban recibiendo para bailar, por orden cronológico. Cuando un mozo se lo pedía le decían cuántos había delante. Algunas acumulaban hasta una decena en la lista.

Parecido ocurría en Villavaquerín de Cerrato o en Valbuena de Duero. Los chicos cogían la vez y las chicas que iban recibiendo peticiones para bailar les decían el número que había antes que ellos, para que guardaran el turno.

En algunos pueblos, como Castrillo de Don Juan o Torresandino, existía lo que llamaban el favor. Las mozas esperaban sentadas a que algún chico las sacara a bailar, y cuando estaban bailando podía llegar otro chico y simplemente con decir «por favor» la chica debía cambiar de pareja para bailar con quien lo había dicho. Podía darse el caso de que en un mismo tema a una moza le pidieran el favor numerosos mozos. La situación se prestaba a que si la moza estaba bailando con algún forastero fuera algún mozo del pueblo a pedir el favor con el único objetivo de separarla del forastero, e inmediatamente la situación inversa, con lo que podía estar cambiando de partenaire continuamente. No tenía que aceptar obligatoriamente, pero si se negaba se delataba, pues suponía reconocer que tenía interés por el chico con el que estaba bailando.

Esta práctica daba lugar también a situaciones de intermediación. Si una chica le gustaba a un chico peor estaba bailando con otro, no iba él directamente a pedir el favor, sino algún amigo, para que dejara a su pareja de baile, y luego ya entre amigos era más fácil pedir el favor.

Manrique Carranza, de Torresandino, fue en moto al baile de Sotillo (pueblo limítrofe). Allí ve a dos chicas conocidas y una de ellas le pide bailar. Cuando están bailando se acerca un chico del pueblo y le pide el favor, por lo que se queda sin pareja. Cuando comienza un nuevo tema vuelve a bailar, pero inmediatamente se acerca otro chico y de nuevo pide el favor. Y así varias veces seguidas, pues se trataba de una cuadrilla de Sotillo que estaban picados con los de Torresandino. Hasta que Manrique dice «yo he venido aquí a pasarlo bien, si no puede ser pues igual que he venido me voy, que no quiero líos». La cuadrilla de Sotillo le chuleó un poco, hasta que Manrique les espeta «yo he practicado judo y kárate, así que no os tengo miedo, vosotros veréis», y los de Sotillo se acobardaron y dejaron de molestarle. Lo del judo y el kárate era mentira.

El 28 de diciembre, día de Los Santos Inocentes, eran las chicas las que sacaban a bailar a los chicos. Ellos elucubraran si les sacaría alguna que les gustaba, o alguna que no les gustaba. Y ellas, que no son tontas, notaban enseguida si el chico estaba a gusto o no. En caso de que no, les decían, «déjalo, espera a que te saque otra», aunque ellos por educación decían que sí se sentían a gusto; además les halagaba que les hubieran sacado a bailar y que les llamaran guapos.

En Torresandino aprovechaban la más mínima ocasión para tener baile: en el Carmen, en Pascua de Resurrección, en San Martín, en los quintos, en los Santos Inocentes, Navidad, Año Nuevo, los domingos, etc. y cualquier celebración se saldaba con un mínimo de tres días de música.

Con tanto baile, había varios salones: el de Bombín, el de Adora, el de Julián…, que pugnaban por la clientela, rebajando los precios o trayendo buenas orquestas, como Julián, que las contrataba en Zaragoza. A Julián le sacaron un dicho, «quítate del medio que va a pasar la camioneta del tío Julián», y una cancioncilla: «Ay, Julián, Julián, de la calle te echan los serenos, a tu tasca venimos a beber el rico mol, tú que lo tienes bueno» (llamaban mol al vino).

Con el tiempo estos salones de baile fueron perdiendo clientela y cerraron.