José María Ruiz Ortega

Estampas rurales

José María Ruiz Ortega


La gallina rural

31/07/2021

Recordando enclaves del mundo tradicional en un verano rural, es muy hogareño rememorar el gallinero, donde se criaba una cantidad de gallinas para autoconsumo de huevos y de carne. Al igual que sucede con la mayoría de animales domésticos, la gallina ha creado cultura en su entorno, debido a su prolongada convivencia con el ser humano. Frecuentemente este corral era compartido con algún conejo e incluso algún pavo. Al igual que sucedía con los cerdos, las gallinas eran alimentadas con todo tipo de desechos de frutas u hortalizas. Dado que las gallinas son omnívoras, en algunos casos, incluso se las dejaba en libertad, en un campo inmediato donde picoteaban verde, buscaban insectos y orugas; al caer la tarde regresaban al corral.
 La mayoría de los gallineros tradicionales ha desaparecido por la lógica competencia de las ganaderías industriales de cría intensiva. Así y todo, el corral de aves familiar ha resistido en el decreciente mundo rural; no hay más que pisar las calles de la geografía palentina y oír el canto del  gallo. El corral de las gallinas era considerado como un espacio femenino, ya que eran las mujeres las encargadas del cuidado y manejo de las gallinas. Se suponía que un ama de casa rural debía saber desplumar y preparar una gallina y también un conejo. A muchos niños de pueblo nos ha tocado sujetar por las patas al conejo, mientras lo desollaban.
Dentro del corral, solía haber un único gallo, proverbial símbolo de la fertilidad masculina, y por extensión, de la propia virilidad. Se denominaba «gallito» al varón que se pavoneaba demasiado. Ancestralmente, este carácter simbólico del gallo le hizo víctima propiciatoria de todo tipo de ritos para favorecer la fertilidad de los campos. Lo de representar al gallo en las veletas indicadoras del viento era la exaltación del coraje, de orgullo, de vigilancia y de señorío; un símbolo de la luz y el día, en contraposición al mundo de las tinieblas y la noche. Sin embargo, en la cultura popular, a las gallinas se les considera como cobardes, ruidosas y revoltosas. Por eso, se habla de «gallinero» cuando nos referimos a un lugar desordenado y ruidoso.