Antonio Álamo

Antonio Álamo


Regalos

14/07/2022

Esta columnita se publica hoy jueves pero está escrita el martes al atardecer. En la calle el silencio es agradable lo cual es reconfortante porque con 39 grados a la sombra los pájaros han desaparecido, la calle está desierta y no se oye ni un motor en la ronda de circunvalación que rodea –en opinión de algunos- este bonito barrio de la capital palentina. Hay incluso más silencio que en los cementerios porque en los camposantos hay cipreses y cuando se cimbrean con el viento producen un sonido tenue pero fácilmente reconocible. Aquí, sin embargo, solo hay plátanos de sombra y como no hay viento las hojas ya no se mueven y por tanto no hay sonidos. Además, el tono verde que las caracterizaba está virando al marrón.
La nueva normalidad, pues, ha regresado y ahora el confinamiento no se debe a ese virus tan famoso sino a esta temperatura que tanto invita al recogimiento y al ascetismo. O a la reflexión. O a la lectura, un vicio oculto que compite con el de las miradas fugaces y furtivas al móvil. Si finalmente decide inclinarse por la lectura una magnífica opción sería la de echar un vistazo (hay que comprarlo, claro) a Los conspiradores, de Jorge Ibargüengoitia. Lo ha rescatado del olvido la editorial palentina Menoscuarto y este periódico lo indicaba insertando además una fotografía de su mentor y alma, José Ángel Zapatero. Ibargüengoitia fue un periodista pero por si a alguien le parece poca cosa también fue novelista. Catalogado como uno de los autores más agudos e irónicos de la literatura hispanoamericana, era capaz de sacar sonrisas provocando a diestro y siniestro con cualquier detalle que describía.
Y muy divertido. Y meticuloso como pocos. Y temido por las fuerzas vivas de México porque no le soportaban ni la derecha, ni la izquierda, ni los militares, ni los sindicatos, ni el clero, ni quienes se veían reflejados en sus columnas periodísticas… basta con leer las recogidas en Instrucciones para vivir en México. O las publicadas en Revolución en el jardín, tras su estancia en Cuba y de donde casi lo echan los horrorizados gerifaltes de la Revolución. La obra recuperada por Menoscuarto ayudará a colocar en su sitio a uno de los periodistas que mejor usó el humor para vestir la realidad.