De familia leonesa, Ginés Ampudia Caballero nació a finales de marzo de 1935 en Madrid, donde su padre estaba destinado en Telégrafos. No corrían buenos tiempos en la capital de España, donde la atmósfera social iba enrareciéndose, y el progenitor pidió el traslado a Palencia. Nuestro protagonista llegó aquí con unos pocos meses y, tras casi nueve décadas, no solo se sabe palentino, sino que afirma que esta es «la mejor ciudad del mundo». Valga la hipérbole para dejar constancia de su intenso y prolongado trabajo sacerdotal en esta diócesis, sin plantearse en ningún momento de su vida la marcha a otras.

Y eso que de la ciudad en la que vivió los decisivos años de su infancia apenas quedan algunos vestigios. «Todo ha cambiado mucho, pero la gente de Palencia sigue siendo buena y acogedora como entonces, como siempre», asevera. 

La familia se instaló en la calle Santo Domingo de Guzmán, «que era de tierra», y recuerda vivamente las procesiones de las cofradías con sede en esa zona de San Pablo y la coincidencia con el obispo Manuel González, hoy santo. «Era la imagen viva del paso del mundo rural al urbano; muy cerca, en la calle de Los Pastores había un lechero con sus vacas y un agricultor», apostilla.

La gente tenía trabajo y no se pasaba hambre, aunque las cosas empeoraron en la posguerra con las cartillas de racionamiento y los estraperlistas. Casi nada recuerda hoy aquellos tiempos, salvo los templos, las cofradías y las Nazarenas. «Fui al parvulario de las Filipenses y después al centro San Isidoro y a clases particulares, pero no quise pasar al instituto aunque era lo que mis padres preferían», explica.

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