85 años de la sonrisa del Tíbet

Indira Guerrero (EFE)
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La bondad enarbolada por el Dalai Lama tras el fracaso de la revolución de 1959 es el principal legado del líder religioso

85 años de la sonrisa del Tíbet - Foto: Dylan Martinez

Encerrado en su residencia en el Himalaya indio el Dalai Lama celebró ayer su 85 cumpleaños, un año más para el sonriente religioso y uno menos para la búsqueda de respuestas en el Tíbet, que ve en el envejecimiento del monje budista el crepúsculo de su revolución.

El aniversario fue mucho más modesto que hace cinco años, cuando cumplió los 80 con una aparición en el escenario del Festival de Glastonbury ante decenas de miles de asistentes. Esta vez, debido a las limitaciones por la COVID-19, optó por enviar un mensaje de vídeo a los miembros de la comunidad tibetana. «Hoy es el 6 de julio, mi cumpleaños. No es posible que un gran número de personas se congregue para celebrarlo debido a las restricciones por la pandemia, y tampoco es necesario. Sin embargo, si quieres celebrar mi cumpleaños, me gustaría pedirte que recites el mantra Mani (Om Mani Padme Hung), al menos mil veces», afirmó. Esos rezos de depuración, agregó, le ayudarán «a vivir 108 o 110 años más o menos», al tiempo que se despedía con un «que todos sean felices y estén bien».

Con motivo de esta onomástica, el conocido activista tibetano en el exilio Tenzin Tsundue reflexionó sobre la vida de Lhamo Dhondup -el nombre de nacimiento del Dalai Lama-, y se mostró crítico con la pasividad del líder, una bondad que, aunque le ha hecho universal, extingue a su vez la esperanza del Tíbet.

Antes de los Juegos Olímpicos de Pekín de 2008, unas protestas por la independencia de la región autónoma en las que murieron cientos de monjes tibetanos hicieron que líderes y activistas llamaran a boicotear la cita olímpica. «Yo también sentí que el boicot le daría una lección a los chinos», relató. «Pero su santidad dijo que ‘China merecía unas buenas olimpiadas’ y esto alivió a los líderes mundiales y así fue cómo salvó a China ese año. Su compasión traiciona a su país y a su gente, él piensa en el mundo», apuntó con una agridulce respuesta. «Es verdaderamente un Buda», añadió.

El religioso que cruzó andando el Himalaya en 1959, tras una fallida revuelta popular en Lhasa contra el dominio chino, es la esperanza de seis millones de tibetanos frente a Pekín. Para Tsunde la oportunidad de que el Dalai Lama lidere una revolución se apaga, y quizá «traer respeto mutuo entre las facciones religiosas sectarias en guerra es su única contribución, ya que esto le ayudó a lograr un sentido de unidad entre los tibetanos que de otro modo se habrían dividido».

futuro incierto. La incógnita de su sucesión, que de acuerdo a la tradición budista ocurre a través de su «reencarnación», ha marcado todo su legado y el futuro de su gabinete. China, sin embargo, prohibió esa «reencarnación» y planea nombrar al decimoquinto Dalai Lama, consciente de que un maestro elegido por el Gobierno de Pekín servirá al Partido Comunista para consolidar el control sobre la región. Ese proceso de sucesión no ha tenido lugar desde 1937, cuando Lhamo, de entonces dos años, hijo de una familia de granjeros en un poblado del Tíbet, fue reconocido como la reencarnación del XIII Dalai Lama. Para su relevo, una vez que el maestro haya fallecido, un grupo de sabios deberá comenzar la búsqueda en el Tíbet, siguiendo las señales dejadas en vida por su predecesor del niño en el que se ha «reencarnado» su santidad.

El primer impedimento está en que la reencarnación debe ser reconocida por el panchen lama, la segunda autoridad religiosa del budismo tibetano, que se encuentra en paradero desconocido. A ello se suma el hecho de que el consejo de sabios se encuentra en el exilio, sin posibilidades de entrar al Tíbet sin ser detectados por las autoridades chinas.

El Dalai ha abierto un abanico de posibilidades que incluyen la de votar a través de un consejo de ancianos lamas similar al cónclave del Vaticano. Otra de las soluciones que han contemplado es escoger una reencarnación mientras sigue con vida, o que se extinga con él la máxima jerarquía.