El padre de Ángel Gutiérrez de la Fuente era guardia civil y estaba destinado en Bilbao. Cuando el primogénito iba a nacer, su esposa vino a Itero Seco, donde estaban la familia y las raíces y allí dio a luz a nuestro protagonista en el año 1957. Después regresaron a la capital vizcaína y él se crio entre hombres que vestían siempre de uniforme y entre sus mujeres y sus hijos. 

«En el cuartel vivíamos unas cuantas familias y mis recuerdos de infancia son felices. Entonces, la Guardia Civil estaba perfectamente integrada, no la miraban mal ni era perseguida como sucedió más tarde, con la ETA. A mí me encantaba el ambiente y jugaba a ser como los mayores porque quería perseguir a los malos y proteger a los buenos», rememora.

En realidad, apostilla, esa y no otra es la función de un guardia civil, sea cual sea su destino geográfico u orgánico. «Es lo que hemos hecho mis compañeros y yo siempre: seguir una pista, vigilar, perseverar y atar cabos hasta detener al delincuente». No ha sido un camino de rosas, ya que en el desempeño de esa función se ha topado con dificultades, escasez de medios, riesgos y atentados terroristas, pero enfatiza que si volviera a nacer, sería sin duda guardia civil. «No me arrepiento de nada».

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