Bacalao en Dueñas

Fernando Pastor
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La entrada en la UE y la crisis económica pusieron fin a esta empresa cerrateña en la década de los 90

Bacalao en Dueñas

Aunque en Dueñas se produce la desembocadura del río Carrión en el Pisuerga, lo que provoca una acumulación importante de agua en las inmediaciones de localidad, no es suficiente para justificar la existencia de bacalao. Pero Dueñas sí fue centro de este pescado durante un tiempo.

M. A. L. natural de la comarca palentina de La Vega-Valdavia, casado con la eldanense A. C., fue marinero y tras pasar por varios tipos de embarcaciones acabó recalando en un pesquero. En él aprendió a secar y salar bacalao, lo que le sirvió para que a finales de la década de los 80, ya con dos hijos pequeños, instalara junto con su mujer un secadero en Dueñas que proporcionaba trabajo a una veintena de personas.

Comenzaron trabajando en su casa, pero pronto adquirieron una nave para ampliar el negocio.

Su actividad era diversa. Importaban bacalao ya salado. También adquirían el pez en bruto para abrirlo con una máquina y lavarlo y salarlo ellos mismos. Y también adquirían  bacalao de los puertos del norte de la península para secarlos, primero al sol colgado en espalderas de madera y después con una turbina de aire caliente. 

El bacalao lo recibían entero y ellos lo despiezaban: sacaba la cabeza, la cococha, la cola, los lomos, etc. 

El salado es la forma de curar el bacalao. El de importación llegaba con sal marina, gorda, pero aquí los consumidores no estaban acostumbrados a ese tipo de sal, por lo que lo cepillaban para eliminarla y sustituirla por sal fina normal. Puesto que el bacalao nacional lo secaban antes, esa sal no se le quedaba pegada y debía ser mezclada con un polvo de sal, molida, que adquirían en unas minas de Zaragoza. Les llegaba en paquetes de 25 kilos en palés de 1.000 kilos. 

Al estar horas espolvoreando el bacalao con esa mezcla salada, en un ambiente de gran humedad que genera el bacalao, al respirar se les impregnaba la nariz, la boca, la garganta… y en casa las comidas les sabían todas sosas y tenían que echar mucha sal.

La similitud de aspecto de ese polvo de sal con la cocaína provocaba que bromearan con expresiones como «vamos a colocarnos», o «vamos a empaquetarlo y lo vendemos como coca». 

Las cajas para el bacalao se las encargaban a la empresa Manipulados Sandra, de Dueñas. Cuando iban ellos a recoger las cajas, para cargarlas sin que se manchasen ponían la furgoneta de culo, con la parte trasera hacia el almacén, lo que provocaba seguir la broma: decían a quien mirara que ocultaban la carga porque estaban traficando. 

En Dueñas despachaban bacalao a consumidores particulares, pero sobre todo lo enviaban a muchos puntos del estado español y en una determinada ocasión a Portugal. 

A Portugal enviaron un camión, pero llegaron a pesar que era un timo ya que pese a ser un porte por carretera les exigieron hacer un seguro marítimo. 

Tuvieron mucha demanda, debido a lo artesanal de la manufactura. Su importancia fue creciendo hasta ser invitados a participar en la Feria Alimentaria de Barcelona y recibir premios empresariales.  Sin embargo la entrada de España en la Unión Europea y la crisis económica pusieron punto y final a esta empresa cerrateña.

La pertenencia a la Unión Europea originó la exigencia de muchos requisitos legales, sanitarios, burocráticos, etc. Les exigían disponer de una depuradora (la más barata costaba 15 millones de pesetas), y les prohibieron deshacerse de la sal cuando por estar muy húmeda ya no servía. 

No podían depositar esta sal en ningún sitio, ni tan siquiera en un terreno que fuese suyo y que se ofrecieron a comprar. Quisieron regalarla para el mantenimiento de carreteras, en las que se esparce sal. Les dijeron que tenían que hacer factura. Puesto que su propósito no era venderla sino quitársela de encima, trataron de hacer factura por importe de una peseta, pero al final les dijeron que no la querían porque tenía que ser comprada y una factura por una peseta no servía.   

Pese a que en el sector de la alimentación lo habitual era pagar como máximo a 30 días, por ser géneros perecederos a los que se les da salida más o menos rápida, a esta empresa los clientes les pagaban a 45 y 60 días, amparados en que el bacalao aguantaba más tiempo sin ser vendido. De esta forma cuando transcurrían esos 60 días ya les habían enviado varios pedidos más, por lo que se acumulaba una deuda muy cuantiosa: cada carga de un camión era de 22.000 kilos de bacalao, y el precio unos 15 millones de pesetas.

 Cuando llegó la crisis muchos clientes dejaron de pagarles para poder atender pagos más urgentes. Las pérdidas por lo impagos se hicieron insostenibles. Y los bancos al ver que las letras eran devueltas dejaban de descontarlas…

Toda una rueda cuya puntilla fue la adquisición de una partida de bacalao que había estado en contacto con gasoil y al meterlo en las cámaras cogió olor a gasoil todo el bacalao que había (la sal absorbe los olores). A raíz de ello, suspensión de pagos y fin de la empresa en la década de los 90.