A la Antártida por motivos laborales

César Ceinos
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El físico de la Universidad de Valladolid Abel Calle, de Quintanilla de Onsoña, encabeza una expedición al continente helado para actualizar unos medidores de aerosoles cuyos resultados servirán para sacar conclusiones sobre el cambio climático

Abel Calle (de azul), junto a su compañera Patricia Martín y personal del Instituto Meteorológico Argentino. - Foto: DP

Cuentan que el palentino Gabriel de Castilla fue el primer explorador que divisó la Antártida, allá a principios del siglo XVII. Cuatro centurias después, un paisano suyo, el físico Abel Calle Montes, puede decir que dio un paso más que el explorador de la Edad Moderna: pisó el continente helado y permaneció en él durante unos veinte días. Su viaje fue por motivos científicos, pero también se trajo recuerdos que van más allá de lo puramente profesional. Muy poca gente ha estado en la parte sur del planeta y el tiene el honor de ser uno de ellos. «Es un privilegio desarrollar mi trabajo en un lugar tan impresionante», declara.

Abel Calle, natural de Quintanilla de Onsoña, una pequeña localidad situada a unos diez kilómetros de Saldaña, es físico de la Universidad de Valladolid (UVa) y pertenece al Grupo de Óptica Atmosférica (GOA), que se dedica actualmente, entre otras cuestiones, a medir e investigar parámetros de componentes atmosféricos, sobre todo, aerosoles. Lo hacen gracias a datos generados a través de unos medidores que se encuentran en la Antártida, concretamente en la base argentina de Marambio, y, tras cuatro años en servicio, los aparatos no funcionaban de manera óptima.  Esta labor podía haberse hecho antes, pero la pandemia de coronavirus lo retrasó todo. Finalmente, la expedición encabezada por el físico palentino, y de la que formaba parte también Patricia Martín, llegó a su destino la pasada víspera de Reyes, aunque antes pasó por Buenos Aires, donde tuvo que estar confinado la Navidad y el Año Nuevo. Tras esta parada obligada, los científicos iniciaron su trabajo en el Polo Sur, que, en líneas generales, consistió en reemplazar el equipo de medición, que databa de 2018, por otro mejor calibrado. Según explica Abel Calle, requiere poco mantenimiento y, si se produce algún problema en él, «hay unas personas que están entrenadas y nos ayudarían». Este punto de medición de Marambio forma parte de Aeronet, una extensa red distribuida por todo el mundo y mantenida por la Agencia Nacional de la Aeronáutica y el Espacio, la conocidísima NASA.

El objetivo final de la labor del GOA es sacar conclusiones en relación con el cambio climático. «Hacemos mediciones de los aerosoles atmosféricos porque son unos componentes que constituyen el caballo de batalla en los estudios del cambio climático», explica el de Quintanilla de Onsoña. 

LA VIDA EN LA ANTÁRTIDA. Esta tarea le llevó a Abel Calle a una aventura totalmente desconocida para él, ya que nunca antes había estado en la Antártida, un lugar al que está restringido el acceso tras fijarse así en los acuerdos internacionales. La investigación es una de las pocas, si no la única, razones por las que se puede entrar. Junto a los científicos conviven militares de diversos países, que facilitan la tarea a los investigadores. «Hoy en día no es tan fácil ir, aunque es cierto que algunas empresas están empezando a ofertar lo que se llama el turismo antártico.  Pero todavía no está muy extendido y aún se encuentra alejada de lo que es la masificación», añade.

Mientras preparaba el viaje, sus principales expectativas «eran de tipo científico», pero cuando llegó  descubrió muchos aspectos que le sorprendieron gratamente, pese a ser un lugar poco agradable para estar. Las temperaturas en los meses fríos del invierno pueden caer hasta los cuarenta grados centígrados negativos durante el invierno. Por suerte, la experiencia del físico tuvo lugar en el estío austral. 

«He tenido  la oportunidad de ver cómo se vive en una base donde no hay ningún tipo de comodidades. Conocer la experiencia humana en un lugar de estas características es una de las cosas que más me han impresionado», manifiesta. Asimismo, se lleva un gran recuerdo de la convivencia «en unas condiciones muy precarias». «La gente que está allí está mentalmente preparada de manera exquisita para acoger a personas que están con los nervios a flor de piel porque la sensación de aislamiento puede afectar a nuestro estado de ánimo», declara. Junto a los dos investigadores de la universidad pública vallisoletana estuvieron, además, integrantes del Instituto Meteorológico Argentino y del Instituto Antártico del mismo país. «No solo había físicos como nosotros. La zona es rica en fósiles y por ello había muchos paleontólogos, pero también se acercan hasta allí biólogos, por ejemplo», asevera el de Quintanilla de Onsoña.

La base argentina de Marambio, instalada de manera permanente  (a diferencia de las españolas, que solo se montan en verano), cuenta con varios barracones aislados unos de otros para evitar el grave peligro de los incendios. «Se trabaja con combustible para mantener la temperatura. Estando separados, si hay fuego es más difícil que se propague», apostilla. También tiene un hangar, un pabellón científico, que es donde instalaron el equipo, y un comedor que podía ser utilizado para las investigaciones. Dentro de las instalaciones, admite que «no pasó frío», aunque explica que tuvo que aclimatarse a usar menos agua potable que en tierras castellanas. «Es el principal problema. Es habitual que te duches dos días a la semana. Es un bien muy escaso». No obstante, eso no frena las ganas del físico de volver en el futuro. «Me encantaría. Ojalá tenga otra oportunidad para regresar. Me presentaré voluntario», concluye.